El Concello declara 2020 como año en memoria de las vecinas de la villa y de Cesantes, Cedeira, Reboreda y Ventosela que «tejieron una red solidaria» con los represaliados
farodevigo.es | Iván Leis | 28.02.20
Una declaración institucional del
Concello proclamó 2020 como «Ano das Mulleres de San Simón», un
reconocimiento a las vecinas que ayudaron a los prisioneros en el
enclave redondelano durante la guerra civil y la posguerra. El homenaje
se materializará mediante un programa de actos en los próximos meses «en
memoria de las mujeres, y hombres, que colaboraron en mitigar el
sufrimiento de los presos allí recluidos entre los años 1936 y 1946»,
apunta el texto leído anoche en el pleno de Redondela.
La isla de San Simón, en aquella primera época del franquismo, fue «un auténtico campo de concentración» en el que permanecieron encarcelados «miles de defensores de la legalidad republicana», según recuerda la declaración municipal. «Muchos de estos presos (…) de diferentes partes de Galicia y del norte de España acabaron con su vida en las cunetas», y los que sobrevivieron «fue a costa de duras condiciones», de hambre e insalubridad.
Vecinos de Redondela conocían esas
difíciles circunstancias que atravesaban tanto los recluidos en San
Simón como después también los del barco-prisión ‘Upo Mendi’. Ante ello,
principalmente mujeres de Cesantes, Cedeira, Redondela, Reboreda y
Ventosela «crearon un entramado de apoyo» en lo que constituye un
«episodio heroico aún poco estudiado y valorado», afirma la declaración
institucional.
«Tejieron una red solidaria» las que serían reconocidas por el pueblo –que no oficialmente– como «mujeres de San Simón». Hicieron frente a las restricciones que imponía la autoridad franquista «y a las propias penurias de la guerra» para realizar tareas como la limpieza y mantenimiento de ropa de los presos, prepararles comida, «llevar el recado» a familiares o simplemente acompañarles. «Aliviaban el sufrimiento de aquellos defensores del gobierno constitucional, injustamente encarcelados», subraya el texto municipal. «Ochenta años después de estos episodios, es necesario un reconocimiento oficial del Concello de Redondela, redescribiendo un capítulo ejemplar de nuestra historia local», concluye la declaración del «Ano das mulleres de San Simón» que acordaron todos los grupos de la corporación local.
Las gemelas valencianas Art al Quadrat ha creado un proyecto audiovisual que «cuenta la historia de once mujeres represaliadas durante el régimen a través de cánticos folclóricos recitados expresamente por mujeres».
lavanguardia.com | 21.02.20
El director del Centre del Carmen, José Luis Pérez Pons, ha
presentado este viernes la exposición ‘De coros, danzas y desmemoria’,
junto a las creadoras Gema y Mónica del Rey, en el Centro del Carmen
Cultura Contemporànea, donde permanecerá esta exposición hasta el
próximo 31 de mayo
«Es
un proyecto que trata asuntos de la memoria, con un perfil de género,
para visibilizar una determinada etapa de la historia de este país y un
determinado segmento de población que fue masacrado, en este caso
especialmente las mujeres», han concretado las creadoras.
El proyecto, que surgió en diciembre de 2017, ha viajado por diez
localizaciones de València, Castilla-La Mancha, Andalucía, Galicia,
Castilla y León, Cataluña, Canarias, País Vasco, Santander, Madrid y
Aragón para mostrar las historias concretas de pueblos de estas
comunidades.
Ambas artistas han destacado que «es importante la localización de
cada video ya que se canta en el lugar donde pasó la historia o tiene
una relación directa con la ella».
El objetivo de Art al Quadrat es trascender el relato histórico «para
recuperar la memoria de las damnificadas por la guerra civil y
posguerra», a las que todavía «no se les reconocido el sufrimiento
ocasionado, restituyendo y sanando heridas antes de que desaparezcan sus
memorias».
Ambas han resaltado la importancia de que «todas las músicas e
interpretes fueran mujeres» como manera de «darles voz a quienes no se
les han dado importancia».
Este proyecto ha sido seleccionado dentro de la convocatoria
Escletxes, dirigida a seleccionar a artistas en la Comunidad Valenciana
con el objetivo de «apoyar a los creadores localers para que tengan un
impulso económico», según ha explicado el director.
