De todos los colectivos humanos, en todos los episodios de la historia, fueron casi siempre las mujeres las que sufrieron las mayores atrocidades. Tambien en la historia de España. Una mujer de Travias (Oviedo) (sic), que en la guerra y posguerra del 36 residió en Foz (Lugo), conoció el horror de la cárcel de mujeres de Saturrarán (Mutriku), algo solo comparable al infierno que vivió con su marido. Su peripecia es muy poco conocida. La crónica la escriben los vencedores ?a corto y largo plazo- y, en su caso, eran, además, hombres. Así que su borrado de la historia quedó asegurado y solo cabe decir, como el poeta, una mujer me duele en todo el cuerpo…
Toda su peripecia vital transcurre entre un mapa de nieblas. La única
certeza está en la Caja número 50 del Archivo Histórico Provincial de
Guipúzcoa relativa al penal de Saturrarán. Allí se conserva una
instancia de 1942 dirigida al director de la penitenciaría por una
reclusa que pide no regresar a su lugar de origen. La peticionaria era
Consuelo García de la Viña, de 62 años de edad, natural de Travias
(Oviedo) (sic) y vecina de Foz (Lugo).
La profesora María Jesús Souto Blanco ?en sus fichas de encarcelados en Lugo con motivo de la guerra de 1936- dice que su causa militar era la 696/36 y constata que ingresó en el penal lucense el 24 de noviembre de 1936 y salió de él el 28 de febrero de 1938. Al entrar, tenía 56 años, estaba casada, su profesión eran “sus labores”, fue detenida por el delito de Auxilio a la Rebelión y conducida en 1938 al presidio de Saturrarán, en Guipúzcoa.
Malos tratos y vida depravada
En la citada
instancia, Consuelo García destaca que estuvo encerrada en ese penal
vasco de 1938 a 1942 para cumplir una condena de 20 años de prisión y
que fue puesta en libertad condicional por su buen comportamiento en esa
última fecha. Afirma que fijó su residencia en Foz (Lugo) “buscando el
sustento y el cariño de mis hijos”. Y añade que su marido -“que desde
hace años venía dándome una vida de malos tratos y él haciendo una vida
depravada”- solicitó por ella, pero sin su autorización, su cambio de
residencia para el lugar donde él vivía “con el mero deseo de hacerme
morir de hambre y disgustos, y por separarme de mis hijos mayores de
edad que, durante mi permanencia en esa prisión de Saturrarán, no han
podido hacer vida con él”. Dice también que “hoy vienen sosteniéndome a
causa de mi avanzada edad”. Por las circunstancias descritas, la
infortunada Consuelo pide al director del penal que no autorice su
traslado a su localidad de origen, sino a Foz.
La vida en la cárcel de Saturrarán era injusta e
inhumana. Pero seguro que, al firmar su instancia, Consuelo García sabía
que la vida que le esperaba fuera era más cruel y más incierta todavía…
Cuatro fallecidas de Lugo y la primera alcaldesa de Galicia, la de A Cañiza, entre las mujeres recluidas
La maestra de Tomiño (Pontevedra), Josefa García Segret (Tui 1900-Redondela 1986), relata en su libro Abajo las dictaduras las
penalidades pasadas en Saturrarán por las mujeres allí recluidas. Entre
otras, la entrega de sus hijos pequeños a militares franquistas, el
acoso, la inanición, las interminables jornadas de trabajo, los castigos
y agresiones o las duras condiciones de vida pues, cuando subía la
marea, a muchas reclusas, castigadas en las celdas de la planta baja,
les llegaba el agua hasta la cintura…
Entre las 116 fallecidas durante su estancia en
la cárcel guipuzcoana, cuatro eran de Lugo, según datos del Archivo
Histórico de Guipúzcoa. Eran Carmiña Pico Rodríguez, de Pino (Pobra do
Brollón), de 2 años, hija de María Pico Rodríguez, por bronquitis;
Herminia Rey Acebedo, de Lugo, 26 años, soltera, por tuberculosis
pulmonar; Pilar González Castro, de Lugo, de 34 años, casada, por
insuficiencia coronaria; y Casilda Fontás Rubiás, de Lugo, de 31 años,
soltera, también por tuberculosis.
En Saturrarán estuvieron presas significadas mujeres gallegas en la lucha antifascista. Entre otras, Purificación Gómez González, la primera mujer alcaldesa de una villa gallega, A Cañiza; Flora de Dios Rodríguez, que lideró la resistencia popular en la Porta do Sol, en Vigo, contra el pelotón comandado por el capitán Antonio Carreró; Isabel Ríos Lazcano o la citada Josefa García Segret, maestra de Tomiño y compañera de Hipólito Gallego Camarero quién, tras resistir a los nacionales, se echó al monte como guerrillero y fue capturado y ejecutado en octubre de 1936.
Cuando Lola Sanjuan tenía 11 años se fue de su pueblo natal en Aragón a casa de su tía, en Bilbao, porque tenía problemas respiratorios y los médicos les recomendaron que pasara una temporada cerca del mar. Estando allí estalló la Guerra Civil y Lola no pudo regresar con su familia. Nunca volvió a ver a su padre ni a uno de sus hermanos, que fueron fusilados, y tardó tres años en reencontrarse con su madre, Benita. En ese período Lola estuvo refugiada en Camprodon, cruzó los Pirineos varias veces y escribió infinidad de cartas a su madre. Aunque sabía que las cartas nunca llegaban, Benita también le escribía continuamente.
catalunyapress.es | 16.06.20 | Maria Alemany
«A mi abuela le gustaba mucho hablar y a lo largo de los años me
repitió las historias un millón de veces», explica en referencia a su
abuela Lola Noemí Sanjuan, que ha plasmado la relación epistolar de su abuela y su bisabuela en el libro Nietas de la memoria, publicado por la editorial Bala Perdida.
La de Lola y Benita es una de las diez historias con las que el libro trata de recuperar la memoria histórica
de las mujeres de las que nunca se habló. Mujeres que, a pesar de no
luchar en la guerra o ser fusiladas, pasaron por situaciones
extremadamente duras.
La idea del libro surgió a través de un grupo de Telegram compuesto por muchas mujeres periodistas que el 8 de marzo de 2018
se unieron a la huelga feminista y a las multitudinarias
manifestaciones. Tras muchas conversaciones, el 23 de abril de ese mismo
año surgió la idea de contar la vida de sus abuelas, de mujeres que
vivieron la guerra pero a quienes la sociedad siempre ignoró. Una vez
acabado, Bala Perdida las recibió con los brazos abiertos. «Es una
manera de dar voz a mujeres que fueron anónimas y de homenajearlas»,
explica Lorena Carbajo, editora del libro.
Los relatos de la guerra y la posguerra
siempre hablan de los hombres de esa época, pero casi nunca de las
mujeres, en especial de las mujeres desconocidas. «La cotidianidad de las mujeres en la época de la guerra y posguerra, que era durísima, no se conoce.
Muchas se quedaron solas, muchas sufrieron la represión o tuvieron que
dejar de trabajar. Muchas fueron educadas en el nacionalcatolicismo, que
las oprimía», relata Sanjuan.
Es por eso que las autoras decidieron rescatar la historia cotidiana de esas mujeres que doblemente silenciadas, por el machismo y por la opresión. «La historia siempre está contada por hombres y nos parecía interesante contar la historia de las mujeres que lucharon muchísimo y, en muchas ocasiones, solas, sin sus maridos», cuenta la nieta de Lola.
HISTORIA DE VACÍOS
La de Carmen Freixa es
una historia completamente diferente. Su relato, cuenta la autora, es un
relato de silencios, de vacíos, que narra lo que vivieron muchas
familias de la burguesía catalana. En su familia había dos historias con
dos bandos.
«Nadie se fiaba de nadie», asegura. «La
burguesía catalana recibió con los brazos abiertos la dictadura y
entonces había silencio en las casas porque nadie quería que sus hijos
contaran en la escuela lo que oían de los padres. Había muchos
silencios». Silencios que, asegura, se traducen en no conocer a tu
propia familia, y en tener un sentimiento de pérdida de unas historias
que podrían haber sido preciosas.
Freixa remarca la crudeza de la situación
de aquellas mujeres, algunas de las cuales «fueron adolescentes durante
la República y tenían una esperanza de un futuro mucho mejor, en el que
podían votar, ejercer la política y ser libres». Todas estas mujeres
tuvieron que callarse y adoptar el papel de la mujer servicial y
callada, siempre a disposición del patriarca. «Fue mucho peor para ellas
porque conocieron la libertad», explica.
Igual que su compañera, Freixa considera que al hablar de memoria histórica siempre se habla de hombres. «Nadie dice que la memoria histórica también está compuesta por todas estas mujeres, muchas de las cuales no tienen ni nombre ni apellido. Pero creo que cuando hablamos de memoria histórica debemos hablar de todas ellas, porque gracias a ellas hoy tenemos los derechos democráticos que tenemos», dice convencida la autora, que señala que la memoria histórica está conformada por muchas pequeñas mujeres que pasaron siempre desapercibidas pero lucharon por conseguir pequeñas cosas que hoy consideramos derechos fundamentales.
«Creo que todo el mundo que lea el libro sentirá que parte de su familia está ahí, con otros nombres y otras circunstancias», dice Freixa. Ambas autoras se muestran orgullosas de poder contar las historias que representan a tantas mujeres de las generaciones de sus abuelas. Además, en la web del libro animan a que quien quiera envíe la historia de su abuela para poder crear un proyecto colaborativo.
«¿Cuántas historias se han quedado allí que no hemos llegado a conocer? ¿Cuánta memoria se está perdiendo?«, se pregunta Sanjuan.
