Nonagenarias y antifascistas de hierro

·Todo el siglo XX ha pasado ante sus ojos. Teresa, Alicia, Araceli y Julia sobrevivieron a la guerra civil, se criaron en la URSS, lucharon contra los nazis y ayudaron a la Revolución Cubana. ‘Matrioskas, las niñas de la guerra’ narra su extraordinaria historia.

lamarea.com | Manuel Ligero | 18.11.21

«¿Ves la insignia? Mírala bien. Es el contorno de España. Y las siglas M.A.E. en rojo, amarillo y morado. Significa ‘Mujeres Antifascistas Españolas’. ¡Esa no la tuvo todo el mundo!», exclama orgullosa Julia Delgado (Madrid, 1923) en su domicilio cubano. Es una de las cuatro protagonistas de Matrioskas, las niñas de la guerra, el documental de Helena Bengoetxea que se estrenó anoche en el festival Zinebi de Bilbao. Su cinta es, a falta de homenajes oficiales, una suerte de reconocimiento a unas mujeres heroicas que dejaron su país, se criaron en la Unión Soviética, sobrevivieron a dos guerras y mantuvieron intactos sus ideales políticos.

Cuenta Bengoetxea que Teresa Alonso (Donosti, 1925) no sale nunca a la calle sin su chapa con la bandera republicana. Hoy vive en Barcelona. Siendo niña asistió al bombardeo de Gernika antes de ser evacuada, durante la guerra civil, junto con otros 35.000 niños. «Los que fueron a Rusia eran casi todos hijos de militantes del Partido Comunista –precisa Bengoetxea–. Hubo muchos niños de la guerra enviados a otros países: a Francia, Inglaterra, México, Dinamarca, Bélgica y Suiza». Hasta la adolescencia Teresa vivió en un hogar para niños españoles en Ucrania. Durante la guerra mundial fue trasladada y sobrevivió al cerco de Leningrado. Allí ayudaba a neutralizar las bombas incendiarias de los nazis con bidones de arena. Trabajó recuperando cadáveres, miles de ellos, para llevarlos a las fosas comunes. Y sin expresarlo abiertamente, en el documental da entender cómo pudo librarse de morir de inanición en aquellos días.

Araceli Ruiz (Palencia, 1924) le muestra a Bengoetxea sus fotos de Cuba. «Mira, todo hombres. Yo soy la única mujer». Allí trabajó como traductora de los asesores militares soviéticos durante la crisis de los misiles. No volvió a su casa, en Gijón, hasta 1980. Tenía mucho trabajo en la URSS y no lo quería dejar. Ni volver mientras Franco viviera.

En la misma situación laboral estaba Alicia Casanoba (Barakaldo, 1925). Médica especialista en neumología, se presentó voluntaria para trasladarse a Cuba en los primeros años de la Revolución. Allí llegó a dirigir varios hospitales y contribuyó a erradicar la tuberculosis de la isla a mediados de los años sesenta. «¿Qué hubiera pasado si vuelves a España?», le pregunta Bengoetxea. «Pues que no hubiera llegado a lo que llegué», contesta Alicia con una desarmante lucidez.

Teresa vivió esa experiencia limitadora en carne propia. Ella sí volvió, en la década de 1950, cuando Franco permitió el regreso de los niños de la guerra. Su formación, obtenida en la URSS, era de perito, experta en electricidad, pero sólo pudo trabajar de telefonista en un hotel de Barcelona. En cierta ocasión un músico soviético se alojó allí y cuando el director la vio hablando en ruso con él rebajó aún más su categoría. No sabía que estaba dando empleo a una comunista. Y encima divorciada. A partir de ese día fue camarera de piso. Tenía que hacer las camas de rodillas porque su espalda quedó dañada en una explosión durante el sitio de Leningrado. «Y además nadie le alquilaba un piso. Vivía con su hija en un portal, debajo de una escalera», nos cuenta la directora de Matrioskas. «Hemos estado olvidadas pero que se sepa por lo que hemos pasado. Para los que vienen detrás, porque se puede repetir», dice Teresa en la película.

A ella, tras pasar por tantas vicisitudes, no le extrañó que muchos de aquellos niños que regresaron se volvieran a marchar a la URSS. Vieron la España de Franco, esa que el NO-DO encuadraba sin asomo de vergüenza «en el mundo libre», y se marcharon por donde habían venido. Fue como el heroico salto del Muro de Berlín, pero al revés, hacia el Este. Es lógico que a muchos patriotas españoles, educados en los relatos oficiales (el franquista y el hollywoodense), les explote la cabeza con historias como estas.

«Vivir dos guerras y un exilio es un drama. Y eso es lo que vivieron estas niñas. Los niños también, por supuesto, pero yo tenía muy claro que quería contar la historia de las mujeres, mostrar esta memoria en forma de genealogía femenina», explica Bengoetxea. «Ellas, a pesar de la tragedia, de tener que dejar a sus familias, de ir a otro país, de tener que aprender otro idioma, de vivir otra guerra, a pesar de todo eso, se puede decir que hasta tuvieron suerte. Porque si llegan a quedarse aquí, ni hubieran estudiado ni hubieran conseguido desarrollar una carrera profesional. Aquí, para hacer cualquier cosa había que contar con el permiso del marido, del padre o del hermano. Una cosa de locos».

Feministas en la práctica

El convulso siglo XX convirtió a estas mujeres, paradójicamente, en lo que son, en feministas no adscritas a ninguna ola. Feministas antes de cualquier teoría feminista «Yo lo tengo muy claro», asegura Bengoetxea. «Que ellas no se definan como feministas no significa que no lo sean, como ha ocurrido con muchísimas mujeres a lo largo de la Historia», añade. Y subraya un matiz para entender esto en su verdadera dimensión: «Ellas hablan de esos acontecimientos históricos porque los vivieron en primera persona, exactamente igual que los hombres. Pero, además, hablan de otras cosas. Hablan de la maternidad, de las relaciones de pareja, de su trabajo y de las dificultades que tuvieron en él por el hecho de ser mujeres… En definitiva de cosas que hoy siguen pasando».

Su forma de hablar de aquellos años trágicos también es diferente. La guerra civil fue, durante décadas, un tabú en la mayoría de hogares españoles. La excusa era vivir en paz y salir adelante. Así que sobre aquello se extendió un manto de silencio. Pero eso no vale para ellas. «Es que son más abiertas, porque han sido educadas así y porque no vivieron aquí –explica la directora–. Ellas emprendieron un exilio político con 12 años y sabían perfectamente lo que pasó: un golpe de Estado, una guerra y una dictadura. Y vivieron otra realidad. Y más aún: para ellas su país es la España de la República. Aunque este país, el país ideal de su memoria, no existe».

Helena Bengoetxea hace un paralelismo entre la locuacidad de la que hacen gala Araceli, Teresa, Alicia y Julia y el silencio que ha marcado a tantas familias españolas que vivieron la dictadura: «En Navarra, de donde soy yo, no hubo frente de guerra. El general Mola y los carlistas se hicieron con el territorio en los primeros días de la contienda. No hubo guerra como tal. Lo que sí hubo fue una represión terrible. Asesinaron a casi 4.000 personas. Y, claro, aquí sí que no se habla. Hay pueblos en los que las familias de los verdugos y las familias de las víctimas se conocen, y eso no se ha solucionado jamás».

‘Matrioskas’, un trabajo a contrarreloj

Por pura ley de vida, el rodaje de Matrioskas fue una carrera contrarreloj. Sus protagonistas, que superan con creces los noventa años, convertían el tiempo en algo precioso. Quien pone a Helena Bengoetxea en la pista de estas mujeres es una contemporánea de ellas, Isabel Álvarez Morán, otra de aquellas niñas de la guerra. La conoció en Cuba en 2016, mientras realizaba un máster de Documental Creativo en la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Isabel formó parte del grupo de 200 voluntarios españoles que a principios de la década de 1960 cambió la URSS por Cuba para ayudar a la revolución naciente. También iba a participar en Matrioskas, pero su estado de salud se deterioró rápidamente y no pudo ser.

Sobre Bengoetxea pendía, pues, la espada del tiempo. Sin embargo, sacar un rodaje adelante es algo especialmente lento. Conseguir la financiación y los permisos no fue una tarea fácil ni ágil, lo que provocó cambios inevitables en el proyecto original. Y a esas dificultades se le sumó la pandemia, que restringió la capacidad del equipo para desplazarse a Cuba y a Rusia. Con todo y con eso, el resultado es un documental conmovedor que hace justicia a unas mujeres que merecían un homenaje.

Teresa Alonso mantiene viva su curiosidad a los 97 años. Detrás, la directora de ‘Matrioskas’, Helena Bengoetxea, durante el rodaje en Barcelona. NUEVE CARTAS

Así como cada año, en Europa, se homenajea a los héroes de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, España podía haber hecho lo mismo con los suyos. Pero no ha sido así. Ni con los hombres y mujeres que lucharon contra los nazis ni con los reprimidos y asesinados durante la dictadura franquista. «Bueno, a mí no me extraña», dice Bengoetxea. «¿Sabes cuál es la diferencia? Que la Resistencia francesa ganó la guerra. Aquí los republicanos la perdieron. Tuvimos 40 años de dictadura y lo que vino después: que el franquismo se quedó en las instituciones. ¿Tenemos una democracia formal? Pues supongo que sí… pero con un rey que puso ahí un dictador y que no se cuestiona. Y con un partido que se llama ‘socialista’, que gobernó desde 1982, durante 14 años, y que hizo bien poco por toda esta gente».

Este retardismo de nuestra memoria histórica es un tema que le duele especialmente: «No se ha hecho una valoración justa de lo que significaron el PCE y el PSOE en los gobiernos de la República. Sé que el PCE de hoy no es el PCE de entonces, pero es más grave aún lo del PSOE. Hay muertos en las cunetas que son suyos y no han hecho nada». Este desencanto llega hasta la misma Transición: «La recuperación de la memoria histórica se ha hecho tarde y mal. Y eso hablando de la guerra civil. Si hablamos de otras recuperaciones posteriores, de la represión de los años sesenta y setenta, apaga y vámonos. A ver si prospera la diligencia contra Martín Villa en Argentina. ¿Pero de qué democracia estamos hablando si te tienes que ir hasta Argentina para que juzguen a este señor?».

Malditos comunistas

Si muchos países europeos disfrutaron de un Estado del bienestar y hoy sacan pecho por sus democracias liberales, fue gracias al esfuerzo y la sangre derramada por los comunistas, muchos de ellos españoles. Y aún hoy, en el Congreso de los Diputados, se sigue usando el término «comunista» como insulto. «Tampoco me extraña. Es otra consecuencia lógica del desarrollo de nuestra historia», afirma la directora.

En cualquier caso, sus protagonistas, que siempre mantuvieron vivas las aspiraciones republicanas y la utopía comunista, no son mujeres obtusas. «Tienen muy claros los errores y los horrores cometidos en la Unión Soviética», explica Bengoetxea. «Teresa me contaba que cuando fue a Moscú en 2017, al homenaje que le dieron a los niños de la guerra por el 80º aniversario de su llegada, fue a la Plaza Roja para ver la tumba de Stalin. ¡Y fue allí para reñirle! Y Araceli, que tiene una forma de expresarse muy serena y muy racional, dice que lo mejor que hizo la URSS fue sacar a los presos políticos de los gulags, porque Stalin fue un sinvergüenza. Te lo dicen así. Pueden seguir teniendo los mismos ideales y creer en una utopía comunista, pero saben que, en la práctica, lo que se vendió como comunismo no fue tal».

Julia Delgado y su compañero posan en su domicilio de La Habana, donde vive rodeada de recuerdos. El más querido de todos es un dibujo que Antonio Buero Vallejo le hizo a su padre, histórico dirigente comunista, cuando compartieron presidio en Madrid. NUEVE CARTAS

Esta es la visión de las que volvieron a España. El caso de Julia y de Alicia, las que se quedaron en Cuba, es un poco diferente. «Su posición política es casi una metáfora de lo que es el país. Son comunistas de pro, de las de aquellos años, y viven en un país que también está, ideológicamente hablando, en aquellos años. Ellas fueron a ayudar a la Revolución Cubana, esa fue su manera práctica de llevar a cabo sus ideales. Y cumplieron. Para ellas la revolución estaba hecha. Por eso se quedaron allí. Julia lo dice claramente: ‘Yo soy una cubana más’».

«Si muchos cubanos murieron en España peleando por la República, ¿por qué yo no podía pelear aquí?», se pregunta Julia en el documental. «Por eso vine. Tenía que ayudar. Y no me sentí nunca extranjera. Yo siempre me sentí cubana».

Cerca ya de los 100 años, Julia afirma que no le tiene miedo a la muerte. Simplemente no piensa en ella. Después de vivir dos guerras, de sentir cómo le caían las bombas encima, y habiendo salido de aquello por su propio pie, opina que ya es tarde para tener miedo. Así y todo, Bengoetxea la interroga:

–¿Tú a qué le tienes miedo, Julia?

–¿A qué voy a tener miedo? A los fascistas.