«Garantizamos que los artistas puedan presentar sus proyectos en
igualdad de condiciones al Consorci de Museus con un apoyo económico»,
ha argumentado Pérez Pont, quien ha afirmado que «la remuneración
económica implica el reconocimiento del trabajo y un apoyo para poder
producir la obra».
‘De coros, danzas y desmemoria’ es un proyecto que surge de una
«necesidad que observamos durante la producción de una obra anterior
‘Las Jotas de las silenciadas’, grabada en Teruel, donde recopilamos
historias de cinco mujeres durante la Guerra Civil mediante cantos
tradicionales, dando voz a las historias de mujeres fusiladas y
represaliadas”, han explicado las artistas.
En este proyecto se «emula» a la Sección Femenina de FET y de las
JONS, quien «fue recopilando por los pueblos de España los cánticos del
folclore que fortalecían la imagen del régimen, pero fueron olvidando o
dejando a un lado los cantos que eran críticos contra el régimen
franquista», han explicado las artistas.
«En nuestro proyecto transformamos los coros y danzas en la recuperación tanto del folclore crítico, ese elemento que la Sección desnaturalizó, como de las historias de mujeres, que normalmente son las grandes olvidadas de la historia, porque entre otros, recibieron castigos considerados menores, como el rapado del cabello o violaciones», han añadido las artistas. EFE
Esperanza Martínez primero fue republicana, luego maquis y después comunista. Tras ejercer de enlace, se echó al monte para escapar de la represión e ingresó en la AGLA. Lo pagó con tres lustros de cárcel. A sus 92 años, su memoria sigue viva.
publico.es | Henrique Mariño | 16.09.19
En la almohada de su padre aparecían dos hoyos cada mañana. Mamá había muerto durante un parto y las chicas sospecharon que podría tener una amante. También faltaba comida, por lo que estaba claro que bajo aquel techo dormía alguien más. Sin embargo, pronto descubrieron que no era una mujer, sino un guerrillero, a quien Nicolás Martínez Rubio daba cobijo en su hogar. Ellas, alumbradas en un criadero del Frente Popular, también quisieron colaborar. Él había guardado hasta entonces el secreto para no exponerlas a la represión, pero no pudo evitar que también ejerciesen de enlaces.
Esperanza era la del medio de las Martínez: dos hermanas mayores, Amancia y Prudencia, ya casadas; y dos menores, Amada y Angelina, quien todavía vive. Durante más de dos años, la única guerrillera antifranquista que sigue viva caminaba quince kilómetros hasta Cuenca para aprovisionarse de víveres para los maquis de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA). La acompañaba Reme, cuyo hermano había pasado algunas noches en el pajar del caserío Atalaya, en Villar del Saz de Arcas, arrendado a un terrateniente por las Martínez. No acudían a comprar a los pueblos vecinos para no levantar suspicacias. La burra callaba.
“Esperanza era una buena amiga mía. Nunca me había dicho nada de ayudar a los del monte, ni yo a ella tampoco. Mi sorpresa fue que un día, hablando, supimos que las dos hacíamos lo mismo: en su casa ellos también les ayudaban”, escribió Remedios Montero en su biografía Historia de Celia. Recuerdos de una guerrillera antifascista (Rialla-Octaedro). “Saberlo nos hizo mucho bien, porque nos pusimos de acuerdo y juntas podíamos hacer más cosas. Éramos menos sospechosas”.
La incorporación a la causa de Esperanza Martínez García coincidió con la ley de bandidaje y terrorismo, promulgada por el dictador Francisco Franco en 1947 para combatir con furia a los emboscados. Entonces, los guardias civiles comenzaron a golpear su puerta, vestidos con harapos, haciéndose pasar por presos huidos o guerrilleros en apuros. La familia no cayó en la trampa de las contrapartidas, pero fue consciente de que no le quedaba otra que echarse al monte.
El padre, Nicolás, se convirtió en Enrique. Su cuñado Hilario César García Lerín, marido de Amancia, fue rebautizado como Loreto. Amada, diminutivo de Amadora, pasó a llamarse Rosita. Y Angelina, Blanca.