Se ha escrito tanto sobre la guerra civil y, sin embargo, qué pocos testimonios de mujeres. Para todas ellas, el final de la guerra supuso una doble derrota. A la pérdida de un gobierno democrático para España, las mujeres tuvieron que añadir la pérdida de sus derechos como personas que el franquismo borró de un plumazo haciendo a la historia y a nuestro país retroceder medio siglo. María de la Luz Mejías Correa lo contó en primera persona en el libro Así fue pasando el tiempo (Editorial Renacimiento).
elsaltodiario.com | 25.06.20 | Julia Rípodas
“— Uy, ¡qué guapina eres! ¿Por qué te fuiste a la guerra con lo guapa que tú eres? —Porque tuve ganas, contesté. Salieron sin más y me quedé tranquila.”
Así fue pasando el tiempo es el testimonio de una mujer extremeña que con veinte años se unió a las milicias republicanas al comienzo de la guerra civil española. El libro es la transcripción de las grabaciones que su nieto realizó de su abuela contando toda su vida: su infancia de niña huérfana en los pueblos de Alconchel, Higuera de Vargas y Olivenza, sus años de adolescente trabajando como criada en varias casas y en un sanatorio de la ciudad de Badajoz, su lucha en el frente durante toda la guerra, los meses de cárcel tras la derrota y las infinitas penurias sufridas después, durante los años más duros del franquismo, para sobrevivir, para tener con qué alimentar a sus hijos y para salir adelante con dignidad entre tanta miseria y barbarie.
Su relato, que tiene el ritmo y la calidez propias de la narración oral y espontánea, arroja un retrato valiosísimo de los cambios vividos por la población rural extremeña antes, durante y después de la guerra civil. “En la mentalidad beata de entonces, que una mujer se pusiese pantalones, era un travestismo y una inmoralidad. Así que a las que lo hacíamos nos llamaban “machos pericos”, que es lo que decían a las mujeres que para ellos no eran femeninas. Y es que en general las mentalidades estaban muy atrasadas entonces.”
En la vida de María se encarna el éxodo de los pueblos a las ciudades a lo largo de gran parte del siglo XX. Ella fue una de las avanzadas porque con tan sólo trece años se instaló en la capital para trabajar . Allí conoció a su novio y se unieron a las Juventudes Socialistas Unificadas y, más tarde, al comienzo de la guerra, a las milicias republicanas.
La mirada de María nos sirve también de memoria viva de la matanza de Badajoz y del desarrollo del conflicto visto desde la resistencia en Madrid, donde pasó la mayor parte del tiempo que duró la guerra.
“Cuando estábamos en la milicia estábamos comidos de piojos y casi ni podíamos vivir de la miseria que teníamos. Hacía mucho frío. Era pleno invierno y nada más nos abrigábamos con las ropas que teníamos puestas. No teníamos calefacción, ni teníamos lumbre, ni teníamos nada…..Caían obuses que tiraban con los cañones y bombas de la aviación. Sonaban las sirenas de alrma para esconder a la población en los refugios, en los sótanos. Yo nunca hice caso, y me quedaba fuera oyendo los motores de los aviones pasar. Las calles de Madrid siempre estaban vacías.”
Se ha escrito tanto sobre la guerra civil y, sin embargo, qué pocos testimonios de mujeres. Para todas ellas, el final de la guerra supuso una doble derrota. A la pérdida de un gobierno democrático para España, las mujeres tuvieron que añadir, durante más de cuarenta años, la pérdida de sus derechos como personas, conquistados no sin dificultad durante la República , y que el franquismo borró de un plumazo haciendo a la historia y a nuestro país retroceder medio siglo.
“Nada había hecho para merecer
cárcel y estuve casi un año presa, con condena de seis años y un día
que finalmente no cumplí. Nada había hecho Juan y lo absolvieron, pero
estuvo en un campo de concentración en Madrid y tuvo tres meses de
prisión en Olivenza. Todavía a fecha de hoy, ningún gobierno de España
nos ha pedido perdón por el error cometido, las torturas y el
sufrimiento, ni por los familiares fusilados o desaparecidos.”
La
guerra también fue para ellas, para las que, como María, se unieron a
las milicias y para las que no. Dar voz y visibilidad al recuerdo de
tantas Marías silenciadas es una cuestión de justicia social y
humanitaria.
[María de la luz Mejías Correa (Olivenza, Badajoz, 1916) es una mujer extremeña que durante la guerra civil española formó parte de las milicias repúblicanas perteneciendo a la llamada columna de Pedro Rubio.]
Hoy tratamos el papel oculto y desconocido de la participación de la mujer española en las cadenas de evasión, creadas por los servicios secretos aliados, contra la ocupación nazi del continente europeo.
elsaltodiario.com | 20.04.20 | Imanol
Tengo que reconocer que llevo bastante tiempo indagando en las redes de evasión que funcionaron entre Francia y el estado español durante la 2ª Guerra mundial. Lo que es información en si, tengo mucha, a veces pienso que demasiada. Pero desde hace no mucho, que me dio la sana idea de investigar el papel de las mujeres en dichas redes, me he dado cuenta que ellas, o no participaban, o si participaban, pasaban desapercibidas.
Así que he
empezado de nuevo. Pero buscando exclusivamente el papel desarrollado
por estas mujeres, bueno, yo aún diría más, interesándome primero en
quienes eran ellas. Pues como siempre en estos laberintos de la memoria,
si además de clandestina, eres mujer, serás doblemente olvidada y
enterrada en el enorme baúl de la desmemoria. Para colmo de males, uno
de los hombres que personalizó lo francés, y lo resistente, el que luego
sería el presidente Charles de Gaulle, no solo minimizaba el papel de
los resistentes, si no que lo restringía en la medida de lo posible, a
los ámbitos exclusivamente militares y masculinos.
Mi primera sorpresa ha sido encontrarme un montón de nombres, la mayoría de ellos completamente desconocidos. De hecho, la mayor parte de la información de este artículo esta basada en el texto de Diego Gaspar Celaya “Au combat sans armes”. Y si los he podido encontrar es porque ya estaban ahí. La pregunta es, ¿no habían aparecido ante mis ojos, porque si no especificas que buscas mujeres, siempre aparecen historias de hombres, o sí que habían aparecido y yo no les había dado importancia?…ahí lo dejo.
Para quien tenga interés en el tema, deciros que las
redes de evasión se encargaron del traslado de muchos miles de personas,
perseguidas por los nazis, desde diversos países europeos ocupados por
los alemanes, hasta las embajadas aliadas en España y Portugal, o si era
posible, hasta el mismísimo Gibraltar. Estas redes fueron creadas y
subvencionadas por los servicios secretos aliados, quienes además
proporcionaban armas, papeles falsificados, e incluso emisoras de radio,
a las distintas cadenas evasivas.
Quien siga el blog, ya sabe que me suelo centrar en los ambientes libertarios, así que hoy, como no podía ser de otra manera, nos toca empezar con la red que más libertarios, y sí, también libertarias, albergó entre sus integrantes. Nos referimos a la red Ponzán o Pat O´Leary.
La red Ponzán fue una de las más importantes que actuó en Francia, llegando a evacuar entre 2000 y 3000 personas, la mayor parte por los Pirineos, pero también por mar. Bajo la dirección del maestro anarquista Francisco Ponzán “Vidal”, quien se encargaba de los eslabones desde Toulouse hasta el estado español, actuaron muchos anarquistas, pero como ya hemos dicho, hoy las protagonistas son ellas. Así que vamos con las mujeres que también formaron parte de esta cadena de evasión: La primera fue la propia hermana de Ponzán, Pilar. Colaboradora infatigable de Francisco, resultó detenida en una de las redadas de la gendarmería y purgó varios meses en el campo de Brens. La maña Elisa Garrido participó en la cadena, primero en la zona de los Alpes y posteriormente en Toulouse. Detenida, torturada y deportada a Alemania, cuando formaba parte de un kommando de los que salían a trabajar del campo de Buchenwald, tomó parte en la voladura de la fábrica de obuses en la que trabajaba. Dentro de la antena marítima de la red de evasión, destacaron como enlaces la valenciana Segunda Montero “Conxita” y Lucía Rueda “Patro”. Entre otras cosas fueron las encargadas de llevar desde Marsella a Perpiñán y Toulouse a los supervivientes de la operación “Cascara de Nuez”. Margarita Sol ejercía las labores de enlace para la red, además, en su casa de Toulouse, se encontraba uno de los laboratorios de falsificación de la misma. Alfonsina Bueno Vela actuaba desde Banyuls, allí, además de esconder gente en su casa, se dedicaba a recoger armas de las que lanzaban los ingleses, tanto para la red, como para el maquis. Detenida en 1943, fue deportada a los campos de Alemania, aunque consiguió volver con vida. Además de las anteriormente citadas, también colaboraron en la red Generosa Cortina Roig, Palmira Pla, María López, Antonieta Bretós, Pepita Solé o Carmen Mur Arderiu. La mayor parte de estas mujeres eran anarquistas. Decir que desde mediados de 1943, tras la detención del jefe de la Pat O´Leary, el belga Albert Guerisse, se hizo cargo de la cadena la francesa Marie-Louise Dissard “Françoise”, hasta el final de la ocupación y la derrota nazi. En la red franco-belga Comete, que normalmente pasaba la gente a evadir por el Pirineo occidental, es decir, por la zona vasca, encontramos entre otras a Francisca Halzuet “Frantxisca”, quien fue detenida en compañía de varios pilotos en enero de 1943. Deportada a Alemania murió en el campo de Ravensbrük. En la misma red encontramos a Maritxu Anatol, Maria Irene Angoso, Maria Garayar Recalde y Consuelo Olorón. Como punto final, y ya que el tema de hoy “va de chicas”, decir que esta red fue creada por la ciudadana belga Andrée De Jongh.
En la red Brandy actuó como enlace Luisa Rodríguez,
desde 1942 hasta la liberación de Francia, aunque también sufrió las
inevitables detenciones e interrogatorios por parte de la Gestapo. Como
enlace en la misma red estaba también Feliciana Llach.