Fuente: https://www.lamarea.com/2021/11/18/matrioskas-nonagenarias-antifascistas-de-hierro/

Imagen destacada: Araceli Ruiz (a la izquierda) y Teresa Alonso (en el centro) charlan con una antigua compañera en un homenaje a los niños de la guerra de España celebrado en Moscú, en 2017. NUEVE CARTAS

Manoli y las mujeres a las que Franco no consiguió doblegar

Miguel Ángel Martínez del Arco reconstruye en ‘Memoria del frío’ aquellas décadas de huida, pequeños triunfos y continuas derrotas con la correspondencia que se enviaron sus padres desde prisión como hilo conductor de una novela a caballo entre la biografía, la autobiografía, y el ‘thriller’: «La lucha antifranquista fue dura, fue terrible, pero no fue triste»

— Las víctimas del franquismo y su memoria

eldiario.es | Aitor Riveiro | 12.10.21

La historia de la resistencia antifranquista es la historia de una lucha en femenino. Las mujeres fueron fundamentales, tanto en las conquistas logradas por la Segunda República como en la Guerra Civil y, tras la derrota de las fuerzas democráticas, en la clandestinidad. Pese a que el relato, como suele ocurrir, se ha escrito en masculino. Y a que cuando se ha hablado de las mujeres ha sido casi siempre en diminutivo. Memoria del frío (Hoja de lata, 2021) es también una historia protagonizada por esos diminutivos. Y cuenta, entre otras cosas, cómo las mujeres fueron las que después de aquel 1 de abril de 1939 se echaron todo a la espalda: los cuidados, la insurgencia, la crianza, las lágrimas.

«Era muy difícil para las mujeres, que fueron resistentes, conformarse con convertirse de repente en sujetos tan alejados de cualquier posibilidad de decisión. No puedo tomar una decisión administrativa, sino que dependo de mi padre, mi hermano o mi marido. No puedo sacarme el carné de conducir, acceder a la universidad y tengo que dedicarme a la costura y al cuidado. Al cuidado no legitimado, al cuidado que no tiene ningún valor». Así lo resume el autor del libro, Miguel Ángel Martínez del Arco, en una conversación con elDiario.es.

Sabe de lo que habla porque durante décadas escuchó cada día a esas mujeres que dieron la batalla contra el franquismo sin más ayuda que su determinación, su imaginación y la torpeza machista del enemigo, que nunca concibió que ellas, el «sexo débil», fueran más que las amantes de los maquis. Miguel Ángel, de hecho, nació en una cárcel franquista. Su madre, Manoli del Arco, fue la presa política que más años pasó en las cárceles del régimen. Entre confinamiento y confinamiento, ella y su compañero decidieron tener un hijo. Pese a todo.

Miguel Ángel del Arco, autor de ‘Memoria del frío’, en el bar Benteveo de Madrid.

«Los niños no tienen una capacidad de elección. A ti te toca», rememora el autor. Quien quiera intuir cualquier atisbo de reproche o crítica a la elección de sus padres se equivocará, y mucho. Pese a todo, Miguel Ángel defiende la elección de sus progenitores: «Toda militancia, y más entonces, implica una renuncia. Ellos eligieron; para mí eso es la militancia».

La pelea de ellas

En las mujeres de la resistencia franquista pesó mucho su militancia comunista. Pero tanto, o más, su militancia republicana, que les llevó en ocasiones a pelear «contra el régimen y contra sus compañeros» por ganar, primero, y mantener, después, su espacio de igual a igual.

Memoria del frío es la recreación de la apasionante vida de Manoli del Arco. Un libro a medio camino entre la novela, la biografía y la autobiografía. A ratos ficcionado, a ratos histórico, tiene como hilo conductor los extractos de las innumerables cartas que ella y su compañero, Ángel Martínez, se intercambiaron durante dos décadas de internamiento carcelario. La novela es también un thriller en el que Manoli hace de correo para llevar una multicopista desde Santander a Madrid, donde la espera un control policial tras un chivatazo y del que le salva un engreído falangista. Y que cuenta cómo los comunistas financiaron la resistencia antifranquista vendiendo a los prebostes de la dictadura plumas Parker de estraperlo que llegaban entre la mercancía que descargaban barcos estadounidenses en los puertos del norte de España.

Si Manoli no fuera una mujer comunista española que terminó su guardia en la lucha por la democracia retirada en un modesto piso del barrio de San Blas, en Madrid, además de este libro protagonizaría una miniserie de las que triunfan en las plataformas de pago.

Porque pese a la historia, pese a las torturas, las derrotas, el expolio, la fatiga, la cárcel, las traiciones, las purgas ordenadas por una dirección que, desde París o desde Moscú, no sabían nada de lo que pasaba al sur Pirineos, Memoria del frío no es un libro triste, ni muestra una realidad triste. Incluso aunque algunos nombres de entonces sigan resonando hoy con fuerza. «La familia Espinosa de los Monteros fue la que detuvo a mi madre, la llevó a la comisaría. Reprimió y además se quedó con los negocios», apunta Martínez del Arco, que insiste: «No solamente había una represión ideológica, fue también un acaparamiento».

«Sobrevivieron», sentencia el autor: «Fue brutal, pero al final, estaba viva y había logrado despistar a ese régimen, pese a todo. Fue una historia dura, pero no una historia triste». En la cárcel se reían. Se ayudaban. Y criaban a sus hijos. También fuera, cuando las soltaron sin dejar nunca de atosigarlas. Porque, pese a todo, siguieron en la lucha contra la dictadura desde una «militancia de la alegría», dice su hijo. Incluso cuando llegó la Transición y pensaron, «hemos vuelto a perder».

«Hay un momento de acumulación de fuerzas del 74 hasta el 77… pero esto no fue Portugal», lamenta Miguel Ángel Martínez del Arco. «Hubo verdugos y víctimas, que son los vencedores y los vencidos. Los verdugos seguían ocupando el poder. Ni el Poder Judicial, ni por supuesto los aparatos represivos, fueron limpiados. A día de hoy yo sigo sin tener acceso a los archivos del Ministerio del Interior», lamenta.

El secreto

El acceso a esa documentación podría ayudar a arrojar algo de luz sobre lo que ocurrió muy pocos años antes de que muriera Franco, cuando el autor apenas tenía 10 años. Un secreto que decidió guardarse, quizá en su primer acto de militancia consciente. Si algo sabía hacer el hijo de un matrimonio de comunistas en la España de los 70 era callar. Y lo hizo durante décadas: «Hay una cierta leyenda urbana. Claro que la represión en el año 74 no es igual que en el año 41, pero la represión fue salvaje hasta el final. Para generar terror entre los sectores organizados. Pero hay un elemento de odio. Y yo tuve la mala suerte de encontrar al torturador de mi madre 30 años después. Él quería hacer daño a la mujer que había resistido, y hacerlo a través de mí».

¿Por qué el silencio? El autor reflexiona y responde: «Mis padres hubieran asumido una culpabilidad terrible. Era un dolor insoportable para ellos. A mí entre los 9 y los 15 años me detuvieron 11 veces. Detenciones que no están reflejadas en ningún sitio. Pero me llevaron a la Dirección General de Seguridad o a la comisaría, incluso a la de San Blas o a la de Ventas, 11 veces. Pero al mismo tiempo supe que tenía que callar y de las pocas cosas que llegué a decir, me arrepiento de muchas».

Y sigue: «El abuso fue permanente. Muchos niños fueron robados, fueron violados, fueron abusados, por supuesto. Lo mío no fue un hecho aislado». Esa parte de la Historia de España sigue en la penumbra: «Nadie quiere saber. Está en los archivos de la Policía, pero no nos lo dejan ver. El Ministerio del Interior tiene el relato detallado de la tortura, y a mí me gustaría saber lo que pone, siquiera si está en un registro que yo estaba en ese momento, que yo fui. O que ella me está esperando, o que fue detenido mi padre». El secreto ya no lo es. Pero sigue sin haber un atisbo de duda sobre sus padres: «A mí el torturador me dijo, ‘vete a contarles lo que ha pasado’. Yo se lo agradezco en el alma porque fue la vacuna para no hacerlo».

Fuente: https://www.eldiario.es/politica/manoli-mujeres-franco-no-consiguio-doblegar_1_8381826.html

Foto destacada: Detalle de la portada del libro ‘Memoria del frío’

Los dos frentes de las brigadistas internacionales

Unas 700 mujeres extranjeras se sumaron al bando republicano para luchar contra Franco en la Guerra Civil. Comprometidas con el reto de frenar al fascismo en el frente español, muchas fueron relegadas a servicios de oficina o de cuidados y sufrieron la misoginia donde se suponía sagrada la igualdad. Algunas murieron en combate. Todas quedarían marcadas por aquella guerra.

elpais.com | Giles Tremlett | 06.12.2020

El 19 de julio del año 1936, la periodista holandesa Fanny Schoonheyt se puso una blusa amarilla de manga corta antes de salir a las calles de Barcelona en busca de un arma. Desde primeras horas de la mañana se había desatado una lucha feroz por el control de la ciudad, después de que las fuerzas militares de varios cuarteles se unieran al alzamiento que había comenzado dos días antes en los territorios españoles del norte de África. Por la calle pululaban grupos de milicianos armados que les hacían frente junto a policías y guardias civiles leales, pero pocos sabían manejar un fusil como Fanny, que había ganado premios en su ciudad natal de Róterdam como tiradora deportista.

No era la única mujer extranjera que andaba por las calles tumultuosas de Barcelona. Felicia Browne, una pintora inglesa, se acercó al epicentro de la batalla, la plaza de Cataluña, pero un policía escondido en un portal sacó su pito y la avisó de que aquello era todavía territorio comanche. A Felicia le llamaban la atención los contrastes de la ciudad en guerra. Cuando nadie pegaba tiros, la bulliciosa Barcelona quedaba casi en silencio. “Entre tiro y tiro se oía el viento pasar entre los árboles”, escribió en una carta.

Algún tiempo después Fanny se unió a un grupo que trepaba por los tejados del paseo de Colón hacia el edificio de la Capitanía, donde los rebeldes se habían hecho fuertes. Con su blusa amarilla, se dio cuenta de que era un blanco fácil. “Es un milagro que no me hayan pegado un tiro. Puede que se quedaran tan sorprendidos que no supieran reaccionar”, escribió emocionada a una amiga de Róterdam. “Tuve que robar mi primera arma”.

La tiradora holandesa Fanny Schoonheyt. Agustí Centelles (Ministerio de Cultura y Deporte. Centro Documental de la Memoria Histórica. Archivo Centelles)

La joven periodista llevaba dos años en la Ciudad Condal y trabajaba en la organización de la Olimpiada Popular —una alternativa a los Juegos oficiales de agosto en el Berlín nazi—. Se había hecho amiga de Marina Ginestà, una joven catalana de 17 años criada en Francia, que pronto sería la intérprete del periodista estrella del diario ruso Pravda, Mijaíl Koltsov.

En España arrancaba la primera gran guerra fotográfica y Ginestà se convertiría en símbolo de la miliciana española, posando en los tejados del hotel Colón con un fusil al hombro. Como otras tantas fotografías de milicianas que dieron la vuelta al mundo, algunas tomadas por Gerda Taro, socia de Robert Capa, lanzaba a las mujeres extranjeras el mensaje de que serían bienvenidas en la lucha contra Franco. La verdad, como Ginestà reconoció años después, es que ese fue el único día en que llevó arma y nunca pegó un tiro.

La alta y rubia Fanny le pareció a Ginestà, a primera vista, como una sirena nórdica del cine. “Como Greta Garbo. Nos daba envidia, por su elegancia y por su manera de fumar. Ninguna mujer se atrevía a fumar en la calle en Barcelona, menos ella. Así impresionaba a los hombres, que le tenían mucho respeto”.

Más respeto le tendrían aún cuando se dieron cuenta de sus habilidades con el fusil. En los primeros días se dedicó a cazar pacos —los francotiradores facciosos, reales o imaginados, que se apostaban en ventanas o iglesias—. Luego se apuntó al Grupo Thälmann, un pelotón de 20 extranjeros de la columna Carlos Marx, cuando este se marchó para Aragón. Sus miembros eran exiliados alemanes y algunos atletas que habían venido por las Olimpiadas. Entre ellos había tres parejas de alemanes y suizos además de la alemana-británica Liesel Carritt.

La estadounidense Marion Merriman con su marido, Robert (a la derecha). ALBA (Abraham Lincoln Brigade Archives)

A Fanny le dieron una metralleta que pronto aprendió a manejar con soltura. El periódico Última Hora dedicó un reportaje a “la valiente guerrillera Fanny…, una muchacha rubia, de facciones bonitas, de unos ojos de vedette, con la piel bruñida, unos brazos torneados y unas espaldas robustas, de línea deportiva”. El periodista Luis de Oney la visitó cuando ingresó en un hospital de Barcelona con problemas de hígado. “A Fanny la quieren todos, desde el coronel Villalba hasta el miliciano desconocido, por su arrojo en la línea de fuego, por su simpatía personal, por su firme valentía… Mientras las balas silban, los obuses aúllan y las granadas atruenan, Fanny hace crepitar su ametralladora”, escribió en el diario La Noche. Fanny hablaba de lo fácil que era matar a soldados enemigos cuando avanzaban “como idiotas” en fila india. Esperaba que su ejemplo sirviera “de estímu­lo a todas las mujeres del mundo” para que mirasen con simpatía “la defensa del pueblo español”.