Reme, o sea, Remedios Montero, sería conocida como Celia. Su hermano mayor, Herminio, voluntario del Ejército republicano y luego encarcelado, fue el primero de la familia que se había sumado a la resistencia como Argelio. Su padre, Eustaquio, lo secundó como enlace tras cinco años entre rejas, al igual que su hermano pequeño, Fernando. Aquella casa de Mohorte fue otro destacado punto de apoyo en la serranía de Cuenca, hasta que la dejaron para adentrarse entre los pinares. Eustaquio ya era Ricardo y su hijo Fernando, Luis.
Las Martínez y los Montero sabían que si no los habían arrestado era porque la Guardia Civil pretendía, a través de la vigilancia de sus puntos de apoyo en el llano, cazar a los guerrilleros. De ahí su decisión de enrolarse en la AGLA en 1949, justo cuando la lucha se diluía. “Me vi obligada a huir para que no me detuviesen y me fusilasen, pero cuando me incorporé a la guerrilla ya se iba a desarticular”, recuerda Esperanza a Público. ¿Su misión? “Salvar la vida y resistir hasta el último momento”.
Sole le resta importancia a su papel, si bien su figura —como la de todas las mujeres del maquis, abajo y arriba— fue trascendental. La historiadora Mercedes Yusta Rodrigo sostiene en el libro colectivo Heterodoxas, guerrilleras y ciudadanas
(Fernando el Católico) que fueron ellas quienes se ocuparon de las
tareas de información, abastecimiento y cuidado, es decir, de la
supervivencia de los escapados.
Además de tejer redes en un entorno aislado, sometido y desmantelado políticamente: “Son a menudo las que anudan y dan vida a esos lazos interpersonales e intracomunitarios que estructuran las comunidades rurales”, subraya la profesora de la Université Paris-8 en el capítulo Con armas frente a Franco. Mujeres guerrilleras en la España de posguerra. Unos vínculos familiares y sentimentales que también fueron ataduras, pues las convirtieron en “objetivos de la represión”.
Curiosamente, la presencia femenina en el monte
también fue cegada por los propios fugados. Yusta destaca una entre
varias razones. “Mantener la férrea imagen de moralidad que la guerrilla
comunista quería dar de sí misma: en otras zonas de España en las que
el peso comunista en los grupos armados era menor, como en León-Galicia,
no parece existir esa preocupación por la imagen de rectitud moral y la
presencia de mujeres en los grupos armados no fue ocultada
sistemáticamente”.
Sole habla de una convivencia con sus compañeros basada en el respeto y la igualdad. Ellas no cocinaban, aunque tampoco vigilaban ni se encargaban de los suministros para no ser localizadas por la Guardia Civil. “Aquel tiempo resultó durísimo”, recuerda. “Por mucho que se diga, el monte no se puede fotografiar. Ibas de un sitio para otro y, cuando menos te lo esperabas, asaltaban el campamento y tenías que salvarte de aquella persecución escondiéndote entre los pinos. Fue terrible”.
Martínez ejercita su lucidez y hace gala de una memoria prodigiosa. “Nací el 27 de abril de 1927 y aquí me tienes, pasando el tiempo con los libros y el ordenador”, responde al teléfono desde su casa de Zaragoza. Tiene noventa y dos años, si bien ella dice que va para noventa y tres, porque alguien que ha vivido en la clandestinidad y perdido tres lustros entre rejas puede presumir de soplar velas. La Esperanza es lo último que se muere.
En el monte, ella se concienció políticamente y en 1950 ingresó en el PCE. Amada y Angelita aprendieron allí a leer y a escribir. Sin embargo, los puntos de apoyo fueron cayendo y los maquis sufrieron un hostigamiento sin tregua. A su padre y a su cuñado los mataron en asaltos, la misma suerte que corrieron los hombres de Remedios: primero, su hermano Herminio; luego, el pequeño Fernando —quien, a sus dieciséis años, llevaba pocos meses en la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón—; y finalmente, el cabeza de familia, Eustaquio.
El padre de los Montero falleció en 1951, cuando
Esperanza y Reme se exiliaron en París, donde vivieron con dos familias
comunistas francesas hasta que recibieron órdenes del PCE, para el que
ejercían de enlaces. Su misión: evacuar a los guerrilleros que aún
permanecían en España.
Pero la cosa se torció: la Guardia Civil le pisaba los talones a Celia y el partido le pidió a Sole que la encontrase para que no la detuviesen. Durante el viaje en tren, con destino Salamanca, la acompañó un guía que no le inspiraba confianza —en realidad, era un infiltrado— y fue detenida a la altura de Miranda de Ebro. Reme también cayó.