Antes hablamos de Generosa Cortina, quien trabajaba para la cadena Pat O´Leary, pues también podemos encontrarla prestando sus servicios a la red belga De Jean.
Entre las redes francesas descubrimos a Rosa Hernández en la Action R1, además de colaborar con el maquis de Picaussel. En la Action R3 estaban Adela Guardia y Primitiva Vilarrasa, la primera de ellas también colaboraba con los grupos de Combat en Beziers.
En la red AJ-AJ, que dependía del estado mayor aliado, actuaban Palmira Fernández y Elena María Picón.
Ambas ejercían de correos para la red, aunque Palmira lo combinaba con
sus labores de guía de montaña y encargada de recoger armamento lanzado
por paracaídas.
Para la británica Alibi trabajaron Carmen Aguilera Zapater, Rosario Fabregas y Braulia Cánovas. También ellas combinaban las labores de guía con el albergar evadidos en sus respectivos hogares.
En la red Andalousie actuó Concepción Davín.
En la red Robur Alfred participó la libertaria Agustina Tomás Chale.
Para la red comunista Base Espagne encontramos en labores de correo a Aurora Díaz Monje y a la cántabra Marina Vega de la Iglesia,quien posteriormente actuó como espía para los aliados.
Para la red belga Sabot, colaboraron Segunda Montero “Conxita” a quien ya conocemos de la red Ponzán, Carmen Gardell García y su hija Sabina Bartolí. Las dos últimas también participaban en la red Darius.Carmen Gardell murió en Alemania, a causa de su deportación.
Maria Gloria Barragán combinó sus labores de enlace, con las de correo y agente de información para la red británica Georges France.
María Benítez Lúquez actuó para la red británica Gilbert.
Teresa Fenolleras realizaba las labores de guía para una de las redes polacas, concretamente desde la frontera hasta Barcelona.
Pilar Álvarez fue parte de la red estadounidense Buckmaster, en esta misma actuó una temporada el guerrillero libertario Ramón Vila.
Marcela Cayetano ejerció de enlace para la red británica Jade Fitzroy.
Paquita Argote trabajó para la red Jove.
Teresa Terraza
actuaba de enlace para la red NAP, además de albergar y transportar
armas u ocultar evadidos. Por si esto no era suficiente, colaboraba
activamente con los grupos resistentes de Combat y MUR en Montpellier.
Micaela Egea colaboró con la red polaca PSW-AFR.
María Angulo, Maria del Carmen Parra Moreno y María Josefa Sansberro
colaboraron con la red británica Shelburn. Las dos primeras albergaban
evadidos y actuaban como puntos de apoyo. Sansberro, ejercía de correo y
tambíen como guía de montaña.
Rosa Muñiz y Matilde Sirven tenían labores de enlace y de correo para la SR Marine francesa.
La anarquista Rosa Camps
actuaba de enlace en la ciudad de Burdeos, conducía aviadores entre
Burdeos y Bayona y ocultaba resistentes en su casa. Fue detenida y
torturada por la Gestapo, siendo finalmente liberada en mayo de 1944.
La libertaria Pepita Solé participaba en una pequeña red mayoritariamente confederal que conectaba Buciet, en los Pirineos Atlánticos, con la capital navarra, Pamplona.
La también anarquista, deportista de élite y poetisa Ana María Martínez Sagi se integró desde la ciudad de Chartres en una de las numerosas redes de evasión, aunque por el momento desconozco cual fue.
Esto es solo un acercamiento, una muestra de lo que
fue la participación femenina en las redes de evasión. Por desgracia, se
habrán quedado montones de nombres en el tintero, algunos de los cuales
espero ir encontrando con el tiempo. También por desgracia, si buscamos
información sobre las mujeres aquí nombradas, posiblemente de la mitad o
incluso más, no encontremos más que la referencia del texto de Diego
Gaspar Celaya. Queda mucho trabajo por hacer, pero nadie dijo que esto
fuera a ser fácil. Si todo va bien, las próximas que aparecerán por
estas páginas serán las mujeres que participaron en la resistencia en
Francia, pero no adelantemos acontecimientos…
Fuentes:
La red de evasión del grupo Ponzán. (Antonio Téllez), Republicanos
españoles en la 2ª Guerra Mundial. (Pons Prades), Espías, contrabando,
maquis y evasión. (Ferrán Sánchez), Formas de oposición y resistencia al
régimen. Las redes de evasión aliadas <1940-1944> (Concepción
Pallarés), archivo propio, journals.openedition.org y lhoumeau.com
Foto portada: Ana María Martínez Sagi, anarquista, poeta, deportista, periodista, lesbiana y resistente en Francia.
En el año 1949 las presas políticas de la cárcel de Segovia comenzaron una histórica huelga de hambre en solidaridad con el aislamiento de una presa, que había denunciado las pésimas condiciones de vida que sufrían en la prisión.
publico.es | 15.03.20
ALEJANDRO TORRÚS
Lugar: cárcel de mujeres de Segovia. Fecha: 25 de febrero de 1949. La abogada chilena M. Klinfel
visita el espacio acompañada de un buen número de funcionarios de la
dictadura franquista para conocer el estado del sistema penitenciario.
La letrada pregunta a las presas. Hay tensión en el ambiente. Primero
responde María Salvo. Enumera irregularidades. Klinfel toma nota y pregunta a otra presa. Es Mercedes Gómez Otero.
Rompe a hablar. No hay quien la pare. Habla de las inyecciones con
jeringas que no han sido hervidas tras tratar a tuberculosos. De los
váteres dentro de las celdas. Del hacinamiento. La falta de sábanas, de
abrigo, de alimento. Y la puntilla:
– «Estamos en la cárcel por luchar contra el régimen de Franco«, exclamó Mercedes Gómez Otero.
– «En un régimen comunista, por eso que está usted diciendo, la fusilarían«, respondió el capellán de la prisión, que también acompañaba a la visitante.
– «No sabemos lo que pasará esta noche cuando se vaya esta señora», responde Mercedes Gómez Otero.
La respuesta por
parte de los responsables de la prisión no se hizo esperar. Esa misma
noche la Junta de Disciplina acordó que el castigo sería individual y
que Gómez Otero sería recluida en una celda de castigo por tiempo ilimitado. La
decisión fue comunicada al día siguiente. Por la noche solo había dos
funcionarias en la prisión y las autoridades temían un motín.
Mercedes Gómez Otero era la única castigada por denunciar las condiciones de todas las mujeres encerradas en la prisión. El resto de mujeres no lo aceptan. Comienza el jaleo. Gritos, golpes y toques de timbre. Las presas políticas exigen la vuelta de Mercedes o el castigo colectivo. Era sencillo: o todas o ninguna. La dirección de la cárcel se niega. Castigarlas a todas era reconocer una acción colectiva, de raíz política, por parte de las presas. El motín ya está formado.
«Nos subimos a las ventanas y empezamos a dar gritos, a llamar al pueblo de Segovia, les decíamos: ‘Pueblo de Segovia, por favor, nos están castigando, nos están matando a palos, avisad a nuestras familias. Avisad en este hotel, a esta señora, y decidle que están torturándonos por haber hablado'», relató la presa política Antonio García a Tomasa Cuevas, que plasmó sus palabras en la obra Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas.
La situación
superó a la dirección del centro, que pidió ayuda a la Prisión
Provincial. Llegaron trece nuevos funcionarios para meter a cada presa
en su celda. Porras, golpes y autoridad a base de sangre. Pero las
políticas ya habían acordado una respuesta al castigo a Mercedes Gómez
Otero. Quedaba convocada una huelga de hambre de cuatro días. Otra vez: o todas o ninguna. La dirección de la cárcel reflejó que 171 reclusas de un total de 383 se unieron a la huelga de hambre. Es decir, la práctica totalidad de las políticas más alguna presa común.
«A cada hora de la comida pasaban con las calderas del rancho que traían las comunes y se volvían con ellas intactas. Ninguna política claudicó. Cuando nos daban una escoba para barrer la celda, mientras duraba la operación la funcionaria María Sacristán se ponía en un lugar bien visible con un bocadillo en la mano comiéndolo delante nuestro. Hasta ahí llegaba su sadismo», relató la presa María Salvo a Tomasa Cuevas.
El libro Lucha tras las rejas franquistas, de Santiago Vega Sombría y Juan Carlos García Funes,
refleja las consecuencias de la decisión de las mujeres de esta
manera: «La escasez de esos días dejaría posteriormente graves secuelas
en ellas. Sus condiciones de vida se endurecieron: no se les daba abrigo
hasta las diez de la noche (en pleno invierno segoviano), se les dejó sin utensilios de aseo, no se les dio toalla en cinco días, se les retiró íntegramente la comida
particular (del exterior o del economato), las labores, hilos, ropa,
papel…; era imposible sentarse en el suelo de las celdas por la humedad y
durante el día no tenían los petates, debiendo permanecer de pie hasta la noche».
La reacción
colectiva y contundente de las presas políticas ante las autoridades
carcelarias no había sido casualidad. Había sido espontánea, sí. Pero la
solidaridad entre las presas llevaba años fraguándose. Su
funcionamiento en prisión es descrito por el catedrático en Historia de
la Universidad de Barcelona Ricard Vinyes como «economía identitaria». «Desde el inicio de su cautiverio consideraron que la acción política básica consistía en salvar la vida, sobrevivir. Pero sobrevivir colectivamente
para impedir las relaciones selváticas de un entorno y situación cuya
estrategia de poder consistía en generar competencia por los bienes
escasos. Ese esfuerzo por el bien común significó constituir un espacio
de civilización en el que habitar según sus costumbres éticas, opuestas a
las de funcionarías y religiosas», describe Vinyas.
Mercedes Gómez Otero había denunciado las condiciones, sí. Pero no había sido una decisión individual. Las presas políticas de la cárcel de Segovia estaban organizadas políticamente según su partido y la visita de la abogada había sido preparada como una acción política. Comunistas, anarquistas y socialistas dialogaban dentro de la prisión a través de un comité de enlace. No queda claro si este comité había elegido a Mercedes como portavoz o fue el propio azar el que llevó a la jurista chilena a preguntar a Mercedes. Pero de ninguna manera podía pagar una sola por una acción colectiva. O todas o ninguna.