Felicia Browne también quiso apuntarse a las milicias. “No quiero irme de este país”, escribió en una carta a los suyos. En las milicias le dijeron que no. Felicia no hablaba castellano ni catalán. Nunca había manejado un arma. Pero la artista, formada en la prestigiosa escuela londinense The Slade, insistió, diciendo que podía “luchar tan bien como cualquier hombre” y la aceptaron en otro grupo de extranjeros, aunque solo como enfermera. Para demostrar su valentía, se ofreció voluntaria a un grupo guerrillero que se infiltró detrás de las líneas enemigas para sabotear un tren de municiones. Una patrulla enemiga les disparó y Felicia corrió en auxilio de un combatiente italiano herido, al que arrastró detrás de una roca mientras atraía el fuego enemigo hasta que, según uno de los integrantes del comando, “con varias heridas en el pecho y una en la espalda, Felicia (…) cayó muerta al suelo”. No fue la única voluntaria extranjera en morir en las primeras semanas de la guerra. Las alemanas Margarita Zimbal, Augusta Marx y Georgette Kokoeznynsgy también fueron víctimas, según La Vanguardia, de la “barbarie fascista”.

La fotógrafa de guerra Gerda Taro. Robert Capa ICP/ Magnum Photos

02. MADRID

La guerra no llegó a Madrid con fuerza hasta el 20 de julio. La acción culminante fue el asalto al cuartel de la Montaña, colindante con la plaza de España. La argentina Mika Etchebéhère había llegado tan solo una semana antes para reunirse con Hipólito, su marido francoargentino, y se dio cuenta enseguida de la tensión latente en una sociedad que caminaba sobre el precipicio de la guerra. “Nos mantiene a todos despiertos, como velando a un agonizante”, dijo.

Mientras el alzamiento progresaba o fracasaba en otras ciudades, Mika e Hipo seguían a la muchedumbre que recorría Madrid en busca de armas. En un local sucio y lleno de humo del que se había apoderado el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), Mika observó que había mujeres, algunas de ellas “de aspecto raro”. “Me entero de que entre ellas hay varias de un burdel vecino que vienen a enrolarse en las milicias”. Vistas con sus ojos de clase media, hija de padres judíos que huyeron a Argentina para escapar de Rusia, le inspiraban más miedo que los generales. Nadie le preguntó, sin embargo, si pertenecía al partido ni qué hacía allí una mujer con acento extranjero. “Por derecho revolucionario, todo aquel que quiere combatir merece empuñar un arma”, observó.

Cuando por fin les llegaron algunas armas incautadas, los milicianos no sabían qué hacer con ellas, así que Hipo se ofreció a instruirlos. Eso les bastó para nombrarlo su jefe, y formaron un grupo de 100 hombres y mujeres con dos camiones, tres coches, una ametralladora y 30 fusiles y se marcharon al frente cerca de Sigüenza. Cuando su marido murió a mediados de agosto, Mika tomó el mando. A sus 34 años, se veía más como “capitana-madre que cuida de sus hijos soldados” que como oficial de tropa tradicional. De hecho, afirmó que no mandaba: “No necesito imponerme. Cuando llega una orden, la comunico a la compañía y la cumplimos entre todos”. En su columna se observaba una igualdad rigurosa. Etchebéhère incluso reclutó a dos mujeres de una columna comunista, donde habían acabado limpiando platos y ropa. “No vine al frente a morir con un paño de cocina en la mano”, se quejaba una.

La artista Tina Modotti, en San Francisco (EE UU) alrededor de 1919. Galerie Bilderwelt Getty Images

Etchebéhère terminó discutiendo con su comandante anarquista, Cipriano Mera, después de que este le dijera, al verla llorar ante un chico joven herido de muerte: “Vamos, moza, deja de llorar. Llorando con lo valiente que eres. Claro, mujer al fin”, a lo que ella replicó: “Y tú, con todo tu anarquismo, hombre al fin, podrido de prejuicios como un varón cualquiera”.

Entre los anarquistas, como había observado Mika, no todo fue igualdad y solidaridad. La filósofa francesa de 26 años Simone Weil se incorporó a la columna Durruti, dejando atrás el pacifismo que la había guiado hasta entonces. “No me gusta la guerra”, se justificó, “pero (…) cuando me di cuenta de que, a pesar de todos mis esfuerzos, no podía evitar participar moralmente en esta guerra, es decir, que no podía evitar desear cada día, a todas horas, la victoria de un bando y la derrota del otro, me dije que, para mí, París era la retaguardia y tomé un tren a Barcelona”. Con su mono azul y gruesas gafas redondas, parecía todo menos una guerrera de primera línea. Ella quiso luchar, pero la metieron en la cocina —donde la filósofa se manejaba mal y no tardó en escaldarse el pie con aceite de oliva hirviendo—. Se marchó disgustada por la despreocupación con que los anarquistas fusilaban a sacerdotes y supuestos simpatizantes fascistas. La muerte de un falangista de 15 años capturado por sus compañeros, y que prefirió que lo fusilasen antes que arrepentirse, pesó sobre su conciencia.

La brigadista alemana Liesel Carritt, en España. Cortesía de Colin Carritt

03. BRIGADISTAS

Una tarde-noche de octubre de 1936, Lise London subió al Expreso rojo, como se había bautizado al tren que llevaba voluntarios a la frontera con España desde la estación de Austerlitz en París. Era una de tres mujeres voluntarias entre mil hombres. “Nunca podré olvidar este viaje. Nos paramos en todas las estaciones, donde nos esperaban decenas, cientos, miles de hombres, mujeres y niños, con los brazos cargados de flores, frutas, comida, jarras de agua fresca, botellas y porrones de piel de cabra llenos del vino de las laderas pirenaicas, que marea la cabeza y regocija el corazón”.

Un par de semanas antes, en respuesta al entusiasmo popular por ir a luchar del lado republicano y al deseo de la Unión Soviética de implicarse, se habían creado las Brigadas Internacionales, que iban a poner seis brigadas —de hasta 3.000 voluntarios extranjeros cada una— al servicio de la República. La organización la puso el Komintern, la Internacional Comunista con sede en Moscú, pero el espíritu de las brigadas reflejó la misma transversalidad de la izquierda que se había manifestado en los triunfos electorales del Frente Popular en Francia y España. Lise, francesa de padres españoles, convivía con el intelectual checo Artur London y trabajaba en un sindicato comunista en París. Estaba embarazada, pero André Marty —el gruñón y paranoico responsable de las Brigadas, y uno de los siete poderosos secretarios de la Komintern— le había pedido que viajara hasta la sede de la organización de voluntarios extranjeros en Albacete para trabajar como su secretaria.

Mika Etchebéhère, una combatiente argentina que comandó una tropa del POUM. Alamy

El entusiasmo oficial por las milicianas empezaba a disminuir y, para mediados del año 1937, casi todas habían sido retiradas del frente. En la esfera comunista, a la que pertenecieron las Brigadas Internacionales, ya se estaba sacando a mujeres de la primera línea de fuego en octubre de 1936. Así que a las 700 que llegaron como parte de los 35.000 voluntarios foráneos se les puso a hacer trabajos de oficina o, en su gran mayoría, a trabajar como médicos y enfermeras de los 23 hospitales creados por las Brigadas Internacionales en Murcia, Albacete, Benicàssim y otras ciudades.

La enfermera negra estadounidense Salaria Kea había protagonizado su primera revolución en la cafetería del Harlem Hospital de Nueva York en 1933. Cuando un grupo de médicos blancos les dijeron a ella y a sus compañeras —otras enfermeras negras— que tenían que cambiar de mesa porque estaban comiendo en la zona reservada para blancos, se levantaron y tiraron del mantel, mandando la comida al suelo. El hospital tuvo que cambiar sus normas. Su segundo gran arrebato de rabia vino tras la invasión de Etiopía por el Ejército fascista de Mussolini en 1935. La comunidad negra de Harlem quedó indignada, y los médicos y enfermeras costearon un hospital de campaña. Para ellos, la guerra civil española fue otra fase más de la expansión fascista por el mundo.

La conductora de ambulancias estadounidense Evelyn Hutchins. ALBA (Abraham Lincoln Brigade Archives)

El 27 de marzo de 1937, Salaria salió de Nueva York rumbo a España junto a 12 enfermeras del American Medical Unit de las Brigadas. Entre los voluntarios había ya un centenar de hombres negros, con el capitán Oliver Law ejerciendo, por primera vez en la historia de Estados Unidos, como oficial negro al mando de soldados blancos. “Hombres negros han sacrificado sus vidas aquí”, dijo Salaria, quien entendió su tarea como la de “aminorar el sufrimiento de un pueblo atacado por el enemigo principal de toda minoría racial, el fascismo”. El enemigo a batir no era solo Franco, sino también “Italia y Alemania”, cuyas tropas luchaban en el otro bando.

No era la única mujer negra entre las voluntarias, ya que Flora la Cubana —conocida como La Mulata— era de las pocas mujeres que trabajaban en el servicio de ambulancias. Otra conductora de ambulancias era Evelyn Hutchins, una menuda exbailarina de cabaré de Nueva York y activista que ya había organizado el alistamiento de su marido y de un hermano a las Brigadas Internacionales. Hubo alguna queja, pero los hombres “serios” no se sorprendieron por su presencia. “Soy bajita, pero jamás me dio por pavonearme o comportarme como un hombre. Actué como siempre”, explicó más tarde.

Otras mujeres tenían puestos más tenebrosos. De Tina Modotti, actriz italiana de cine mudo y luego afamada fotógrafa, se decía que trabajaba como agente de la inteligencia militar soviética. Su novio, el italiano Vittorio Vidali, es considerado el organizador del secuestro y asesinato de Andreu Nin, el líder del POUM. Otra mujer, una misteriosa neozelandesa conocida como Amy, también operaba en Barcelona al servicio de Moscú.

Los ingleses Nan y George Green. Él murió combatiendo en España. Ella regresó a Inglaterra y volvió a casarse, aunque su nieta Emma dice que George siempre sería “su verdadero amor”. Cortesía de la familia Green

El discurso de igualdad dentro de las Brigadas Internacionales —que tan bien funcionaba con relación al racismo— topaba con la misoginia rancia de André Marty y con la violencia. “Has venido a este país a trabajar, a obedecer órdenes y no a prostituirte”, le advirtió a la enfermera francoespañola de 22 años Rosa Cremón, después de pedirle que se sentara en su regazo. Peor lo tuvo la periodista Martha Gellhorn (esposa de Ernest Hemingway), que sufrió “terror y asco” mientras aguantaba el acoso del comandante del batallón Garibaldi, Randolfo Pacciardi, durante un viaje en su coche. “Es difícil mantener a raya a un italiano salido en tierra de nadie y en plena noche”, dijo. Pero todavía peor fue la violación de Marion Merriman, esposa del comandante Robert Merriman del batallón Lincoln, por un oficial eslavo que ella no denunció para no desatar una guerra civil dentro de las Brigadas. “Esta debe ser mi cruz secreta”, se dijo.

La única mujer en la que confiaba Marty era su propia esposa, Pauline Taurinyà, quien ejerció como jefa de finanzas e inspectora de hospitales. Morena, alta, esbelta y de ojos verdes, la fría Taurinyà tenía 12 años menos que su marido y lo abandonaría por el comunista español Vicente Talens. Lise London dijo que, a partir de este momento, Marty maltrató sistemáticamente a todas las mujeres que encontró, menos, claro, a la poderosa Dolores Ibárruri, La Pasionaria. Por suerte, la mayoría de las mujeres en las Brigadas Internacionales trabajaban en hospitales lejos del feudo de Marty en Albacete.

La estadounidense Salaria Kea fue la única enfermera afroamericana en la Brigada Lincoln en la guerra civil española. También fue voluntaria durante la Segunda Guerra Mundial. ALBA (Abraham Lincoln Brigade Archives)

04. LA DERROTA

La inglesa Nan Green llegó a España en el verano de 1937, siguiendo los pasos de su marido, George, que se había alistado en las Brigadas cuatro meses antes. La compenetración política de la pareja fue tal que, cuando un cuñado regañó a su marido por marcharse, fue Nan quien le respondió: “Oye, George y yo pensamos en algo más que en nuestros propios hijos: pensamos en los niños de Europa que corren el peligro de morir en la próxima guerra si no detenemos a los fascistas en España”.

Nan era una mujer de 33 años, “enérgica, eficiente, entregada y seria, dotada de belleza e inteligencia”, según un amigo. Cuando el artista aristócrata Wogan Philipps se ofreció a pagarles un internado a sus hijos de seis y ocho años si Nan se iba a España como administradora de un hospital, ella pasó la noche en vela preguntándose “si la separación (aunque fuera temporal) de ambos padres haría desgraciados a los niños”. Al final, decidió que no, dejó a sus hijos y la mandaron al Hospital Inglés en el monasterio de Santa María de la Merced, en Huete, Cuenca, donde a mayor sorpresa suya se topó con su marido como paciente (George se había quemado un brazo en un accidente). La convivencia fue corta, ya que a él volvieron a mandarlo al frente, y durante los siguientes 14 meses se vieron tan solo cuatro veces.