¿Por qué cruzar la frontera cuando ya era libre? “Yo
no estaba a salvo, sino en Francia bajo las órdenes del PCE, que fue la
defensa principal durante la República, la contienda y la posguerra”.
¿Pero no era consciente del riesgo? “El partido me mandó a recoger guerrilleros
y me vine a hacerlo”. ¿Se arrepiente de haber regresado, sabiendo que
le esperaría la cárcel? “Claro que no me arrepiento. No fui engañada,
sino que lo hice por voluntad propia. Me sume a una causa, la defendí y
la sigo defendiendo”.
La causa es la República: “Esta democracia tiene mucho que mejorar. Ahora tenemos tres derechas en vez de una. Hay que respetar la opinión de cada uno. Sin embargo, yo critico a la derecha por su comportamiento, no por ser derecha. O sea, por todo lo que hizo, empezando por la sublevación del 36”.
Esperanza fue sometida a dos consejos de guerra en
Valencia y en Burgos. En el primero fue condenada a veinte años y un día
de cárcel por un delito de “bandidaje y terrorismo”. En el segundo, a
veintitrés años, cuatro meses y un día por “espionaje y comunismo”.
Cumplió quince en los penales de Burgos, Madrid, Valencia y Alcalá de
Henares, donde coincidió con Amada y Reme.
En su taller, confeccionó capotes para la Guardia Civil y uniformes para la Policía con el objetivo de rebajar la condena, aunque no se daba mucha prisa cosiendo para no alimentar la maquinaria de explotación laboral del franquismo, ni para contribuir a aquella economía sumergida y esclavista del régimen.
¿Qué la mantenía viva en la cárcel?
“Era consciente de mi obligación. Mi dignidad estaba por encima de todo”.
“Me encerraron por defender la República y su legalidad vigente, atacada por la sublevación de la derecha”.
“Pero nunca me arrepentí de nada, ni tengo que
hacerlo, porque luché por mantener mi dignidad. O sea, por seguir siendo
la misma persona”.
“A ver, en prisión no se piensa ni se sabe nada de lo que pasa en la calle, porque la comunicación es escasa”.
Mejor no hablar de su paso por la Dirección General de Seguridad,
cuyos sótanos de su sede en Madrid eran un centro de torturas. “Mucha
gente no ha salido. O ha salido mal. O ha muerto nada más salir. Hay
muchas cosas que no se soportan fácilmente”.
¿Su experiencia? “Estuve bastante tiempo metida allí, pero no tengo nada bonito que contar de aquello, ni de la comisaría de Valencia, ni de la Policía en general. Salvo raras excepciones, no guardo ningún buen recuerdo”. La memoria es selectiva y Esperanza conserva intactas sus razones para recuperar unas causas que se resiste a olvidar.
Primera: darle voz a los ausentes, con la palabra
oral e impresa. “Yo no soy escritora, ni tengo una gran cultura, porque
no tuve tiempo para estudiar”. Caminaba cinco kilómetros para ir a la
escuela, que tuvo que abandonar. “Escribí Guerrilleras, la ilusión de la esperanza
(Latorre Literaria) porque quería reflejar la política social en los
calabozos de Madrid y Valencia, así como homenajear el legado de los que
se quedaron por el camino”.
Segunda: los antifranquistas que no estaban en la vanguardia de la lucha, desarmados en el llano o víctimas de la sinrazón, cuya factura fue demasiado cara. “Reivindicamos a los puntos de apoyo, que sufrieron más que nosotros, así como a otra gente, presa y represaliada, que no pudo contarlo”.
Tercera: el asesinato de su padre y de su cuñado.
“Los mató el franco-falangismo. La culpa no sólo la tuvo el dictador,
sino también los falangistas, quienes encabezaban la represión. ¿Perdón
pero no olvido? “Yo perdono a todo el mundo. A pesar de los pesares, no
tengo odio, rencor ni castigo para nadie. Al contrario, sólo exijo
justicia”.