«La huelga de hambre fue precisamente para mantener su condición de presas políticas.
Fue una huelga para ser tratadas, precisamente, como políticas. A los
hombres se les reconocía como «presos llamados indebidamente políticos»,
pero a las mujeres se les negaba esa condición. Por eso
reivindican su condición de políticas. Si desaparecía su condición de
políticas, ¿qué estaban haciendo en prisión durante tantos años? ¿Para
qué aguantar? ¿Por qué luchaban? Les iba la vida en ello. Se jugaban su
propia identidad».
La doctora en Historia Contemporánea y profesora en la Universidad Carlos III Matilde Eiroa señala que la huelga de hambre de estas mujeres muestra la «cohesión social que habían alcanzado», «su alto grado de solidaridad» fruto de un trabajo previo de acercamiento realizado entre rejas y su firme voluntad de «exteriorizar su protesta».
Y así fue. Su protesta llegó al exterior. Como consecuencia, también llegó a la cárcel el inspector Sánchez Trigueros,
que convocaba y dirigía una nueva extraordinaria Junta de Disciplina,
para tratar de poner orden. La primera decisión fue no aprobar el acta
del día anterior en el que se decía que las motivaciones de la protesta
no eran otro que «los deseos de la población reclusa de no desaprovechar
la más mínima oportunidad para demostrar su desafección al régimen». La nueva Junta eliminó esta referencia. Tal y como señala la obra de Vega y García, «una institución base de la dictadura no podía reconocer la motivación política en la acción de unas presas».
«Esta acción política de las presas fue un gran pulso a la dictadura de quien no tiene más que sus cuerpos y su dignidad para hacer frente no sólo a la dirección de la prisión sino a todo un sistema penitenciario que había convertido a España en una prisión«, señala Juan Carlos García Funes.
La huelga de las presas finalizó, tal y como estaba previsto, el 30 de enero. Las
171 involucradas ya estaban en celdas de castigo y allí continuarían
durante un largo período. Las sancionadas con falta grave fueron
liberadas de aislamiento cuatro meses más tarde, a fines de abril. Pero
al resto, acusadas de falta muy grave, las mantuvieron en la misma
situación hasta junio, y sólo se les permitió hacer vida colectiva aisladas del resto de políticas, confinadas en un patio separado.
Las consecuencias
se dejaron sentir de manera inmediata y aparecieron las enfermedades.
«Muchísimas mujeres agotadas hubieron de ser llevadas a la enfermería y
ser reanimadas con glucosa. El informe del inspector médico decía que el olor a acetona
se notaba, expresión clara de que las mujeres estaban viviendo de sus
últimas reservas orgánicas», recoge la obra de Santiago Vega Sombría y
Juan Carlos García Funes.
Además de las consecuencias físicas, reclusas como Antonia García, Victoria Martín y Francisca García vieron
cómo la prisión suspendió las ordenes de puesta en libertad que
llegaban a su nombre por haber cumplido ya condena. Si querían salir en
libertad tenían que retractarse. Este es el testimonio que dejó Antonia García:
«El director me llamaba cada dos por tres para decirme que hiciera una declaración por escrito diciendo que me arrepentía y yo, cada vez que me llamaba, le decía: ‘Mire usted, yo he estado aquí once años injustamente y ahora no voy a perder la vergüenza haciendo una cosa así, cuando eso lo haría cincuenta veces que se volviera a repetir. He estado todos estos años pensando que la única cosa que no me podían ustedes quitar era mi dignidad, no la voy a perder ahora porque me den la libertad. Yo no voy a firmar eso‘».
Antonia García no salió en libertad condicional hasta un año después,
el 19 de febrero de 1950. La dirección argumentó haber levantado el
castigo porque en unas y otras «se había logrado el debido
arrepentimiento». La realidad era bien diferente. Tal y como muestra el
ejemplo de Antonia García, las presas fueron presionadas para que se
retractasen y se negaron. «En realidad no tenían razón alguna para
retractarse. Podían ganar muy poco a cambio de perder mucho: el rechazo
de sus compañeras, además del sentimiento de vergüenza tan arraigado en la cultura resistente, y eso sí podía resultar insufrible», explica Vinyes.
El historiador
rescató del archivo de la cárcel la carta de una presa que en el verano
de 1949, desde su confinamiento en un patio, explicaba a sus familiares
las consecuencias y razones de una huelga de hambre que sólo había hecho
que empeorar sus condiciones de vida. La carta señala que el castigo
fue «durísimo» y que habían perdido todo cuanto tenían. No obstante,
concluía de la siguiente manera: «Con nuestro ‘ruido’, creo que hemos ganado más que hemos perdido», reflexionaba.
Para las presas
políticas, habían ganado. Habían conquistado una victoria ética y moral.
«Valorar como un éxito la huelga de Segovia a pesar de las brutales
consecuencias que conllevó, significa que para aquellas mujeres vivir era ser, y ganar era no consentir (…). Si ‘morían’ las razones por las cuales habían sido capturadas, ¿qué quedaba de ellas? ¿Qué sentido tenía su vida entre muros, rejas, monjas y capellanes? Trataron
pues de actuar afianzando, consolidando y defendiendo su identidad en
un mundo organizado precisamente para destruirla, y en su defecto,
ocultarla», sentencia Vinyes. O todas o ninguna.
Foto portada: Vista de la galería de políticas durante la misa.- Archivo personal de María Salvo Iborra
· La escritora publica pequeñas mujeres rojas, una novela donde se unen memoria histórica y una reflexión sobre la violencia contra la mujer · Con este volumen, la autora cierra su trilogía negra de Arturo Zarco, tras Black, black, black y Un buen detective no se casa jamás · «Quería huir de la equidistancia», explica, «Hay asuntos que no se pueden tratar desde la equidistancia, porque si los tratas desde ahí estás mintiendo»
folibre.es | 07.03.20 | Clara Morales
Dice Marta Sanz (Madrid, 1967) —»esto lo puedes poner en la entrevista», apunta— que en su espacio de trabajo, un luminoso estudio-salón en el centro de Madrid, hay cierta similitud con su escritura: la acumulación que obliga casi a la espeleología, la convivencia de lo mítico —estampas de divas de Hollywood observan desde la estantería— con lo real —las fotografías en blanco y negro, con los bordes troquelados, de sus abuelas y de su madre—. El pasado está presente y se mezcla con los maullidos de la gata, con los sonidos de la calle y los timbrazos del repartidor. Algo de todo eso hay en pequeñas mujeres rojas (Anagrama), su última novela, el cierre de la trilogía negra de Arturo Zarco, tras Black, black, black (2010) y Un buen detective no se casa jamás (2012), un libro en el que se unen la memoria histórica, una reflexión sobre la violencia contra la mujer y una propuesta política del uso de la lengua.
La escritora, autora también de títulos como La lección de anatomía o Clavícula,
imagina el pueblo de Azafrán —o Azufrón, como bromea una pintada a la
entrada del municipio, indicando el camino al mismísimo infierno— y a
Paula, que decide pasar allí sus vacaciones para ayudar en un proyecto
que pretende localizar y abrir las fosas comunes donde
aún esperan los cuerpos de las víctimas de la Guerra Civil. Cuidado,
peligro: la llegada de la mujer, la forastera, agitará los recuerdos
dormidos, despertará las voces de los muertos y
señalará crímenes que quedaron sin pagar y que, por eso mismo, dejan eco
casi material en el presente. Todo parece muy lejano, en el territorio
misterioso de la ficción, pero está aquí mismo, del otro lado de los
balcones soleados.
Pregunta. ¿Qué fue antes, la necesidad de cerrar la trilogía negra, o la necesidad de tratar la memoria histórica y las fosas, particularmente?
Respuesta. Creo que fueron las dos de la mano. El cierre de la trilogía del detective Arturo Zarco, lo que es la historia, la trama, la ambientación, era un asunto que llevaba barruntando desde hacía mucho tiempo. Lo tenía guardado en un cajoncito, con un esquema y unos personajes, pero siempre se interponía en el camino otro proyecto que me hacía no acometer este. Cuando la realidad política española se radicalizó para mal, y renacieron todos esos óxidos del franquismo a través de la figura de personajes de Vox que me dan mucho miedo, pensé que era el momento. Había un relato que me parecía especialmente perturbador: la memoria mala, la memoria tergiversada, la memoria que hace decir a Ortega Smith las barbaridades que dice sobre las Trece Rosas. Yo quería escribir una novela para decir que el pasado no es algo accesorio, que el pasado es algo en lo que merece la pena invertir esfuerzos, dinero y pedagogía, porque eso redunda en nuestra calidad democrática: no habrá calidad democrática en este país mientras no combatamos esa memoria mala. Quería contar que el pasado está en el presente y no es algo ornamental, que no está solamente en los libros o para que los niños reciten fechas.
P. Cuando nos adentramos en la novela sucede que el misterio que nos plantea pequeñas mujeres rojas
se desplaza: dónde está la fosa que busca Paula, la protagonista, qué
sucedió durante la Guerra Civil el pueblo… ¿Por qué esta voluntad de
despistar al lector?
R. Es una constante de la trilogía: hay una especie de reivindicación de que los textos políticos son los textos más literarios. Cuando hablo de los textos más literarios me refiero a esos textos que se caracterizan por su relieve, por su espesor connotativo, por la invención del lenguaje. Y de alguna manera se enfrenta a esa otra concepción de la literatura en la que lo importante es estar tendiendo todo el rato hilos que tienen que ver con el interés de la trama para crear momentos de descubrimiento efectista y espectacular. Los hilos de la trama, que hay muchos, quedan aquí casi siempre cortados, o quedan en un estado en el que son quienes leen los que tienen que tomar las decisiones con respecto a lo que ha pasado. En ese hacerte partícipe a ti como lectora hay un subrayado de lo que a mí me interesa: la palabra literaria como estratos de tierra en los que leer espeleológicamente.