Fueron meses intensos, cargados de emociones y en los que el peligro, la ideología y la cercanía de la muerte creaban lo que ella llamó un “ambiente sobrecargado” que tenía a todo el mundo en “un estado permanente de moderada excitación”. Cuando se le presentó un joven voluntario inglés guapo y simpático, estalló “como un cohete”, atribuyendo su aventura amorosa —de la que se arrepintió— a una especie de “vértigo”.

Maria Osten y, a su izquierda, su pareja, Mijaíl Koltsov, periodista de Pravda, en España. Los fusilaron al volver a Moscú, acusados de trotskistas. Keystone (Getty Images)

Al empezar la batalla del Ebro, en julio de 1938, tanto Nan como George fueron destinados a la zona, George en primera línea y ella montando un hospital en una cueva grande cerca de La Bisbal de Falset. “¡Voy tan sucia!”, le escribió a su hermana Mem, “el vendaje que me cubre los pies infectados está negro; la única sandalia que llevo se agita al caminar”. Nan ayudó a inventar un sistema de gráficos para clasificar las lesiones que fue tan del agrado del cirujano jefe de la división, el neozelandés Douglas Jolly, que este lo copió para las fuerzas aliadas en Italia durante la Segunda Guerra Mundial. Nan se encargaba también de preparar tazas de té, la panacea universal de los británicos, y ofrecía transfusiones directas de su sangre: “Hay mucha gente que no se da cuenta de lo bonito que es estar echada junto a un hombre cuyo rostro está pálido como la cera, que le entre tu sangre y que veas que le vuelve el color a la cara y que empieza a respirar”, recordaría más tarde.

Cuando el batallón británico pasó unos días de descanso, pudo estar “dos tardes y una noche entera en un sofá infestado de piojos” con su marido. Ya por entonces se rumoreaba que Manuel Azaña quería sacar a las Brigadas Internacionales de España. El presidente de la República esperaba, en vano, que esto obligaría a la retirada de las bastante más numerosas fuerzas italianas y alemanas de Franco. Ante los rumores, Nan y George se pusieron de acuerdo en que esperarían a que los dos estuvieran de vuelta al Reino Unido antes de ir a buscar a los niños, para que la primera reunión fuese de toda la familia.

La confirmación de la retirada llegó el día 23 de septiembre de 1938, justo después de que el batallón británico fuera devuelto a la primera línea. Aquel día hubo un enfrentamiento con el enemigo y George Green fue visto por última vez luchando cuerpo a cuerpo en su trinchera. Aquella noche dos amigos de George despertaron a Nan para darle la mala noticia. “Lo mataron casi en la última hora del último día. Pero nunca he podido sentir lástima por él porque estaba haciendo lo que es debido”, escribió en sus memorias. Había sido un privilegio avanzar “directamente por el buen camino de la historia, por una buena causa, y desde entonces no ha habido nada igual, tan limpio y tan claro y tan bueno y tan sano, y él estaba haciendo eso y estaba seguro de que ganaríamos… Así es como murió, volando por así decirlo, ya sabes, como los pájaros”. Con la pérdida de Cataluña en febrero de 1939, las mujeres brigadistas cruzaron la frontera francesa con el resto del Ejército derrotado y fueron internadas en los campos de concentración franceses de Argelès-sur-Mer y Gurs.

La Segunda Guerra Mundial estalló cinco meses después de que Franco declarase su victoria el 1 de abril de 1939 y las mujeres brigadistas siguieron su lucha. Muchas de ellas se convirtieron en partisanas. Pauline Tourinyà entró en la Resistencia francesa, alcanzando el grado de teniente (mientras Franco fusiló a su amante Talens). La enfermera voluntaria Vera Luftig, que había traído a España a un grupo de enfermeras judías conocidas en el hospital de Ontinyent como las “mamás belgas”, se convertiría luego en una pieza clave de la red de sabotaje soviética conocida como la Orquesta Roja.

Asimismo, algunas veteranas jugaron un papel destacado en la resistencia interna en los campos nazis a donde por rojas, judías o ambas cosas se mandó a muchas milicianas. Exbrigadistas formaron el núcleo de las células que lucharían contra los guardias en las horas antes de su liberación, tanto en Buchenwald como en Auschwitz. Entre ellas estuvo la doctora polaca Dorota Lorska, superviviente de Auschwitz y enlace de la resistencia en el tristemente famoso Bloque 10, donde vivían judías jóvenes destinadas a ser usadas como conejillos de Indias en experimentos médicos.

05. EL CIELO

La intensidad de la experiencia española marcó las vidas de muchos veteranos brigadistas. Casi todo, desde la política hasta el amor, se había vivido de una manera tan extrema que la vida civil nunca pudo orillar sus recuerdos. Nan Green volvió a casarse, pero su nieta Emma me dijo, después de leer mi libro Las Brigadas Internacionales: fascismo, libertad y la guerra civil española, que George fue “su verdadero amor”.

La enfermera inglesa Patience Darton se casó con el brigadista alemán Robert Aaquist en febrero de 1938. “¿Qué harás con un marido alemán que no tiene pasaporte?”, le preguntaron. “Siempre habrá trabajo para las enfermeras y los ametralladores”, respondió ella. El idilio duró solo dos meses, ya que Aaquist murió en la primera semana de la batalla del Ebro. A pesar de ello, Patience mantuvo siempre que su experiencia española había sido “como estar en el cielo”. Darton no volvió a España hasta noviembre de 1996, cuando unos 700 brigadistas de 28 países se congregaron en Madrid en su última gran reunión, y recibieron la noticia de que el Gobierno les ofrecía la nacionalidad española. La acompañaron su hijo Robert (cuyo padre era otro exbrigadista) y la historiadora británica Angela Jackson. Hasta entonces, no había vuelto para no tener que revivir la ruptura de ese amor corto y perfecto ni las pasiones de aquella guerra que le había marcado la vida.

Su médico la avisó de que, a sus 85 años, su salud era demasiado frágil como para viajar, pero ella insistió. Asistió a un concierto nocturno en homenaje a los brigadistas en Madrid, pero después se encontró mal y la llevaron al hospital. Murió al día siguiente, el 6 de noviembre, con Robert a su lado. “Patience había escuchado los vítores de la multitud y las canciones que recordaba de la Guerra Civil”, escribió Jackson. “Sin duda, le habría parecido que su obituario, publicado en España con el título Morir en Madrid, era una forma perfecta de poner el broche final a su vida”.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2020/12/03/eps/1607012602_599629.html

Foto destacada: La experta tiradora holandesa Fanny Schoonheyt. Juan Guzmán EFE

Manuela la Parrillera, la maquis que lo perdió todo menos su espíritu rebelde

Manuela la Parrillera

Fue enlace de la guerrilla cordobesa hasta que las palizas para que delatara a los suyos la forzaron a echarse al monte, donde tuvo un bebé que falleció. Perdió a su padre, a su pareja, a un hermano y, cuando estaba en la cárcel, a otro hijo. «Ese sueño de libertad mereció la pena», dijo antes de morir.

publico.es | Henrique Mariño | 12.11.2020

La Parrillera no fue la única guerrillera cordobesa, pero haber sobrevivido a las torturas y a la cárcel la convirtieron en memoria viva del maquis andaluz. Su biografía engrandeció su figura, aunque los hitos fueran luctuosos: la perdida de su padre en la cárcel de Valencia; la muerte de su marido a manos de la Guardia Civil; el fusilamiento de su hermano; su propia condena a pena capital, conmutada por treinta años de cárcel; y la pérdida de dos hijos, un bebé nacido en el monte y otro de diecisiete años cuando estaba entre rejas…

A Manuela Díaz Cabezas (Villanueva de Córdoba, 1920 – 2006) el apodo le venía de familia, unos humildes jornaleros oriundos de un pueblo donde el PCE había echado hondas raíces durante la Segunda República. «No eran políticamente muy destacados, pero tenían conciencia de clase. Gente de izquierdas relacionada con militantes comunistas, aunque ella nunca tuvo el carné», explica el historiador Francisco Moreno Gómez, quien en 1987 la rescató del olvido en su libro Córdoba en la posguerra (la represión y la guerrilla, 1939-1950), editado por Francisco Baena.

En su pueblo se había creado el Batallón Bautista Garcés, que participó en la batalla de Pozoblanco y en la del Ebro. «Estaba formado por la flor y nata del obrerismo de Villanueva de Córdoba, a la que se sumaron comunistas de otras localidades, quienes destacaron por su espíritu luchador», añade el autor de La resistencia armada contra Franco (Crítica), donde vuelve a abordar la figura de la Parrillera y de la Tercera Agrupación de Córdoba, gestada en otoño de 1944 y oficializada durante una asamblea en 1945.

Su jefe militar era Dionisio Tellado, apodado Mario de la Rosa o Ángel, y su jefe político, Julián Caballero Vacas, fundador del PCE y alcalde de Villanueva de Córdoba con el Frente Popular. Este último, como señalaba el estudioso Antonio Gutiérrez López en la revista Ámbitos, prefirió huir ante el avance de los rebeldes cuando la guerra civil todavía no había llegado a su fin. Caballero organizó una de las partidas pioneras en la lucha antifranquista, a la que se unieron vecinos como Basilio Villarreal, Panza, o Josefa López Garrido, la Mojea, otra relevante guerrillera.

«Dionisio Tellado llegó como enviado del partido para organizar la guerrilla, aunque debido a sus ausencias el dirigente de facto pasaría a ser Julián Caballero», explica Moreno, quien los califica como líderes muy señalados y de vanguardia. La labor de proselitismo a cargo de Tellado se centraría sobre todo en los jóvenes de izquierdas, pues algunos preferían echarse al monte antes que hacer el servicio militar en el Ejército nacional, que iba tomando las localidades del norte de la provincia. A ellos se les sumarían, sobre todo a partir de 1946, enlaces que habían sido descubiertos o que lo temían, como apunta Gutiérrez en el artículo La 3ª Agrupación guerrillera de Córdoba contra el régimen franquista (1939-1947).

En este contexto se une al maquis Miguel López Cabezas, conocido como Moraño o el Parrillero, apodo que lo emparenta con Manuela no tanto por ser su pareja como por ser su hermanastro por parte de madre. Detenido y liberado tras la victoria rebelde en 1939, antes de que lo arrestasen por segunda vez ya se había dado a la fuga. Ella, entonces, comenzó a ejercer de enlace, pero fue encarcelada once meses por haber presuntamente cometido un hurto. Aunque en el juicio sería absuelta, nunca escucharía la sentencia, pues las palizas y la persecución motivaron que se integrase en el maquis a finales de marzo de 1943 junto a su hermano Alfonso, un albañil que se negó a incorporarse a las filas franquistas y sufrir los rigores de los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores.

«Manuela, a pesar de ser analfabeta, tenía unos grandes valores, como apoyar a los suyos y defender la ideología por la que luchaban. Pese a su juventud, colaboró llevando de noche información y víveres a los escapados, por lo que se vio acosada por la Guardia Civil, que la interrogó y la maltrató. Sin embargo, a pesar de las represalias, nunca delató a nadie», recuerda Mar Téllez, expresidenta del Foro Ciudadano para la Recuperación de la Memoria Histórica de Andalucía.

Había dejado con su madre a sus dos hijos, Juanito y Adela (de cinco y diez años), pero una vez en la sierra parió a un bebé, Miguelito. «Cuando se quedó embarazada, se dio cuenta de que sería evidente que seguía viendo a su pareja y de que no soportaría los interrogatorios, de ahí que decidiese unirse a los maquis», añade la productora del mediometraje La Parrillera, una maquis por amor, cuyo título según ella es una licencia, pues su huida fue motivada por las represalias. «Se echó al monte por amor a sus hijos, a su marido y a quienes luchaban por unas ideas», matiza Téllez, quien destaca su espíritu de rebeldía.

Si las condiciones del parto en la sierra habían sido extremas, criar al recién nacido era inviable. «Y la cama era monte y una manta en el suelo», relataba Manuela a la periodista Rosa Luque en una entrevista publicada en el diario Córdoba en 2001. «Pasé muchos sustos, por eso me eché al monte. Si no, hubiera seguido roja toda la puta vida; pero en mi casa. Porque yo no he hecho nada malo. La culpa de mi historia la tuvieron ellos», añadía la guerrillera, cuya charla fue recogida por Antonio Ramos Espejo en su libro Andaluzas, protagonistas a su pesar (Fundación Centro de Estudios Andaluces).