P. Y sucede que con la Guerra Civil en ocasiones no hay tanto misterio: se puede llegar a un pueblo y observar, en las mayores casas y las mejores fincas, quiénes se beneficiaron de la contienda.
R. Pero fíjate que eso, desde una perspectiva literaria, no se ha contado tanto. Hay muchas investigaciones sobre cómo los vencedores se enriquecieron por su condición de vencedores, pero pocas veces se ha partido de esa evidencia desde lo literario. A mí me interesaba mucho hablar de la historia y de la guerra desde una mirada que no fuera universal. Porque con frecuencia, si lo hacemos, no decimos más que banalidades y generalidades: todos sabemos que la guerra es mala, que hay vencedores y vencidos, que hay dolor, que hay injusticia. A mí lo que me interesa contar son los detalles locales de una guerra: quién ganó, quién perdió, cómo los vencedores dosificaron su victoria, cómo los vencidos fueron reprimidos. Es decir, me interesan esas cosas pequeñas que luego son las que dan sustancia y significado a lo que estamos leyendo y a lo que vivimos.
P. Es cierto que en ocasiones tenemos una cierta fascinación
por el mal, por los motivos de quien lo ejerce. En esta novela no: los
personajes hacen cosas terribles porque son personas terribles.
R. Hablamos mucho de la banalidad del mal, y en la novela negra e histórica más todavía. Todos sabemos que los nazis amaban mucho a su familia y a sus animales domésticos, y que probablemente en su casa fueran personas muy normales. A mí me interesa hablar de lo que nos convierte en seres humanos especiales en el espacio público, a través de la valentía de nuestras acciones. Ahora hay un intento permanente de revisionismo histórico en el mal sentido de la palabra. Yo quería contar que los rebeldes fueron los culpables de que se desencadenara una guerra que iba contra un orden democrático establecido, y que los vencidos en esa guerra, si fueron buenos, no lo fueron porque en su casa quisieran a sus hijos y les gustara bailar apretados, sino que fueron muy buenos porque en el espacio público se atrevieron a ser valientes, a cantar las canciones que querían cantar, a mantenerse como concejales de la República y a decir en público lo que pensaban cuando sabían que se estaban jugando la vida.
P. Y, pese a que esta es una novela de ficción, hay referencias a personajes reales.
R. La historia tiene elementos legendarios, míticos, pero intento dar mucho peso a eso que es verdad, las cifras, a los muertos, a los actos heroicos, al sonajero, al caso de la fosa de Milagros, que es verdad: ese peón caminero tuvo que llevarse a sus hijos porque se iban a volver locos de ver lo que estaban viendo todos los días. Esto para mí era obsesivo, porque creo que en la literatura nos movemos con unos prejuicios de la relativización del mal, la niebla, la bruma, y eso está muy bien, pero dentro del relato literario existe la posibilidad también de hablar desde una conciencia política y desde una necesidad de prestigiar la vida de personas que están desprestigiadas desde ese otro bando que parece que se nos está comiendo vivos.
P. ¿De dónde sale ese narrador coral, esa voz que es la de los muertos que esperan bajo tierra?
R. Ese orfeón, esta cachondísima y famélica legión,
asexuada, orgánica, mezclada e internacionalista… Empecé a escribir la
novela y surgió ese coro de voces que sabe del presente, del pasado,
del futuro, que para mí era importante que tuvieran un sentido del humor
muy corrosivo, que fueran autocríticos, juguetones y saltarines, porque
era también una manera de intentar corregir un relato sobre la memoria
que a veces es blando, demasiado nostálgico, sentimental, y en ese
sentido es contraproducente. Luego me di cuenta de que ese coro de voces
ya estaba en mi cabeza desde mi poemario Vintage[Bartleby,
2013], que hablaba de la memoria personal y de cómo se relaciona con la
colectiva, y cómo la memoria colectiva se malversa con la nostalgia, y
entonces se convierte en algo dulce, comercial. Me di cuenta al final,
cuando estaba escribiendo los agradecimientos.
P. Da la sensación de que estos muertos, esqueletos bajo tierra, son irreverentes con respecto a su propia muerte, y la han trascendido de alguna manera.
R. Pero por otra parte se supone que son el
fragmento de nuestro pasado que nos protege, que tira de Paula para
defenderla de alguna manera. Lo que ocurre es que la realidad termina
siendo mucho más hostil, y la capacidad de reacción de estos cuerpos en
descomposición es limitada. La idea de cuerpo era importantísima, porque
al final se está hablando de cuerpos tratados con indignidad, tanto los
cuerpos de los desaparecidos en las fosas incógnitas de la guerra civil
como los cuerpos de las mujeres violentadas. Que además son los dos
grandes demonios de la ultraderecha española en este momento, están
encarnando lo que llaman la ideología de la memoria y la ideología de
género, ese coco que viene. En sinergia con esos dos grandes demonios,
está lo que la ultraderecha siempre quiere encubrir, que es la rapiña,
la rapacidad. Con esos temas ideológicos que les horrorizan están
creando cortinas de humo para que no nos fijemos en lo terrible que
puede ser la reforma de la ley de sucesiones. Por eso también es muy
importante el dinero en esta novela, el afán de acumulación de un
delator.
P. La imagen de las represaliadas en el pueblo durante y tras la guerra regresan a la historia una y otra vez. ¿Había una voluntad de señalar el desgraciado rol de esas mujeres en el castigo? En ocasiones, se las convierte en una especie de mártires virginales, no unas valientes, como fueron ellos.
R. En pequeñas mujeres rojas, precisamente,
las protagonistas de la acción son fundamentalmente ellas, aunque haya
un personaje masculino siniestro. Son ellas las que se arriesgan. Y al
final de la novela digo con orgullo que yo conocí a Rosario la Dinamitera,
que es el paradigma de esa mujer que no se quedó en la retaguardia.
Hubo mujeres que hicieron labores importantísimas en la retaguardia,
pero también hubo otras que ejercieron roles no menos pasivos, pero sí
más asociados a la épica de la virilidad. Esas pequeñas mujeres rojas del
título son la expresión de un miedo personal: tal y como se van
desarrollando los acontecimientos, nos quieren convertir en víctimas
propiciatorias y chivos expiatorios. Eso es algo que no podemos tolerar.
Creo que las mujeres que tenemos conciencia política, que hemos luchado
por nuestros derechos, que queremos tener una voz en el espacio
público, y reivindicar ciertos lugares que ha ocupado la mujer dentro de
la casa sin demonizarlos, tenemos que tener mucho cuidado para que no
nos pongan la pierna en la cabeza.
P. Habla de que tras el estilo, pródigo en imágenes, excesivo, hay una posición política. ¿A qué se refiere?
R. Quería hacer un ejercicio de barroco rojo. Había
una canción que creo que cantaba Joaquín Sabina, versionando a Dylan:
«el hombre puso nombre a los animales, / con su bikini, qué mogollón».
Yo no quiero ser el hombre que puso un único nombre a los
animales de una manera autoritaria, prepotente y sacramental, yo no
quiero ser el Juan Ramón Jiménez que dice «inteligencia, dame el nombre
exacto de las cosas», yo quiero ser la mujer que busca muchísimas
palabras porque duda, y porque no sabe si encontrará la adecuada, y
necesita experimentar y utilizarlo como herramienta de indagación. El
exceso busca ser iluminador, molesto y político, porque parte de la
evidencia de que hemos perdido el hábito de leer despacio. Esa
pérdida lo que hace es atenuar las posibilidades de que seamos personas
críticas y de saber lo que hay por debajo de los discursos dominantes.
Frente al vértigo y frente a un concepto publicitario de la frescura,
intento escribir libros que requieran concentración.
P. Hablas de la voluntad de contar la violencia contra las mujeres, pero no estetizarla. Sabemos que llevamos un sistema machista enraizado: ¿cómo se prevenía ante esa inercia de ver la violencia contra la mujer como algo bello o algo que redime?
R. En un cierto capítulo del libro, se incluye una
conversación de Francis Bacon con Marguerite Duras, y Bacon explica lo
que era su sistema nervioso personal, y decía que más allá del tema, el
estilo de un determinado pintor o pintora era lo que hacía que se
proyectara una determinada mirada ideológica u otra. Esto me lo llevo a
la representación de la violencia sobre el cuerpo de las mujeres. Porque
creo que representa hermoseada, estética. Cuando dices que de las venas
abiertas de la mujer maltratada salían rosas rojas, por ejemplo, es una
opción estilística que está sustentada en una ideología que yo no
comparto. Quería quitar la belleza y el morbo a la enorme crueldad de la
violencia contra las mujeres.
No podemos escapar del lenguaje y del imaginario que conforma nuestra
mirada, y las mujeres que nos dedicamos a escribir con una vocación
transformadora tenemos que estar haciendo un ejercicio constante de
autocorrección y de reajuste, porque enseguida se te va la mano. Yo he
intentado que esto no sea así, y ese intento es lo que a mí me ha
motivado a acumular, a buscar, a saber que no podía utilizar el lenguaje
como una herramienta suficiente, porque siempre es insuficiente en la
medida en que está penetrado por la ideología dominante. Quizás hay
algún momento en el que se cuelan fragmentos de eso aprendido contra lo
que nos rebelamos. En mi pretensión se verá que he querido incidir mucho
en la soledad de las mujeres violentadas, en la vulnerabilidad incluso
ante las agresiones más pequeñas, y he querido desplazar el foco del
cuerpo maltratado de las mujeres para poner todo el peso en los
instrumentos de tortura, desde la mano del hombre que maltrata.
P. ¿Y a la hora de adentrarse en el tema de la Guerra Civil? ¿Alguna tendencia anquilosada que quisiera evitar?
R. He intentado huir del estereotipo, tanto en la
concepción narrativa como en la propia textura de la lengua literaria.
Nunca podría meter pequeñas mujeres rojas, por ejemplo, en el
saco de novelas de la Guerra Civil, y no porque tenga nada en contra de
ellas, sino porque creo que aquí la Guerra Civil es el punto de partida
para hablar del presente, y hablar de cómo las cuentas mal saldadas
sobre el pasado repercuten sobre el presente. Dentro de esos tópicos
sobre la guerra que se utilizan lamentablemente en la literatura, pero
también en el discurso político o periodístico, algo de lo que quería
huir es de la idea de la equidistancia. Hay asuntos que no se pueden
tratar desde la equidistancia, porque si los tratas desde ahí estás
mintiendo, y además vemos cómo la equidistancia se pervierte por unos u
otros según hablemos de la Guerra Civil o del terrorismo de ETA.
P. El orfeón de cuerpos, decía, advierte a la protagonista, tira de ella para señalarle el peligro. ¿Realmente puede una novela como esta, la literatura, tirar de nosotros y advertirnos de manera efectiva?
R. Esta es la pregunta de los miles de millones de dólares. Yo soy una mujer optimista, y escribo estos libros, que creo que son puntiagudos y que tratan de asuntos que a veces no queremos ver, porque tengo la confianza de que verdaderamente los libros intervienen en lo real. Creo que la literatura puede intervenir en el debate público, que puede ayudar a replantearnos prejuicios, buenos o malos, puede ampliar nuestro campo de visión. Escribo con esa esperanza, con la esperanza de que este libro a la gente le ponga los pelos de punta en el buen sentido de la palabra y en el mal sentido de la palabra. Esa no unanimidad, esa generación de un intercambio de puntos de vista, para mí es una manera de intervenir en la realidad para modificarla. Y todos los libros intervienen, incluso los que no quieren intervenir: los que te hablan desde la asepsia son los peores, esa neutralidad sí que es una impostura y sí que es falsa, es una manera de acrecentar una ideología dominante que se confunde con una ideología invisible. Esto sí que no lo puedo soportar.
Un nuevo espacio expositivo en el Museo Reina Sofía busca poner en valor el papel desempeñado por las mujeres de ambos bandos en la contienda. elespanol.com | 7.03.20 | David Barreira
Un abismo las separa: mientras las milicianas se revuelcan en la tierra de las trincheras y empuñan sus fusiles, las mujeres del bando franquista son conminadas a la oración y a ejercer la buena maternidad, es decir, a los cuidados del hogar y de los hijos. Unas mueren en el frente, las otras lamentan la bala que se le alojó al esposo en el pecho. Son las dos visiones femeninas de la guerra, de una guerra que también las salpicó a ellas, que las empujó a los frentes, a sobrevivir a las bombas o a auxiliar a sus víctimas. Pero una contienda que acentuó la brecha entre el empoderamiento y tradicionalismo.
Esa es la lectura que se desprende de un nuevo espacio expositivo permanente que ha inaugurado este viernes el Museo Reina Sofía bajo el título de Frente y retaguardia: mujeres en la Guerra Civil, que busca poner en valor los cometidos desempeñados por las féminas en la contienda, desde las artistas que contribuyeron a la lucha por el relato hasta las jóvenes que fueron destinadas a las fábricas y a los talleres para participar en la cadena de producción de armamento.
Pero hay un problema: el «papel activo» que se pretende ensalzar, en palabras del director Manuel Borja-Villel, no fue el mismo en ambos bandos. La balanza está claramente inclinada hacia el lado izquierdo. O al menos eso es lo que se deduce de la relación de piezas artísticas reunidas en esta pequeña sala del edificio Sabatini: las del lado republicano son todas creaciones de mujeres —fotografías, carteles, grabados—; en las de la España de Franco, ellas tan solo alcanzan el grado de protagonismo de postales y cuadernos propagandísticos, como sujetos pasivos.
«No hay producción artística de mujeres en el bando franquista, la mayoría de obras expuestas hacen referencia a la religión», lanza Concha Calvo, jefa de Fotografía del Departamento de Colecciones del Museo Reina Sofía y organizadora de este nuevo espacio. «Hemos querido mostrar ese contraste entre la situación de ambas mujeres, de cómo fueron retratadas».
Las protagonistas identificables del museo son las fotorreporteras Kati Horna y Gerda Taro —a quien le han sido atribuidas tres fotografías cuya autoría le correspondía antes a Robert Capa, su pareja—, extranjeras que retrataron con sus cámaras los devastadores efectos materiales y humanos de la Guerra Civil. También las artistas Pitti Bartolozzi, autora de la serie Pesadillas Infantiles, expuestas al lado del Guernica en la Exposición Internacional de París de 1937; y Juana Francisca, cartelista de estampas feministas y miembro de la Unión de Muchachas, colectivo que terminaría integrándose en la Agrupación de Mujeres Antifascistas.
En el otro lado reina el anonimato con la proyección de la colección de postales Mujeres de la Falange, con fotografías de José Compte,
jefe de la sección de fotografía del Servicio Nacional de Propaganda,
en el verano de 1938. «Se trata de composiciones teatralizadas, que
siguen la estética moderna difundida por la nueva objetividad y que
ponen de manifiesto los ideales de religiosidad, maternidad, abnegación y
sacrificio», relatan desde el Reina Sofía.
Ese vínculo con la religión católica también es palpable al contemplar ejemplares de otras publicaciones como Y: Revista para la mujer, Revista de la mujer nacional sindicalista o las de la Sección Femenina.
Algunas de estas piezas recuerdan el papel desempeñado por las
trabajadoras del Auxilio Social, organización fundada en octubre de 1936
por Mercedes Sanz-Bachiller que atendía a las víctimas de los territorios que los sublevados iban conquistando.
Horna por primera vez
Además del reconocimiento que se le brinda a Gerda Taro, la otra gran protagonista de este espacio femenino es Kati Horna. La fotorreportera, nacida en Budapest e iniciada en el arte de la fotografía por el retratista József Pécsi, llegó a España en enero de 1937 para cubrir la guerra tras un encargo de las Oficinas de Propaganda Exterior de la CNT y la Federación Anarquista Ibérica. Sus instantáneas, enfocadas en la vida cotidiana, fueron impresas en revistas como Umbral, Tierra y libertad, Tiempos Nuevos o Libre Studio. También cultivó fotomontajes inspirados en el surrealismo, vanguardia con la que había tratado en París.
El Reina Sofía adquirió en 2017 a la familia de Kati Horna una parte del trabajo de la fotógrafa, que ahora ha colgado en sus paredes por primer vez. ¿Intentará el museo hacerse con los más de 500 negativos de Horna que una investigadora española ha localizado recientemente en Ámsterdam, en unas cajas de madera de la CNT? «La idea es ampliar la colección al máximo posible», responde de forma escueta Manuel Borja-Villel, director de una institución que se suma al movimiento feminista con un largo programa de actividades, con «una forma de pensar».
La salida de prisión de miles de mujeres republicanas represaliadas por el franquismo fue acompañado en multitud de ocasiones con el destierro, la pobreza y el más absoluto de los silencios y olvidos. Los testimonios recogidos por Tomasa Cuevas y las investigaciones de Ricard Vinyes permiten recuperar sus historias de vida.
publico.es | 19.04.20
ALEJANDRO TORRÚS
La presa política del franquismo María Salvo había sido una de las protagonistas de la histórica huelga de hambre de las presas políticas en Segovia en 1949. Estaba presa desde 1941, cuando fue condenada bajo la acusación de haber conspirado contra la seguridad interior del Estado. No sería hasta un 16 de abril de 1957, hace ahora 63 años, cuando salió de prisión en libertad condicional. Era Jueves Santo. Tenía 36 años y llevaba desde los 21 en prisión. Las ex-presas Consuelo Claudín y Consuelo Alonso la recibieron en la puerta.
«Lo difícil fue adaptarse a un nuevo mundo. Había perdido el hábito de comer con cuchillo y tenedor; no sabía el valor de la moneda en curso. Todo me resultaba diferente, incluso la conversación con mi familia y los amigos más próximos. Era como si entre nosotros existe un muro que yo tenía que derribar poco a poco«, señaló Salvo a Público.
Pero llamar libertad a lo que había recibido María Salvo aquel Jueves Santo de 1957 era mucho decir. La presa política, como otras y otros miles de represaliadas republicanos, había sido desterrada. No tenía un lugar al que volver.Tampoco tardaría mucho en descubrir —tal y como relata el catedrático de la Universidad de Barcelona Ricard Vinyes— que su antigua pareja había construido un hogar en el exilio mejicano, que su propia familia había cambiado, «o que quizá había cambiado ella porque no pertenecía al nuevo mundo en que vivía». Y tampoco tardaría en comprobar que hablar de la prisión resultaba incómodo, cuando no incomprensible para la gente que le rodeaba. Era una especie en extinción en la nueva España franquista.
El caso de María Salvo no es excepcional. Sólo en 1943 llegaron a Barcelona 318 ex-presas políticas que habían sido desterradas
de sus lugares de origen. Así lo establecía la legislación
penitenciaria franquista con el fin de «evitar que su presencia reavive
el dolor de quienes ofendió» e «impedir la reincidencia del liberto a
restablecer conexiones con amistades que impedirían completar su
rehabilitación».
Se ha escrito mucho de la estancia de las presas políticas en prisión. No tanto de qué sucedió con sus vidas una vez recuperaron una libertad que no era tal. Lejos de sus casas, con maridos fusilados, hijos robados, pobreza extrema y con la total certeza de que la dictadura franquista continuaría su labor de destrucción de su biografía e identidad política que había iniciado años atrás con sus detenciones, encarcelamientos y largas condenas.
«Nadie te pregunta por tu vida después de la cárcel y es, sin duda, uno de los periodos más duros. No es que te acostumbres a la cárcel, uno nunca se puede acostumbrar a eso, pero allí dentro no te sentías sola, y fuera sí«, narró Salvo en el libro El daño y la memoria, de Vinyes.