A comienzos de 1944, tuvieron que dejar a la criatura en un cortijo, aunque luego fue llevada a un destacamento de la Guardia Civil y, finalmente, al hospital de Villanueva, donde fallecería meses después. Coincidió con su integración temporal en la partida de Julián Caballero, quien había acogido a desplazados de otras localidades cuando ejercía de alcalde en Villanueva. Luego fue comisario político y, tras romperse el frente de Pozoblanco, huyó a la sierra. En 1947 fue asesinado a tiros en una emboscada en Umbría de la Huesa (Villaviciosa de Córdoba) junto a otros cuatro guerrilleros, entre ellos María Josefa López.

«Los cadáveres de mi abuelo y de la Mojea fueron expuestos en la plaza del pueblo. Mi padre [Ernesto] era un niño, pero siempre recordó las heridas de bala y que, una vez muertos, fueron golpeados y arrastrados por los campos hasta allí», afirma Julián Caballero Aperador, nieto del jefe de la Tercera Agrupación Guerrillera y actual responsable de finanzas del PCE cordobés. «Fue una vida muy difícil. Se movían de noche y se escondían de día. La guerrilla pudo aguantar tanto gracias a la ayuda de los enlaces y de las familias de los cortijos con conciencia política», añade Caballero Aperador.

Sin embargo, todo su esfuerzo fue en vano. «Esperaban en la sierra que en Europa hubiera un vuelco contra el fascismo y que llegaran refuerzos y armas. No perdieron la esperanza de derrocar al régimen y estaban organizados para retomar la situación anterior a la guerra, pero pasó lo que pasó», se lamenta el nieto de Julián, una queja compartida por Rafael Guerrero. «Fueron unos resistentes y unos héroes, aunque el franquismo los calificó de bandoleros, una lectura que lamentablemente todavía perdura en algunos círculos, cuando deberían ser homenajeados», cree el director y presentador del programa La Memoria en Canal Sur Radio.

«Son unos grandes olvidados que sufrieron la persecución y las contrapartidas, por no hablar de las torturas a los que fueron sometidos para que delatasen a sus compañeros. La represión contra ellos fue, más que dura, terrible», asegura Guerrero, quien insiste en que aguardaban ansiosos la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, que de poco les sirvió. «España para ellos era una cárcel, por lo que reconvirtieron sus aspiraciones democráticas en la supervivencia. Estaban totalmente acosados y tenían poca escapatoria. Algunos lograron huir a Francia, pero muchos fueron ejecutados», rememora el periodista y doctor en Historia por la Universidad de Sevilla con la tesis Memoria histórica: una experiencia desde Andalucía.

Miguel López Cabezas corrió esa suerte a finales de febrero de 1944, cuando en busca de comida se topó en un cortijo de Fuencaliente (Ciudad Real) con un destacamento de la Guardia Civil. El Parrillero murió acribillado y su cadáver fue trasladado a su pueblo, donde fue expuesto en la plaza. El 16 de noviembre, su partida se separó de la de Julián Caballero por discrepancias y un día después el nuevo jefe del grupo, Inocencio Bernabé, Borrica, vio una luz en la noche y mató por error a un cazador de un disparo. Al mes siguiente, logró huir con destino a Francia durante un cerco de la Guardia Civil en el que fueron detenidos Manuela, su hermano Alfonso y el Lobito. Encarcelados en las prisiones madrileñas de Carabanchel y Las Ventas, pronto comparecerían ante un tribunal.

«Fue una farsa horrible, como todos los juicios del franquismo, porque no había ni testigos ni pruebas. Además, ella era ajena a todo eso, porque no mató a nadie, simplemente se fue con su marido para huir de las palizas», razona Francisco Moreno Gómez, quien lo considera una «inculpación colectiva». O sea, que pese a no haber cometido ningún delito de sangre terminarían pagando el crimen de otro: los últimos Parrilleros declararon que Inocencio disparó a aquel pastor que había salido a cazar de madrugada en una zona donde operaba el maquis. El análisis del sumario, a cargo del autor de La resistencia armada contra Franco, revela las acusaciones falsas y contradictorias de la Guardia Civil y de Falange —que aseguró que el Lobito había intervenido en asesinatos y que Manuela había hecho «vida marital con un hermano suyo», en realidad un hermanastro criado en otra casa—.

Como no había pruebas de quién había matado al cazador, la sentencia del consejo de guerra atribuye el disparo a alguno de los tres e incluso a Miguel López Cabezas, fallecido en el momento de los hechos. Condenados a muerte, Alfonso y el Lobito fueron ejecutados en febrero de 1946, mientras que la Parrillera vio conmutada la pena por treinta años de prisión. «Madre, cuando reciba esta carta, yo no existiré», le escribió su hermano a su madre antes de morir junto a otros condenados. «Entre ellos, tres pesos pesados de la resistencia y de la liberación de Francia: Antonio Medina, Manuel Castro y, sobre todo, el célebre Cristino García, condecorado con la Legión de Honor», como dejó escrito Moreno en Manuela la Parrillera, una cordobesa en el maquis, publicado en 2012 en el Boletín Informativo de Villanueva de Córdoba.

Él fue quien la rescató del olvido en los años ochenta. Había pasado casi dos décadas encerrada en varias prisiones y, antes de salir en libertad, le informaron del fallecimiento de su hijo Juanito, a los diecisiete años, en un hospital. Ella no pisaría la calle hasta 1961, cumplidos los 41. Se le habían muerto dos hijos, su marido y su padre, preso en la cárcel de Valencia. «Me enteré de que en Villanueva vivía una superviviente de la sierra y la conocí a finales de los setenta. Me encontré a una mujer enérgica, con coraje y muy concienciada. Entonces, la saqué del anonimato en el libro Córdoba en la posguerra (la represión y la guerrilla, 1939-1950)«, recuerda Moreno, quien la acompañó a homenajes y puso el foco sobre una de las grandes ignoradas del maquis.

«La molían a palos»

Aunque otras mujeres se integraron en la guerrilla, su caso no deja de ser singular, sobre todo por el sufrimiento vivido antes, durante y después de la sierra. «La cárcel y la muerte de su bebé, de su marido y de su hermano marcaron su vida», asegura el experto en su figura, quien subraya que en Villanueva hubo otras cuatro o cinco —pertenecientes a Socorro Rojo Internacional y a la Asociación de Mujeres Antifascistas— que se echaron al monte tras la entrada las tropas franquistas. Al cabo de un par de semanas, María Muñoz, la Loba, o Isabel la Chata terminaron entregándose. «No soportaron ese género de vida. Cuando las detuvieron, los falangistas les gritaban: ¡Ya están aquí las queridas del alcalde! Para los franquistas, todo eran líos de faldas, hasta el punto de que a las maquis las llamaban mancebas«. La Mojea, en cambio, resistió en la sierra ocho años hasta que la mataron.

«La Parrillera fue popular porque sobrevivió. No se echó al monte por amor, sino por las torturas, pues la molían a palos. Luego, en la cárcel se relacionó con grandes mujeres antifranquistas, como Tomasa Cuevas o Juana Doña. Y, una vez libre, pudo contar sus peripecias», matiza Francisco Moreno, quien señala que aunque no tuvo el carné del PCE, se sentía de izquierdas y se consideraba comunista. «Al igual que su marido, porque en Villanueva eran simpatizantes o militantes del partido. La CNT no existía y el PSOE, poco representativo, no mandó a nadie a la sierra».

Cuando Manuela comentaba que la Mojea era muy valiente, Mar Téllez le replicaba: «¿Acaso tú no lo has sido, con todo lo que pasaste?». La miembro del Foro Ciudadano para la Recuperación de la Memoria Histórica de Andalucía define a las maquis como personas «de convicción firme y fuertes creencias en sus valores», así como defensoras de la democracia y la libertad. «Sin embargo, perdieron la guerra dos veces: por ser republicanas y por ser mujeres, porque ellas fueron doblemente silenciadas y denostadas durante cuarenta años».

Fuerte de carácter, amaba todo lo que significaba ser libre, afirma Téllez, quien subraya que muchas jóvenes dieron su vida en la retaguardia por sus ideas y las de los suyos. «En la contienda y en la posguerra hay muchas Manuelas, y ella las representa a todas. Una mujer solidaria, porque nunca delató a sus compañeros, y de espíritu libre, porque prefería las tareas del campo que servir en una casa. Decía que eso de trabajar para alguien entre cuatro paredes no iba con ella», explica la productora de La Parrillera, una maquis por amor (Miguel Ángel Entrenas, 2009), quien cree que su cara y sus silencios expresaban las «barbaridades» que sufrió.

«La figura de Manuela se reivindica como una luchadora nata que tiene que sobreponerse a dos injusticias: la de la represión franquista y la de la adversidad histórica hacia la mujer. No es solo el hecho de ser maquis, sino también de ser una mujer maquis», declaraba a la TVM de Córdoba su compañero Manuel Díaz Povedano, miembro del Foro, a propósito del citado mediometraje. «Había enlaces y cortijeras que se jugaban la vida, pero la Parrillera fue una de las guerrilleras con un papel muy activo, equiparable al de cualquier hombre», señala Rafael Guerrero.

«Me ha gustado siempre sentirme libre, y ese sueño de libertad mereció la pena», le dijo la Parrillera a Rosa Luque en la entrevista que le hizo en 2001. La periodista del diario Córdoba, entonces, le pregunta si había perdonado todo lo que ha pasado. «Perdonar, sí, pero olvidar jamás», le contesta Manuela Díaz Cabezas. «Quizá esté muerta y me esté acordando de todo. Me siento estafada por la vida, no he tenido suerte en nada. Nací estrellá, qué se le va a hacer».

Fuente: https://www.publico.es/politica/manuela-parrillera-maquis-guerrillera.html

Imagen destacada: La guerrillera cordobesa Manuela Díaz Cabezas, la Parrillera. — Archivo Francisco Moreno Gómez

La ‘Red Álava’, el grupo de espías vascos creado por mujeres durante la dictadura franquista

La ‘Red Álava’ fue una red de espionaje que entre 1937 y 1940 se dedicaba a trasladar información confidencial entre las cárceles y el Gobierno vasco, en aquella época en el exilio por la dictadura franquista

eldiario.es | Maialen Ferreira | 18.10.20

Bittori Etxeberria, Itziar Mujika, Delia Lauroba y Tere Verdes fueron cuatro mujeres que vivían en diferentes lugares de Euskadi y Navarra durante el franquismo. A la vista de los demás, eran mujeres de a pie, cada una con su oficio: Itziar era sombrerera en San Sebastián, Bittori empleada de una fonda en Baztan y Tere, hija de un librero en Bilbao. Pero las cuatro guardaban un secreto: fueron las precursoras de la ‘Red Álava’, una red de espionaje que entre 1937 y 1940 se dedicaba a trasladar información confidencial entre las cárceles y el Gobierno vasco, en aquella época en el exilio por la dictadura franquista. Estas mujeres, junto al grupo que formaron de entre 30 y 50 personas, se encargaban de dar comida y medicinas a los presos y, gracias a sus informaciones sobre el régimen de Franco, se lograron impedir detenciones e incluso ejecuciones.

«Desde el punto de vista de la historia de género y del papel de las mujeres en la historia, este es un buen ejemplo. Aquí hay unas mujeres que han sido nucleares, centrales, protagonistas y por una vocación y un trabajo político y cultural que venía de antes, de los años de la república, basándose en su conciencia y su ideología, lo llevan a unos papeles de un protagonismo en unas circunstancias totalmente inesperadas, como son las de una Guerra Civil española. Represión, voluntad de exterminio del disidente, y sin embargo ellas no se echan para atrás y juegan un papel primordial y relevante», cuenta el historiador Josu Chueca, que trató el tema este jueves en su conferencia ‘Red Álava. Paradigma para una historia de género’ en la Fundación Sabino Arana de Bilbao.

Aprovechando su posición ideológica –la mayoría de ellas formaban parte de Emakume Abertzale Batza, la asociación femenina del PNV– y sus lazos con presos –contaban con hermanos en la cárcel o en el caso de Delia con su marido, que fue encarcelado y posteriormente fusilado–, eran las personas idóneas para el trabajo, que comenzaron en septiembre de 1937 tras la toma de Bizkaia por parte del bando sublevado y la rendición del Ejército vasco en Santoña (Cantabria).

Tere, Itziar, Bittori y Delia, precursoras de la ‘Red Álava’ Fundación Sabino Arana

La vigilancia sobre ellas en las visitas a las cárceles era menor, puesto que se hacían pasar por mujeres que visitaban a sus familiares. Eso les permitió cierta libertad de movimiento y facilitó crear la red y poner en contacto a todos los participantes de la misma, entre los que habría incluso funcionarios de juzgados. Su labor consistía en realizar actos solidarios para con los detenidos, pero también trasladaban en mensajes escondidos en cestas de comida información jurídico-militar y social de la España franquista, desde la cuestión de la frontera, instalaciones militares, búnkeres, posiciones del Ejército, movimientos, etc. al Gobierno vasco, que luego sería trasladada también al Ejército francés.

Gracias a los mensajes que enviaban las cuatro mujeres y el resto de los participantes de la red, el Ejecutivo del lehendakari Aguirre, en el exilio en París, fue consciente de la situación de los presos vascos, así como de las penas a las que se enfrentaban. Por su parte, desde el Gobierno vasco trasladaban mensajes de apoyo e incluso se realizaron gestiones para paralizar ejecuciones falsificando documentación.