Las presas políticas del franquismo habían construido en las cárceles auténticas comunidades de resistencia. Desde las celdas habían luchado por mantener su identidad de presas políticas que la dictadura les negaba. Se habían mantenido organizadas, se habían formado políticamente y habían plantado cara al régimen desde sus cárceles. Concha Carretero, miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas, explicó por qué «la calle era peor» que la prisión. «No podías decir cómo pensabas. Mi hija Berta, por ejemplo, le dieron una beca para estudiar, pero como yo era comunista pues se la quitaban». La también ex-presa política Angustia Martínez señalaba en el documental Presas de Franco que»la vida en la calle no era mejor». «¿Sales de la cárcel y qué haces? Necesitas para todo un informe de La Falange, de la Iglesia o del portero de la casa en la que vives en el caso de Madrid».
Tomasa Cuevas
explicó ese sentimiento generalizado de las presas políticas que habían
recuperado una teórica libertad de la siguiente manera: «Con todo lo
grave que es estar en la cárcel algunas decían: ‘Se está mejor allí que sufriendo esta vejación social en la calle, desterrados, sin familia y sin hogar’. Dormían como podían en los portales, por cualquier sitio».
El caso de María Salvo no fue diferente al resto. Además, cada poco sufría graves hemorragias hasta que un médico descubrió que Salvo tenía los ovarios destrozados, la matriz aplastada y el riñón dañado. Eran las consecuencias de las torturas que había sufrido en la Dirección General de Seguridad, diecisiete años antes. La solución fue la extirpación y la siguiente consecuencia no poder tener hijos. «A Tomasa Cuevas le rompieron las cervicales y la cadera; yo sólo fui una de tantas maltratadas», señaló a Público cuando fue preguntada por las torturas que sufrió.
El catedrático Ricard Vinyes explica que María Salvo y la mayoría de aquellas mujeres que habían sido detenidas y encarceladas por su defensa de la II República no volvieron a ejercer una acción política clandestina activa ni tampoco ocuparon ningún tipo de responsabilidad política en las estructuras de sus respectivas organizaciones y el reducido número de ellas que prosiguió en contacto con su organización y actuó, lo hizo en tareas de mantenimiento logístico y sin capacidad de decisión política.
«Esas tareas
logísticas eran sin duda esenciales para mantener a salvo la actividad
política, al fin y al cabo deberíamos admitir que la actividad
clandestina eficaz tiene tanto de burocrática como de épica. Y aunque la
logística burocrática pueda ser exaltada como imprescindible y heroica
en los grandes discursos conmemorativos y laudatorios realizados con
posterioridad, en los que se apela repetidamente a «la-tarea-callada-e-imprescindible-de-las-mujeres», en realidad conllevó un retroceso, y me atrevería a decir que sucedió con todas ellas».
De hecho, Vinyes también recoge cómo algunas excarceladas, como Carme Cases del PSUC, expresaron una «matizada incomodidad por la opción discriminatoria de su organización a favor de sus compañeros cuando deseaban incorporarse a las tareas políticas de la acción clandestina».
La consecuencia de esta serie de factores fue «el hundimiento de una generación política femenina». «El beneficio de su experiencia, el sentido de su ruptura, la capacidad de la generación republicana para sobrevivir, su capital moral e histórico, la vivencia del dolor causado por el fascismo, quedó en suspenso durante décadas. La verdad de su brutalidad murió con ellas a medida que desaparecían mientras el país seguía su propio cauce, alcanzaba la democracia y nadie con autoridad política preguntaba sobre la procedencia de las libertades instauradas desde las elecciones generales de 1977 y la Constitución de 1978″.
No sería hasta mucho más adelante cuando la sociedad comenzó a escuchar los testimonios de estas mujeres. Tendrían que pasar décadas hasta ese momento y el impulsor del proceso no fue la propia democracia interesada en recuperar las vivencias de los que habían luchado y sufrido contra la dictadura. Fueron las propias presas. En concreto, fue Tomasa Cuevas, quien se recorrió el país con su grabadora durante cuatro años recuperando los testimonios de las que habían sido sus compañeras de lucha en las cárceles franquistas. Sus testimonios fueron publicados entre 1982 y 1986. Pero entonces casi nadie quiso escuchar tampoco.
La ex-presa política Maria del Carmen Cuesta describe en este libro de Cuevas la sensación de que la democracia también les había robado ese papel, el de testimonios de la barbarie franquista. La reflexión surge a raíz de visionar la película Farenheit 451, basada en la novela de idéntico nombre en la que se narra una distopía en la que los libros están prohibidos, existen funcionarios que queman cualquiera que encuentren y donde la resistencia consiste en memorizar y compartir las mejores obras de la literatura.
«Pensé que éramos cientos, más que cientos, miles de mujeres que, como en esa película guardábamos también en nuestras mentes unos profundos testimonios; unos testimonios que también esperábamos confiadamente que pudieran salir en un momento determinado y poder llenar todas las páginas de la historia. Hace exactamente cuatro semanas que pusieron la película en TVE y pensé que cuando la vi por primera vez teníamos una mordaza tremenda que nos impedía que todos esos testimonios saliesen a la luz. Pero cuando vi ahora esa película, la vergüenza, la impotencia y el dolor me consumían más aún porque no era una mordaza, era una imponente losa que pesaba sobre nosotros, que parecía imposible de levantar, que esta losa pudiera ser la llamada ‘estrategia política’, una especie de vergüenza colectiva, (…) que presionasen para que no se hablase demasiado de la Guerra Civil y represiones subsiguientes».
Sus relatos, sus testimonios, en cambio, siguen vivos en la actualidad. Los escritos de Juana Doña, las memorias de Neus Català, de Mercedes Núñez o los testimonios recogidos por Tomasa Cuevas. María Salvo, de hecho, todavía vive. Tiene 99 años. Hace unos años, preguntada por la Universidad de Barcelona por el mensaje que le gustaría dejar a las futuras generaciones, contestaba que hay que luchar por los derechos de la clase desvalida «para que haya igualdad y todos puedan tener la oportunidad de escoger su camino». «En todas partes se puede luchar para que mejore la clase que no tiene nada frente a los que tienen mucho. La lucha no se acaba nunca«, sentenció.
Foto destacada: Reclusas en la Prisión de Les Corts. Maria Salvo se encuentra en la fila de arriba, la segunda empezando por la izquierda.- www.presodelescorts.org
La novela de Renata Viganò, la primera en poner en escena a las mujeres como protagonistas de la Resistencia, llega a España de la mano de Errata Naturae
eldiario.es | Matías de Diego | 06.03.20
La historia de Agnese va a morir es
la de tres mujeres: una escritora, una editora y una partisana. Renata
Viganò, Natalia Ginzburg y Agnese, el seudónimo con el que la escritora
enmascaró la verdadera identidad de la guerrillera que luchó en las
filas de la Resistencia italiana. Tres mujeres que sacudieron la Italia
de finales de los 40 con una novela que sirvió para darle voz a todas
las que combatieron en la Segunda Guerra Mundial
Renata Viganò conoció a Agnese, o a la mujer que en su novela lleva el nombre de Agnese, en «un momento verdaderamente horrible» de su vida. Su casa había quedado completamente destruida en un bombardeo y su marido, el periodista y escritor antifascista Antonio Meluschi, la persona que la había animado a unirse a la Resistencia en 1944, acababa de ser detenido por las SS.
«A cada hora que pasaba me lo imaginaba torturado y
fusilado, un cuerpo anónimo que no volvería a encontrar, ni siquiera
para enterrarlo», recordaría en un artículo publicado en el diario
L’Unità en 1949 y que sirve de epílogo a la novela, que acaba de
publicar por primera vez en España Errata Naturae.
En
ese artículo la escritora cuenta cómo se encontró con Agnese, una
correo de enlace que se había unido a los partisanos después de matar a
un soldado alemán, cómo le fue contando toda su historia y cómo Meluschi
logró escapar de la prisión en la que le habían encerrado los nazis.
A través de su historia y de su propia experiencia personal durante la guerra, Viganò escribió una novela sobre el espíritu y los valores de todos los que combatieron la ocupación alemana y plantaron cara al fascismo hasta la liberación definitiva de Europa. Agnese se convirtió entonces en un símbolo de la lucha partisana.
Más allá del valor testimonial de la novela, para Andrea Battistini,
profesor emérito de Literatura italiana de la Universidad de Bolonia,
el mérito está precisamente en ser un texto que «resume el carácter de
todos los hombres y de todas las mujeres –unas 35.000– que hicieron la
Resistencia en Italia».
A diferencia de Hombres o no de Elio Vittorini o El sendero de los nidos de araña
de Italo Calvino, ambas novelas centradas en heroísmos individuales,
Viganò aporta una visión de conjunto de los partisanos. «Este papel
coral es el que hace del libro la obra más representativa de la
Resistencia, que fue una guerra del pueblo en su conjunto y no de héroes
solitarios», asegura Battistini por correo electrónico a eldiario.es.
«Es la primera novela que pone en escena a la mujer como protagonista en la guerra partisana», destaca Maria Isabella Mininni en ‘La voz dormida’ de Renata Viganò: ausencias femeninas en el marco de la literatura resistencial italiana traducida en España.
La profesora de Literatura española de la Universidad de Turín denuncia
en su ensayo que las obras de la escritora italiana y de otras autoras
de la época, como Natalia Ginzburg, Anna Banti, Elsa Morante o Alba de
Cèspedes, apenas hayan sido traducidas y publicadas en castellano.
Viganò
escribió la novela más importante de toda su carrera en 1947 y fue
publicando varios fragmentos en el diario Il Progresso d’Italia. Fue
Ginzburg, por entonces editora en Einaudi, la que leyó el manuscrito y
decidió apostar por Agnese va a morir. Cuando se publicó, en 1949, se convirtió en un nuevo éxito de ventas para la prestigiosa editorial turinesa.