La ‘Red Álava’ quebró en 1940 cuando el Ejército nazi irrumpió en París y la Gestapo entró en la sede del Gobierno vasco. Allí encontró la documentación sobre la red que el Ejecutivo vasco había ido recopilando y la trasladó al Gobierno de España. A pesar de que en los documentos figuraban nombres en clave, para aquel momento la Policía contaba con información suficiente como para identificar a las participantes de la red y proceder a detenerlas.

La primera en ser detenida fue Bittori, después las otras tres. Son llevadas a la cárcel de mujeres de Ventas, en Madrid. Junto con ellas se detuvo a 30 personas más, pero fueron procesadas 21, de las cuales un total de 19 fueron condenadas a muerte en un juicio celebrado en julio de 1941. Entre los nombres de los hombres detenidos y condenados figuraban el hermano de Bittori, Esteban Etxebarria, Francisco Lasa, Rafael Gómez Jauregi, Ignacio Barriola Luis Cánovas o Luis Álava. Finalmente, este último es el único que resulta ejecutado, y su apellido da nombre a la red por ser la única víctima mortal. Un recurso en el año 1942 libra al resto de los condenados de correr la misma suerte que Álava, que fue fusilado el 6 de mayo de 1943.

«Ignacio Barriola, que conocía bien el tema porque además de ser procesado, él también escribió un libro llamado ’19 condenados a muerte’ publicado en el año 78, decía: ‘Don Luis se hizo cargo igual de más responsabilidades de las que él había tenido. Así como la mayor parte de los demás intentamos como fuera rebajar nuestras responsabilidades, don Luis se hizo cargo de más’. Fue por eso la víctima propiciatoria de los militares, que no podían dejar pasar que una red u organización que había funcionado pasando información al Gobierno vasco y al Gobierno francés de aspectos militares y políticos de la España franquista quedara sin una fuerte condena», ha explicado Chueca.

L as cuatro mujeres creadoras de la ‘Red Álava’ Fundación Sabino Arana

Bittori, Itziar, Delia y Tere, cuando están en la cárcel, pueden vivir en sus propias carnes lo que ellas habían creado. Mujeres pertenecientes a la red llegaban a la cárcel de Ventas a llevarles comida, medicinas o ropa y así pudieron trasladar mensajes a sus allegados, como una carta que firmaron todas menos Delia –con quien los jueces fueron más benévolos al ser viuda de un fusilado y para entonces ya la habían mandado a una cárcel más cercana a su casa, la cárcel de Ondarreta, en San Sebastián– dirigida a Luis Álava, cuando se enteraron de su condena de muerte. La carta decía lo siguiente: «Queridísimo don Luis, después de dudar un rato, hemos decidido escribir estas líneas para que en estos momentos de verdadera prueba no le falte nuestro aliento y decirle que nuestros pensamientos y nuestro corazón no le abandonen un instante, pues desde que supimos la terrible noticia que tenemos, nos cuesta tanto pensar que pueda realizarse. Don Luis, con el alma entera decimos la pena inmensa que nos da que vaya usted solo, pues hemos soñado muchas veces poder repetir aquellas palabras de Azkarate cuando le llevaban para dentro, a fusilar. Doy gracias a Dios que todos nuestros trabajos han sido animados por el ejemplo de tantos hermanos nuestros. Dios le ha designado para seguir el mismo camino que ellos, él le premiará generosamente. Si nos permite velaremos toda la noche, pues ya que no podemos estar junto a usted le acompañaremos en el espíritu. En la gloria que le espera no nos olvide. Reciba con estas frías líneas que nunca podrán expresar lo que en estos momentos sentimos. Un fuerte abrazo y cariño de Mari Tere, Itziar y Bittori».

Finalmente, salen en libertad entre 1945 y 1946, con la obligación de no poder volver al País Vasco hasta el año 1947. Lo mismo ocurrió con los hombres encarcelados, que no pudieron regresar a su tierra hasta el 47, cuando todos los integrantes de la ‘Red Álava’ regresaron a Euskadi y Navarra. Según el seguimiento realizado por el historiador Josu Chueca, Tere falleció en el año 1955, y las otras tres precursoras de la red de espionaje vivieron hasta la Transición.

Fuente: https://www.eldiario.es/euskadi/red-alava-grupo-espias-vascos-creado-mujeres-durante-dictadura-franquista_1_6298276.html

Foto destacada: De izquierda a derecha, Tere Verdes, Delia Lauroba, Bittori Etxebarria e Itziar Mujika Fundación Sabino Arana

El triste regreso de la feminista Lucía Sánchez Saornil al franquismo: así fue su clandestina vida

La Segunda Guerra Mundial le obligó a cruzar la frontera y vivir oculta durante los primeros años de dictadura.

elespañol.com | 20.10.20 | Julen Berrueta

«Queremos escribir de nuevo la palabra mujer». Con estas palabras, la poeta anarquista Lucía Sánchez Saornil resume lo que ansiaba conseguir en un siglo XX español en el que imperaron las reivindicaciones sociales de todo tipo. Cofundadora de la organización Mujeres Libres en 1936, pretendía lograr la emancipación femenina como un fin en sí mismo, no como un medio para hacer la revolución. La Guerra Civil y el franquismo detuvieron el sueño de la feminista.

Nació un 13 de diciembre de 1895 bajo el seno de una familia humilde de Madrid. Su padre trabajaba para el duque de Alba y su madre y su hermana murieron cuando Lucía no era más que una niña. A ella le tocaba cuidar de la casa y mantenerla ordenada. No obstante, gracias a una herencia familiar, poseían una modesta biblioteca que despertó la sed literaria de la joven.

A medida que pasaron los años, la poesía ultraísta de Sánchez Saornil comenzó a publicarse en diferentes revistas. Lo hacía bajo el seudónimo de Luciano de San Saor, con la intención de escribir sin temor a ser señalada sobre su pasión por las mujeres.

Retrato de Lucía Sánchez Saornil.

En la década de los veinte y treinta, dejó la poesía en un segundo plano para militar en movimientos anarquistas. El anarquismo español había promovido todo tipo de iniciativas, escuelas y centros por todo el país y en muchas de ellas se les otorgaba un espacio a las mujeres. Tal y como escribe la licenciada en Filosofía y Periodismo Rebeca Moreno en Feminismos: la historia (Akal), se debatía «en torno a sexualidad, trabajo, relaciones entre sexo, maternidad…«. 

Sin embargo, el machismo de sus compañeros y el paternalismo con el que eran tratadas les llevó a fundar una asociación aparte llamada Mujeres LibresSi el feminismo fue «el hijo no deseado de la Ilustración», Mujeres Libres fue «la hija no deseada del anarcosindicalismo español».

Exilio en Francia

Una asociación que llegó a tener hasta 30.000 miembros y que creó guarderías para que las mujeres pudieran formarse en el feminismo y el anarquismo, se vio frenada en su lucha por el estallido de la Guerra Civil española. En el caso de Lucía Sánchez Saornil, la guerra le cambió la vida por completo. Participó en diferentes frentes y también combatió el fascismo con su pluma. La poesía volvía a ser parte central de su vida.

Por una parte, en 1937, conoció a su compañera sentimental de por vida América Barroso. Por otra, se vio obligada a huir a Francia junto a su nueva pareja. Como indicaría la escritora Nuria Capdevila-Argüelles, su exilio fue triple: abandonó España por escritora, mujer y lesbiana

Lucía Sánchez Saornil y Emma Goldman en España.

Junto a Barroso, iniciaron una nueva vida en París. La guerra en España estaba perdida y sus sueños de cambiar el sistema, extintos en un país regido por Francisco Franco. Trabajó en París retocando fotografías, no sin antes haber pasado un tiempo en un campo de refugiados para españoles. En España, los exiliados se enfrentaban a ser castigados y en Francia no eran bienvenidos.

La paz tampoco duraría demasiado en el país vecino. El inicio de la Segunda Guerra Mundial les obligó a replantearse su futuro. Finalmente, optaron por regresar a España de forma clandestina. Barroso tenía una hermana que vivía en la frontera, por lo que recibieron ayuda para cruzar la frontera a finales de 1942 y huir de la guerra otra vez. Esta vez, eran delincuentes que el franquismo perseguiría de haber sabido que se encontraban en suelo español.

Instaladas en la capital, trató de reorganizar en secreto Mujeres Libres aunque no tuvieron el éxito conseguido en tiempos de la Segunda República. Además, fue reconocida mientras caminaba por la calle y decidió marcharse con Barroso a Valencia. Hasta que en 1954 regularizara su situación, carecía de identidad y de cualquier derecho en España.

A partir de entonces, retomó su faceta artística y se adentró en la pintura. Fallecería el 2 de junio de 1970 de un cáncer de pecho. Su labor, empero, influyó enormemente a las jóvenes generaciones que buscaban agrietar el hermetismo del franquismo. «Las ideas de Mujeres Libres alimentaron el feminismo de la segunda ola a finales de la década de 1960 y principios de 1970, cuando las mujeres protestaron más enérgicamente y a escala global contra el predominio masculino en todos los ámbitos sociales», señala El libro del feminismo (Akal).

Lucía Sánchez Saornil no pudo ver la caída del franquismo, pero sí fue testigo de un cambio social en una España que hasta entonces había permanecido callada.

Fuente: https://www.elespanol.com/mujer/mujeres-historia/20201020/regreso-feminista-lucia-sanchez-saornil-franquismo-clandestina/529447636_0.html

Foto portada: Lucía Sánchez Saornil. Real Academia de la Historia

‘Mujeres en lucha’, de Isabella Lorusso | Libro

La persecución a las ideas de izquierda han sido dominantes desde que los poderes vieran peligrar sus influencias y privilegios. Es por ello que, a las puertas de la Guerra Civil y durante ésta, la purga a cualquier idea comprometida de la izquierda de clase, obrera, era perseguida no ya por la derechas derechas, sino por las mismas izquierdas que veían en los proyectos libertarios o cooperativistas una amenaza a la hegemonía política que estaba en juego.

Mujeres en lucha (Altamarea, 2018) es un recogido de entrevistas realizadas por Isabella Lorusso durante años a conocidas militantes anarquistas (CNT) y comunistas (POUM) que vivieron los años de plomo, la Guerra Civil y la II Mundial y el exilio -entendido como interior, exterior o simbólico-. La perspectiva de género en el libro es clara y necesaria: posiblemente sea un libro donde cualquier ciudadano, digamos progresista, debería leerse para conocer el papel de la mujer en la revolución: la red de cuidados, la auto organización, el apoyo (no siempre) mutuo.

[Nota: a muchos militantes del PCE y del PCPE no les gustará el libro. A los Llamazaristas menos. Por no hablar de los CarrilloLovers. Tampoco hará sonreír a unos pocos que divinizan la figura de Federica Montseny…]

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Como otras luchas, la suya fue una batalla librada en otro tiempo, pero necesaria hoy también: primero porque la mujer fue la marginada de la intentona revolucionaria: ninguneada en el frente por muchos compañeros y desarollando el rol servil en la retaguardia; si bien el progreso cultural e intelectual en los frentes fue llevado a cabo por ellas en la labor de maestras, bibliotecarias o mecanógrafas: tres empleos que podrían parecer prescindibles pero eran vitales para la comunicación y coordinación de los militantes. También, es de sentido evaluar la capacidad que tenemos las hombres para poner en un segundo plano las necesidades de la mujer: en tiempos de progreso quedan supeditadas a la mayoría masculina. Para pensar y no volver a cometer el mismo error.

No es un libro de memoria histórica, ni tampoco un recogido de frases al uso: es una radiografía necesaria de unas protagonistas que vieron en la oportunidad de mejorar una tierra una discriminación por ser mujeres, quitándose la venda de los ojos ante las tentativas de igualdad obrera. Lectura recomendada para todos: sobre todo para hombres.

Fuente: https://xavirossellm.wordpress.com/2019/04/22/mujeres-en-lucha-de-isabella-lorusso/

Mujeres muy libres que (casi) nunca lo fueron

mujeres muy libres

‘Retratos del feminicidio franquista’, de Susana Falcón, recoge en forma de poemas las historias de mujeres que lucharon por la libertad.

lamarea.com | 17.07.20 | Olivia Carballar

«Estas vidas, estas muertes, todas juntas en este mosaico, cobran un significado nuevo: ahora pueden permanecer juntas en la memoria colectiva del pueblo andaluz, como juntas fueron arrojadas muchas de ellas a las fosas de las mujeres. Solo de mujeres. Así como estuvieron unidas en una muerte cruel y salvaje, de la que se hicieron acreedoras por soñar una vida mejor, así permanecerán unidas, gracias a este trabajo. Como una bandada de aves, como una nube de mariposas, sobrevolando nuestra memoria y nuestro corazón”, reflexiona la investigadora Pura Sánchez en el prólogo de 100 mujeres andaluzas. Retratos del feminicidio franquista (El Garaje Ediciones), escrito por la periodista hispano-argentina Susana Falcón. Son mujeres que nunca fueron libres, pero fueron a la vez mujeres muy libres por dentro que nunca dejaron de luchar por la libertad. 

Sé, Amalia, / que nunca te cansaste en tu larga vida, / de escritora y oradora / organizadora persistente / maestra laica y librepensadora, luchando por la educación, / por el voto femenino. / Sé, Amalia, / lo que soportaste: / procesos que no fructificaron, encierros domiciliarios / y llamadas a declarar durante años, / hasta tu muerte. / Sé, Amalia, / que no te has ido / que tu huella luminosa y lúcida / está en el aire de esas chicas gaditanas / rebeldes y violetas, / dispuestas como tú a cambiar las reglas del juego / y hacerlas iguales para hombres y mujeres / como tú, Amalia, / que soñaste con la vuelta de la niña, / hasta el final, / aquella rubiecita / gorro frisio manto rojo / y bandera tricolor. 

“Amalia Carvia Bernal es un ejemplo de ello. A partir de los años 30 y de la Segunda República, las mujeres empezaron a poder construir un espacio de libertad. Buscaron las libertades generales, en sus vidas cotidianas, y muchas con una práctica política importante. Se rompieron las costuras que el poder había establecido. Y eso, la defensa de la libertad, les costó un altísimo precio: algunas fueron fusiladas; otras fueron señaladas. Volvió el encierro. En las cárceles y en el hogar. Volvió el ser sumisas”, explica Susana Falcón desde Sevilla, en una entrevista realizada durante el confinamiento por la COVID-19. Hace justo un año, permanecía encerrada en su casa escribiendo este libro.

“A Angelita, de Guadalcanal, maestra en Coria del Río, le matan al novio. Con miedo y angustia, consiguió salvarse gracias a una familia de derechas que la acogió. Toda su vida tuvo pasión por enseñar y nunca más pudo hacerlo, salvo unos pocos años cuando llegó la Transición”, enumera de entre el centenar de mujeres a las que ha tratado de rescatar del olvido en forma de poemas.

Quién le iba a decir a Ángeles, / aquella muchacha de ojos verdes y cabello dorado, / que le acusaban por haber sido proclamada / reina de la belleza en una caseta de feria “caseta de / masones e izquierdistas”, / atónita descubrió que en su contra declaraban curas, alcaldes, guardias civiles… aseguraba que era / laica y alardeaba, segura, de ello, / que había apoyado, solidaria, / el boicot obrero a la compañía de transportes, / que era “indiferente religiosa”…

Por prohibir, el franquismo prohibió la libertad hasta en los nombres. Josefa Castro García se llamaba Libertad antes de la guerra y la dictadura. Después, pasó por diversas cárceles, desde la provincia de León hasta Euskadi. Su historia, que no sale en los libros de Historia, ha sido narrada en una propuesta cinematográfica promovida por el Laboratorio de Antropología Audiovisual Experimental del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León: “Me llamaba Libertad y tuve que quitarme el nombre. Me quedé sin libertad, por si acaso había pasado poco metida en la cárcel”. Murió en 2015. 

Falcón sabe también qué es el miedo, la no libertad. Ella se exilió en la dictadura militar argentina a finales de los 70. “Yo tuve la suerte de sobrevivir y estar aquí”, dice al otro lado del teléfono. La tarde de la entrevista tiene una presentación virtual de su libro, cuya promoción, como casi todo en este tiempo, tuvo que ser cancelada. “Yo estoy acostumbrada a vivir sin salir mucho porque escribo y vivo sola. Me gusta estar sola. Pero este clima de incertidumbre es espantoso. Me preocupa el después. Aunque al menos, por ahora, estamos vivos”. 

Las manos de Lola Tejera, fallecida recientemente, sostienen la foto de familiares represaliados. EDUARDO ROBAINA

La doble lucha de las mujeres

Mercedes Liranzo fue una de esas mujeres antifranquistas que hoy vive, también, confinada. No solo tuvieron que hacer frente a la dictadura, también tuvieron que enfrentarse, en ocasiones, a los hombres que luchaban a su lado: “Nosotras vivíamos en una contradicción: nuestros ideales, tan altos como los de ellos, chocaban con la vida cotidiana. Y en las reuniones, el punto sobre la mujer siempre era el último en el orden del día, que siempre quedaba para la siguiente reunión, también en el último punto del orden del día”, explicó durante un encuentro a finales de 2016 en Sevilla. 

Julia Campos, que desde los 16 años se integró en el Partido Comunista, narró en ese mismo encuentro cómo las actividades clandestinas de su marido, en el punto de mira del régimen, desplazaron sus aspiraciones políticas y sociales: “A mí el partido me retiró a mi casa. Me convirtió en ama de casa. Y en cierto modo, cuando lo detienen, para mí fue una liberación, entiéndaseme bien. Como persona fue una liberación porque ya no había peligro y pude retomar mis actividades”.

Dos años después, Mercedes Liranzo publicó Mujeres antifranquistas, un libro editado por el Ayuntamiento de Sevilla en el que recogió los testimonios de vida de mujeres en su mayoría anónimas: “En esos años todavía las mujeres antifranquistas no habíamos adquirido una conciencia de género, porque nuestra prioridad entonces era la lucha contra la dictadura. Sin embargo, a finales de los años sesenta y principios de los setenta, las mujeres ya con una experiencia en la lucha, empezamos a pensar en nuevos planteamientos sobre las mujeres dentro de nuestras organizaciones y fuera de ellas, creando grupos o comisiones de mujeres para tratar el problema de género. A algunos dirigentes políticos de izquierda de aquella etapa se les quedó el reloj parado en una determinada época y les daba miedo el feminismo. Hasta que cayeron en la cuenta que éramos el 52% de la población y era importante tenernos de su lado cuando tirásemos las dictadura; y porque el movimiento feminista era ya imparable”, reflexiona Liranzo.

En algunos casos, el matrimonio les supuso una cierta liberación: “Mi matrimonio me permitió hacer cosas que no hubiera podido hacer si hubiera seguido en casa: estudiar psicología, desarrollar una intensa actividad política, conocer el feminismo y hacerme una ferviente seguidora de la lucha de las mujeres”, cuenta Margarita Laviana en el libro. “Ramón y yo nos hicimos pareja y eso me dio la oportunidad de aprender mucho a nivel político –escribe Liranzo–. Un día me contó que formaba parte del PCE. Con el tiempo yo entré en las Juventudes Comunistas, a partir de entonces mi vida se desarrolló entre el trabajo y el partido. Me incorporé a la célula de mi barrio, donde era la única mujer”.

El siguiente pasaje, en un comité local del partido en Santa Coloma, resume esas contradicciones de las que hablaba Liranzo al principio: “En mi turno de intervención, solté todo lo que llevaba dentro, me lo sabía de memoria. […] Les pregunté, entre otras cosas, por sus compañeras, las cuales eran también militantes y simpatizantes. ¿Por qué estas no participaban en nada y siempre se quedaban ellas con los niños? ¿No tendrían que dar ellos ejemplo? La reunión se partió en dos bandos donde cada uno defendía sus posiciones; a mí no solo me apoyaron las pocas mujeres que había sino que también algunos camaradas terminaron por apoyarme. Yo pensé en lo que me iba a caer después de eso. ¡Pero me equivoqué! Y todo esto, cuando precisamente ya en 1972, en Hacia la libertad –un pequeño libro que sacó el Partido del Octavo Congreso– Carrillo dice: ‘Si en algo tenemos que dar los comunistas españoles un viraje ideológico de 180 grados, creo que es en el problema de la aptitud hacia la mujer. Incluso en los camaradas más generosos, más avanzados, más entregados a la causa, hay frecuentemente una actitud reaccionaria en cuanto a la mujer, a su papel en la vida y en la sociedad’”.

“No solo estuvieron, sino que hablaron, propusieron, reivindicaron, apoyaron a sus compañeros en huelgas y encierros, se encerraron e hicieron huelga ellas mismas, conocieron las cárceles, a uno y otro lado de las rejas… Todo ello mientras hacían la compra, preparaban la comida, lavaban la ropa, llevaban a sus hijos e hijas al colegio, aseados y alimentados”, escribe, también en el prólogo de este libro, Pura Sánchez, autora de Individuas de dudosa moral, la investigación que supuso un antes y un después en la memoria de las mujeres represaliadas por el franquismo.

Fuente: https://www.lamarea.com/2020/07/17/mujeres-muy-libres-que-casi-nunca-lo-fueron/

Elisa Garrido “la Mañica”, integrante de la red Ponzán y saboteadora antinazi

Elisa Garrido

Hoy continuamos con la sección de “Mujeres de armas tomar” y nos desplazamos hasta Francia para conocer la historia de Elisa Garrido Gracia. Miliciana en las columnas anarquistas, enlace de la red Ponzán, deportada a los campos nazis y finalmente saboteadora. Lo más importante es que además de todo esto, lo pudo contar.

elsaltodiario.com | 25.07.20 | Imanol

Saludos guerrilleros a toda la gente que sigue el blog. Hoy vuelvo a las mujeres de armas tomar. Trato de que no me despisten los virus, los confitamientos y demás elementos ajenos que rondan por las cercanías y vuelvo a mis historias. A lo largo de estos años, he estado bastante centrado en en los temas guerrilleros y no había puesto suficiente antención en el género de los mismos. Así que apercibido de mi error, este año trataré por lo menos de equilibrar un poco las cosas y rebuscar y retratar, a parte de aquellas mujeres que actuaron con la misma determinación e idealismo que lo hicieron los hombres…así que ahí vamos. Hoy seguimos los pasos de Elisa Garrido Gracia “La Mañica”.

Elisa Garrido había nacido el 14 de junio de 1909 en el pueblo aragonés de Magallón. Con el paso del tiempo decidió emigrar a Barcelona. Era hija de militantes libertarios, así que pronto conoció “la idea” y a ella se encomendó, afiliandose con presteza al sindicato anarquista. En Barcelona conoció a Marino Ruiz de Angulo, militante confederal como ella, con quien pasaría por dos guerras, a las que ambos sobrevivieron y junto al que terminó sus días. En la Ciudad Condal se ganaba la vida como sirvienta en casa de una familia con recursos, lo que no le impidió participar en los combates de julio de 1936 por las calles de la misma, e integrarse posteriormente en una de las columnas que marchaban en dirección a Aragón desde el cuartel Ausias March. Elisa debía tener las cosas muy claras, pues no aceptó el rol de las mujeres en la retaguardia, y en 1938 seguía movilizada y combatiendo en la temible batalla del Ebro.

Milicianas anarquistas en las calles de Barcelona. Julio de 1936

Una vez perdida la guerra civil, tomó camino del exilio, en compañía de su compañero Marino. Desconozco los primeros tiempos pasados por la pareja en el país vecino, aunque posiblemente, no me equivoque mucho si me arriesgo a decir que fueron internados en uno de los campos que la república francesa dedicó a nuestros compatriotas. Lo que si sabemos es que ambos marcharon hacia el sureste, que residieron tanto en Marsella como en los altos Alpes y que se integraron prontamente en la resistencia. Se dedicaron al rescate de personas, y no pudieron elegir mejor grupo, pues eran uno de los eslabones de la red Ponzán, la red compuesta por libertarios españoles que consiguió hacer cruzar por tierra o por mar a cerca de 3000 hombres y mujeres perseguidas por los nazis, ya fueran pilotos de guerra, integrantes de la resistencia o simplemente personas en peligro.

Francisco Ponzán Vidal, encargado de la red de evacuación que llevaba su nombre

Ella tomó el relevo de su compañero cuando este fue detenido, y siguió realizando las labores tanto de correo como de guía para la organización. Pese a las precauciones tomadas, fue capturada en Toulouse en otoño de 1943 por la temida Gestapo. Ingresó primeramente en la cárcel de Saint Michel, enclavada en dicha ciudad, donde fue severamente torturada, y permaneció tres semanas en aislamiento, aunque consiguió guardar silencio y que nadie más resultara detenido. Su siguiente parada fue en una de las prisiones de París, y como no hay dos sin tres, fue enviada finalmente a la de Compiegne, antesala de los campos. El 30 de enero de 1944, su suerte empeoró, y junto a otras 959 mujeres, fue enviada al temido campo nazi de Ravensbrück. Fue registrada en el mismo el 3 de febrero. Allí, Elisa perdía nombre, apodo e historia y pasaba a ser el número 27219.