Han
tenido que pasar más de setenta años para poder leer la obra en España.
Una ausencia que Mininni atribuye en parte a la censura del franquismo,
que jamás habría permitido su publicación por su marcado carácter
antifascista. «Agnese es una obra sin escepticismo
ni incertidumbres, resuelta en el odio antifascista y en la exaltación
del comunismo y la Resistencia», remarca Battistini.
«Un clásico del siglo XX»
La historia de Agnese va a morir
es también la de Irene Antón. Rebuscando entre los ejemplares de varias
librerías, la editora de Errata Naturae dio con la obra de Viganò. «Es
un clásico del siglo XX», asegura a eldiario.es la mujer que decidió
acabar con el silencio editorial de más de siete décadas y publicar la
novela.
Errata ha tratado de recuperar aquellos títulos que fueron «clásicos en sus tradiciones literarias originales» pero que no lograron traspasar la frontera de los Pirineos. Y Agnese va a morir es uno de esos libros. «Una obra que es testigo de su tiempo, emocionante y escrita con la lucidez de quien ha vivido la guerra, el hambre y la muerte, y se ha enfrentado a ellos».
Los silencios editoriales o la falta de traducciones,
apunta Antón, eran algo habitual que afectaba aún más a las novelas
firmadas por mujeres y a las autoras que trataban temas considerados
«tradicionalmente masculinos».
Por entonces, a finales
de los años cuarenta, la guerra y el mundo rural en la literatura
eran dominio de hombres. «Que apenas hayamos leído libros sobre el papel
de las mujeres en las guerras o en las revoluciones y que no sepamos de
su trabajo fundamental en el campo es muy grave», denuncia la editora.
Esta
ausencia en torno a la obra de Viganò y el resto de escritoras que
contaron la Resistencia contrasta con el papel que tuvieron las mujeres
durante la guerra. Isabella Mininni considera que esos años fueron
«claves para el despertar de la conciencia femenina». «Las mujeres se
vieron envueltas en tareas hasta entonces desconocidas o prohibidas para
ellas, y empezaron a tomar conciencia de sí mismas y de la importancia
de sus acciones», asegura por mail a este periódico.
La
traductora entiende que ahora puede ser más complicado acabar con ese
vacío porque «a nadie le interesa volver la mirada atrás» y porque «la
literatura resistencial italiana, salvo las obras maestras de Beppe
Fenoglio o Calvino, ha dejado de leerse». Un punto en el que coincide el
profesor Battistini: «Agnese va a morir tuvo el
mérito de recordar la lucha del pueblo, pero a día de hoy se ha
olvidado». Su memoria sobrevive vinculada a la cuestión feminista y de
género gracias al trabajo que hacen «grupos apasionados y devotos
lectores de su obra».
Elena Sofía Tarozzi, Margherita
Occhilupo, Sofía Fiore, Marta Selleri y Dafne Carletti formaron en marzo
de 2017 uno de esos grupos. Ellas, estudiantes universitarias –de
Magisterio, Literatura Clásica, Derecho y Ciencia Política–, son la Brigata Viganò: el batallón que trata de mantener viva la voz de la escritora en su Bolonia natal.
«La madre de Dafne, pedagoga y conservadora de libros infantiles, nos propuso colaborar en una reedición de La bambola brutta«, explica la Brigata por correo a eldiario.es. Atraídas por su militancia antifascista, las cinco jóvenes, de entre 23 y 24 años, decidieron participar en la reedición del cuento de Viganò.
Su bambola brutta se utilizó en
talleres sobre la Resistencia organizados en varios colegios boloñeses,
pero su labor de divulgación no se quedó ahí. Investigando la literatura
resistencial italiana dieron con todo un archivo dedicado a Viganò en
la biblioteca del Archiginnasio de Bolonia. Recortes de periódico,
fotografías, notas, manuscritos, cuentos ya publicados e inéditos.
«Fue
muy emocionante… Después de estudiar todo el material decidimos dar a
conocer la obra de Renata y compartir todo lo que habíamos ido
descubriendo y aprendiendo», recuerdan.
Para
Battistini, el trabajo de la Brigata va más allá de «revivir la memoria»
de la escritora italiana: «Están consiguiendo que se reconozca su
figura. Han logrado que se coloque una placa conmemorativa en la casa en
la que vivieron Viganò y Meluschi, donde se reunieron los grandes
intelectuales antifascistas, como Pier Paolo Pasolini o Mariano
Moretti».
Cuando le pregunta por qué es importante leer Agnese va a morir,
el profesor destaca el «valor literario» de la obra –»un testimonio
apasionado de la épica de un pueblo»– como una forma de reivindicar la
memoria de la Resistencia frente a los nuevos fascismos y los
negacionistas del Holocausto.
«Viganò nos cuenta sin retórica, con sencillez casi de cronista, hechos de nuestra atormentada historia reciente que lamentablemente han quedado en el olvido», asegura Mininni.
Foto destacada: La ‘Brigata Viganò’ en Bolonia en una imagen de archivo. BRIGATA VIGANÒ / CEDIDA
Una investigación relata el periodo del centro de formación republicano durante la Guerra Civil en Valencia, que fue después absorbido por la Sección Femenina
eldiario.es | Laura Martínez | 28.02.20
En el número 42 de la calle La Paz de Valencia hay una
placa de piedra que recuerda: «Este edificio albergó a los más
prestigiosos intelectuales y artistas españoles, cuando desde la Madrid
asediada (1936-1939) fueron evacuados a Valencia. Llamose casa de la
cultura cuyo patronato presidió el poeta Antonio Machado». La placa,
colocada en 1984 por el Ayuntamiento de Valencia, se ubicó en el
inmueble en el que se alojó la resistencia intelectual republicana
durante la guerra. En el mismo edificio se ubicó durante la guerra la
Residencia de Señoritas, considerado el primer centro oficial de fomento
de la enseñanza universitaria para mujeres en España. Aquí no hay placa
que lo recuerde.
Los estudiosos españoles daban por finalizada la etapa de la residencia, una suerte de ateneo de formación para mujeres creado en 1915, poco después del golpe de Estado de 1936. Un mito que la investigadora y presidenta de la Asociación Cultural Instituto Obrero, Cristina Escrivà, se ha encargado de borrar con su último trabajo.
La investigadora comenzó a trabajar en 2015 sobre un lapso temporal casi desconocido en el resto del Estado, pero que en los alrededores de la capital valenciana sí estaba documentado. Las circunstancias de la guerra, la negación de su existencia por parte de la dictadura y la escasa bibiliografía le pusieron las cosas difíciles, reconoce en el prólogo de su libro La residencia de señoritas (1936-1939): la etapa valenciana del grupo femenino de la residencia de estudiantes, editado por el Instituto Obrero.
Escrivà rastreó los archivos de la Fundación Ortega y
Gasset hasta encontrar anotaciones administrativas y restos de recibos
que demostraban la actividad del centro durante el periodo a estudiar,
para constatar más adelante que las anotaciones coincidían con las
estudiantes.
La residencia fue «una entidad ejemplar
para el modelo educativo», ya que fomentó, desde 1915, la enseñanza para
mujeres en un ámbito exclusivamente femenino. Organizada por el Grupo
Femenino de la Residencia de Estudiantes, pensada en principio para
quien pudiera pagarla, se incluyó un sistema de obreras que integró a la
clase trabajadora en la enseñanza.
La residencia formó parte de la política educativa de la República durante la guerra, una suerte de resistencia académica femenina. En términos actuales, hablaríamos de un espacio de sororidad y empoderamiento a través del acceso al conocimiento. El éxito, apunta la investigadora, se debe entre otras cuestiones a la apertura de los estudios universitarios a las mujeres. Amparada por la Institución Libre de Enseñanza y la Junta para la Ampliación de Estudios, un organismo que buscaba acabar con el aislacionismo científico de España y favorecer el intercambio cultural y académico, la residencia estuvo guiada por la pedagoga y humanista María de Maetzu.
Entre sus objetivos estaba «posibilitar la apertura de nuevas perspectivas profesionales a las mujeres en ámbitos como la ciencia o la biblioteconomía (…) las jóvenes tenían más posibilidades de estudiar idiomas, mejorar su educación o ampliar sus conocimientos y beneficiarse de intercambios culturales», señala Escrivà en el libro. Acogió conferencias de Rafael Alberti, Ángel Ossorio, José Ortega y Gasset, María Montessori, Marie Curie -en su etapa madrileña- y lecturas sobre Hegel.
Según la investigadora, con el golpe de Estado un grupo
de alumnas y exalumnas, vinculadas aún a la institución, trasladan la
residencia a Paiporta (Valencia), en el Huerto de las Palmas. Cuando el
gobierno republicano se trasladó a Barcelona, la residencia ocupó su
edificio en Valencia, donde continuó desarrollando su actividad. Escrivà
consiguió localizar a exalumnas que narran su etapa en Paiporta-Picanya
(los términos municipales cambiaron con la guerra), que explican el
asociacionismo dentro de la residencia y sus vínculos con organizaciones
antifascistas. «La residencia valenciana nació con la idea de albergar a
estudiantes que llenaran las aulas de mujeres para construir una
sociedad moderna. Una institución con perspectiva de género en la esfera
pública docente», explica.
«Más de 250 mujeres continuaron estudiando para reconstruir España, iban a formar parte de esa reconstrucción, estaban en la primera línea», pero la reconstrucción soñada no llegó. Al finalizar la guerra, la institución es absorbida por la Sección Femenina y «no se concibió que tuviera otro cariz», borrando del mapa el traslado a Valencia y a las mujeres que habían trabajado por la igualdad efectiva. «El franquismo negó a la mujer revolucionaria, dueña de su persona y el pensamiento libre», sentencia Escrivà.
Foto destacada: Dos alumnas en el Huerto de las Palmas (Paiporta-Picanya).
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