Mujeres trabajando para uno de los Kommandos en las cercanías de Ravensbrück

El recibimiento, como era de esperar no fue bueno. Largas horas en posición de firmes, palos, gritos, y finalmente, a desnudarse, rapado de pelo y a las duchas frías, que fuera febrero daba igual. El 21 de julio de ese mismo año, era destinada al Kommando Hasag, para trabajar en un complejo militar dedicado a la fabricación de obuses en la ciudad de Leipzig, junto a otro numeroso grupo de deportadas, entre ellas siete españolas más. Aquí vuelve a cambiar su matrícula, ahora es el número 4068. Por mucho que le cambiaran el número, Elisa era de ideas fijas, así que pronto empezaró a sabotear la produción de obuses con ayuda de sus compañeras. Trabajaban 12 horas diarias y recibían una sopa y un mendrugo de pan. Ellas se referían a si mismas como presas políticas y de hecho declaraba años después: “Considerábamos, pues, el sabotaje como un deber primordial y la verdad es que los obuses y las máquinas quedaban inutilizados con gozosa frecuencia”. Además de sabotajes, también reclamaban su estatus de prisioneras: “Decidimos arriesgarnos a una acción, de cara a reivindicar nuestra condición de presas políticas frente a los obreros alemanes, a quienes habían dicho que éramos ladronas, prostitutas, etc, a las que reeducaban por el trabajo y con las que no debían hablar en absoluto”. Los nazis, decidieron darles un pequeño pago en bonos de cantina, cuestión que las presas aprovecharon al grito de: “No somos obreras libres, somos presas políticas, no queremos dinero de Hitler”.

Entre los sabotajes que realizó Elisa, se la recordará por haber inutilizado parte de la fábrica de obuses, su “modus operandi” era: “Dejaba parte del explosivo en las bombas que, al no haber quedado bien acabadas, tenían que volver a pasar por la fresadora para ser pulidas otra vez, entonces la máquina hacía de percutor y provocaba una explosión en cadena”.

Tras el estallido de parte del complejo, fue devuelta a Ravensbrück, con bombardeo aliado incluído del tren en el que viajaban. De nuevo en el campo fue metida en el “pabellón de las gitanas”, el nº 28, de condenadas a los hornos. Durante esta temporada, los malos tratos fueron severos, fue atacada y mordida por los perros de los guardias, fue violada por los SS, llegando incluso a sufrir un aborto por los abusos recibidos.

Elisa Garrido, integrante de la red Ponzán, deportada a Alemania y posteriormente saboteadora antinazi

La suerte cambió en junio de 1945, cuando fue incluída en un canje de prisioneros realizado por la cruz roja. A cambio de un grupo de presos alemanes, conseguirían la libertad un grupo de personas deportadas, y entre ellas, estaba Elisa. Primero fueron llevadas a Frankfurt, para pasar posteriormente a Suecia vía Dinamarca. La libertad la consiguieron en la ciudad de Estocolmo.

Una vez terminada su segunda guerra, Elisa y Marino, que se habían reencontrado, se aposentaron en París,ciudad con un elevado número de libertarios españoles en sus calles, allí aguantaron hasta finales de los 50.

Tras la etapa parisina, decidieron volver a España, instalándose en Mallén. Ella abrió una pescadería en Cortes de Navarra, mientras él se dedicaba a las labores del taxi. El proyecto no funcionó, así que decidieron volver a cruzar la frontera hacia el norte y aposentarse de nuevo en Francia. Allí seguía siendo mucho más fácil y menos peligroso vivir.

En el país vecino, fue una mujer reconocida y condecorada, no como aquí, y es que en estos temas seguimos con el eterno “Spain is different”. Elisa falleció en Toulouse en marzo de 1990.

Elisa Garrido junto a parte de su familia en una de las visitas a Magallón

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/ni-cautivos-ni-desarmados/elisa-garrido-la-manica-integrante-de-la-red-ponzan-y-saboteadora-antinazi?fbclid=IwAR33Mb9l-puFp5of804-JJJTXI-zU1yuzkUmNED_d9WGGCafdYyOFR-e6M0

La única mujer asesinada en Almería por el franquismo: una heroína fusilada con solo 19 años por luchar contra Franco y Hitler

Encarnación Magaña

La luchadora libertaria, Encarnación Magaña, pondrá nombre a la primera calle con denominación de mujer gracias a los alumnos de un IES de su pueblo
elplural.com | 23.07.20 | Juan Luís Valenzuela

Una iniciativa de alumnos de un Instituto de Educación Secundaria, aceptada y recogida por el ayuntamiento almeriense de Tabernas, ha hecho posible dos cuestiones relevantes. Por un lado, que este municipio cuente con la primera calle con nombre de mujer. Por otro lado, que la figura de la única mujer fusilada en la provincia de Almería en la época franquista, Encarnación Magaña, sea honrada y elogiado su compromiso con la libertad. Magaña, natural de Tabernas, fue fusilada en las tapias del cementerio de Almería con tan solo 19 años en la madrugada del 11 de agosto de 1942.

La iniciativa partió de los alumnos del IES «Manuel de Góngora» que enviaron seis propuestas ‘Tabernas con nombre de mujer’ para que este municipio conocido por ubicarse junto a la zona desértica que lleva su nombre y por haber sido lugar de rodaje de varios spaghetti western, contase con la primera calle rotulada con el nombre de una figura del género femenino. Según el alcalde, José Díaz, “es una manera de dignificar el importante papel de muchas de estas personalidades a lo largo de nuestra historia».

Exhumación cadáveres fosa Porreres memoria histórica

Huérfana desde los dos años y adoptada, forjó su personalidad rebelde

Encarnación Magaña Gómez quedó huérfana a los dos años y fue adoptada. Por ese hecho se eliminaron los apellidos iniciales conociéndosela como Encarnación García Córdoba. Era hija de José Magaña Rosa, jornalero, y Dolores Gómez Soriano, ama de casa. Su padre murió en un accidente de trabajo en 1922. Cuatro años más tarde su madre fallecía en Almería, a donde se habían trasladado para trabajar en una trapería. Luego vino la adopción. Este devenir le hizo forjarse un carácter fuerte y un espíritu rebelde e independiente, por lo que desde jovencita fue una destacada “luchadora por la legalidad republicana”. Encarnación defendió las libertades democráticas oponiéndose al régimen de manera organizada. Se encargó de traducir los partes de las noticias de la BBC británica sobre la Segunda Guerra Mundial y de hacerle copias. Dichas copias luego las distribuía en Almería y en Gibraltar como parte de una publicación antifranquista, a favor de los aliados en guerra contra la Alemania nazi de Hitler.

Abraza la causa anarquista con la CNT y las Juventudes Libertarias

Su filiación política era claramente anarquista habiendo pertenecido a la CNT y a las Juventudes Libertarias. Al finalizar la Guerra Civil en 1939, decidió hacer oposición al régimen franquista. Por ello decideió afiliarse a la CNT en Almería. Sus primeras labores iban en la línea de ayudar a los presos políticos que salían de la cárcel procurándoles medios para sobrevivir, atenciones sanitarias y hospedaje.

Toda esa destacada actividad conllevó varias detenciones por el régimen franquista. Una de estas detenciones se produjo en marzo de 1942 por formar parte de una organización clandestina, conocida como el ‘Parte Inglés’. Se le acusó de ser dirigente, en concreto la secretaria del ‘Parte Inglés’, y por ello fue condenada a pena de muerte junto siete compañeros: los ‘Siete claveles blancos y una rosa roja” como se recoge en el libro ‘Memoria Viva de Andalucía’, de Fernando Martínez, Leandro Álvarez y Sergio Mellado. Fue enterrada en una fosa común con dos de ellos con tan solo veinte años.

Desde las Juventudes Libertarias, desempeñó responsabilidades importantes en la organización Mujeres Libres llevando a cabo actividades de lucha y propaganda como el festival benéfico de Solidaridad Internacional Antifascista o las visitas a los frentes de Granada para llevar prensa y comida a los milicianos.

El «Parte inglés» y la BBC británica

Pero su acción más sonada, mencionada anteriormente y que al final le costó la vida, fue el integrar junto a un grupo de almerienses una organización clandestina que hacía oposición publicando y distribuyendo octavillas copiadas de los partes de guerra que la BBC radiaba diariamente durante la II Guerra Mundial. Estos textos servían también para publicar el Gibraltar Calpense.

Detención y proceso por “peligrosa para nuestra España Nueva”

Tras sufrir su primera detención fue liberada, pero en julio de 1939 vuelve a ser detenida hallándole en su domicilio propaganda de la CNT y ejemplares de la publicación Solidaridad Obrera en la que se criticaba a Hitler y el bombardeo alemán junto a libros, cartas y fotografías de militantes que ella misma había reclutado en la capital y varios pueblos de la provincia. Magaña fue acusada de “peligrosa para nuestra España Nueva”.

El 24 de noviembre de 1941, merced a un “chivatazo”, Encarnación fue detenida otra vez por las autoridades franquistas  por difundir “propaganda subversiva” e integrar una organización clandestina. Meses antes, en abril, fueron detenidos 116 compañeros liderados por el estudiante Joaquín Villaespesa Quintana. Es a partir de ahí cuando se inicia el proceso sumario conocido como ‘El parte inglés’. Esta farsa judicial afectó a  117 personas y fue impulsada por orden del Gobernador Militar de Almería.

Fusilados en la tapia del cementerio los «Siete claveles blancos y una rosa roja»

Se ha calificado la sentencia del “Parte Inglés” dictada por el Tribunal Militar como llena de un afán «ejemplarizante» de los dirigentes del régimen que comenzaban sus inicios en esos primeros años de la década de los 40. El 18 de mayo de 1942, siete compañeros de Encarnación y ella misma fueron condenados a muerte en las tapias del cementerio de San José de la capital almeriense. En la madrugada del 11 de agosto fueron fusilados los denominados «Siete claveles blancos y una rosa roja«. Fue enterrada en una fosa común con dos de ellos. Solo tenía veinte años en el momento de su ejecución. La única mujer fusilada en la Almería franquista que ahora tendrá, por fin, una calle en su pueblo, Tabernas.

Gracias a la investigación del historiador Eusebio Rodríguez Padilla, autor de diversos libros sobre la represión franquista en las provincias de Almería y Granada (La guerrilla antifranquista en la provincia de Almería. Huidos, guerrilleros o bandoleros  o El Parte Inglés. La lucha antifranquista desde la clandestinidad en Almería, entre otros) se sabe que los fusilamientos se realizaron en el muro derecho de la entrada al cementerio de San José, usando las luces de los vehículos para iluminarse. Según este experto, Encarnación Magaña Gómez, Antonio González Estrella y Cristóbal Company García fueron enterrados en la fosa treinta.

Un aviso del franquismo almeriense a los defensores de la libertad

En definitiva, el Parte Inglés fue el intento de un grupo de jóvenes almerienses que se opusieron al franquismo al mismo tiempo que ayudaron a las familias de los presos. Una organización secreta que traducía la prensa inglesa en relación a la Segunda Guerra Mundial y la distribuían por toda Almería. Este hecho dejó en mal lugar a las autoridades franquistas y falangistas, civiles y militares que «compitieron por hacer méritos en la dureza de los interrogatorios y los logros obtenidos con ellos. La respuesta de la dictadura militar fue feroz y terrible, donde se detienen a más de cien personas y a ocho de ellos se le condena a muerte; además de otros cinco inculpados que corrieron la misma suerte por causas que se les siguieron de forma paralela a la 1319/41. Destaca sobremanera la figura de Encarnación Magaña Gómez, por su arrebatadora personalidad y sus dotes de liderazgo, siendo la única mujer fusilada en Almería cuando sólo contaba la edad de 19 años. La dictadura fue implacable con ellos, mostrándolos como advertencia de lo que les ocurriría a todos aquellos que intentasen imitarles».

Tranquila y serena ante el peloton de fusilamiento

Tanto Encarnación Magaña Gómez como Joaquín Villaespesa llegaron hasta la capilla serenos como lo demuestra la firma de la notificación, con una letra clara y recta, en contraste con la actitud de incredulidad de otros y que incluso se negaron a firmarlas «en un estado, fácil de imaginar de extremo nerviosismo ante el trágico final que adivinaban se cernía sobre ellos en las próximas horas”. En el cementerio, momentos antes de su fusilamiento, Encarnación Magaña se negó a recibir la comunión. Cuando la joven llegó a las tapias del cementerio fue besando uno por uno a sus compañeros. Cuentan que mostró su orgullo sin lágrimas en los ojos. Se alineó junto a ellos y sus ultimas palabras fueron» ¡Tirad al corazón! ¡Matadme! Veinte hombres y un oficial hicieron las descargas y ocho cuerpos caen fulminados y luego  arrojados a una fosa común. Solo el cuerpo de Villaespesa fue exhumado  y pudo ser enterrado en el panteón familiar. Los familiares de los demás, entre ellos los de Magaña no pudieron ni tan siquiera velarlos.

Un compañero que llevó  flores a la fosa fue condenado

Como anécdota dejamos esta de un simbolismo fraternal enorme y de un final también triste. Un militante anarquista y compañero de Encarnación y los fusilados, Fernando Rodríguez Ramos, subió por las tapias del cementerio de San José y en la oscuridad de la noche depositó una corona de flores en la fosa. Detenido por este hecho, fue luego condenado. Era un miembro más del «Parte Ingles», la organización que luchó valientemente con partes de guerra de la BBC y otras heroicas acciones contra Franco y Hitler. Un grupo de valientes que se opusieron al fascismo y al nazismo y defendieron de los valores democráticos y republicanos a costa de sus vidas.

Imagen destacada: https://almeriaisdifferent.com/

Fuente noticia: https://www.elplural.com/sociedad/unica-mujer-asesinada-almeria-franquismo-heroina-fusilada-19-anos-luchar-franco-hitler_244556102

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