Cuarta: la mujer, olvidada como protagonista de la resistencia. “Seguimos sin recuperar una historia que quieren dar por perdida y que sigue sin reconocerse jurídicamente. Nosotras estamos, en esta democracia tan demócrata, peor que en un segundo plano. Los hombres siguen llevando el control de todo, cuando debería ser compartido, porque hay muchas mujeres capaces”.
Quinta: aquella España que no pudo ser. Una República, pese a los peajes, que a su juicio estaba transformando el país. Cuando salió a la calle, irreconocible, lo que la obligó a volver a aprender. Como había hecho cuando se echó al monte, tiempos de lecturas y aprendizaje político, y cuando la metieron en prisión, donde hizo un curso por correspondencia de cultura general y estudió francés. “La España que yo dejé no es la España que me encontré al salir. Era un mundo nuevo. Diferente. Desconocido”. No sabía lo que era un teléfono, ni tampoco aquel dinero acuñado con la efigie del Generalísimo. “En la cárcel no teníamos nada. Por eso son cárceles”.
Esperanza es una histórica del PCE aragonés, con el que ha colaborado hasta que la salud limó su presencia en los actos del partido. Fue del ¡OTAN no! También del ¡O todos o ninguno!, que llevó a prisión a tantos insumisos, entre ellos su hijo: “Él peleó por su causa y yo lo apoyé. Su problema fue posicionarse contra el franquismo y contra el Ejército, que son para matar, y él no quería matar a nadie”.
Vladimiro, como Lenin, aunque su nombre no casa con sus ideales. “No piensa lo mismo que yo, pero también es revolucionario [se declaró objetor de conciencia con sólo dieciséis años]. Está en la izquierda y ambos nos respetamos y nos queremos”. Atrás ha quedado la lucha a pie de calle, si bien Esperanza sigue ejerciendo como presidenta de Archivo, Guerra y Exilio (AGE): memoria, derechos y resarcimiento para las víctimas de la larga noche de piedra.
“Si viviésemos en otro país, sería un guion de película”, cree Esther López Barceló.
“La historia de una mujer sencilla y una activista indómita debería ser
una referencia para la sociedad actual. Es una pérdida enorme en
términos colectivos, porque había más ejemplos como Esperanza, aunque no
las conocemos”, añade la autora del libro Testimonio de la memoria,
editado por la AGE del País Valencià. “Sole y ellas escapan a lo que se
esperaba de las mujeres, tan valientes y comprometidas con la
realidad”.
Republicana. Guerrillera. Comunista.
“Es un caso paradigmático. Pasó de ser enlace a maquis. Y, tras ser detenida, la llamaban Puta Pasionaria, porque para la derecha era el arquetipo de lo que no podía ser una fémina. Es quien mejor representa a la mujer resistente para el franquismo. De hecho, luego fue una militante activa del PCE, manteniendo viva la llama de la memoria y de su militancia”, explica a Público López Barceló, exdiputada de Esquerra Unida en el Parlament valenciano.
Sin embargo, Sole fue silenciada por la dictadura y la transición. El partido tampoco ayudó a la recuperación de la figura del guerrillero como la mohicanía del antifranquismo. No obstante, algunos partisanos tricolores fueron aflorando lejos de las cunetas a lo largo de los años: Camilo de Dios, Luis Trigo O Gardarríos y, claro, Quico, el último maquis del Bierzo. “Sin embargo, ellas no se presentaban como referentes, sino que el protagonismo correspondía a sus camaradas, que comenzaban a salir a la luz”, explica la historiadora alicantina, quien reconoce que glosó la figura de Esperanza por recomendación del propio Francisco Martínez.
“Escribí Testimonio de la memoria porque él
me pidió que hiciese un trabajo sobre las voces de las mujeres en la
guerrilla, porque estaba absolutamente concienciado de que sus
compañeras habían sufrido un doble olvido. De hecho, Quico no
sale en el libro porque quería que las protagonistas fuesen ellas. Así,
le doy la palabra a mujeres de diferentes generaciones, porque quería
representar como se había transmitido la memoria de unas a otras”,
comenta Esther López.
Mujeres que no se atribuyen ningún mérito, como Pilar,
la hermana de Quico, quien se extraña cuando la historiadora se
interesa por sus acciones heroicas, pues entendía que había hecho lo que
correspondía. “O sea, lo normal”, añade la exparlamentaria de Esquerra
Unida. “Todo el tiempo le quitaban importancia a una experiencia
desgarradora y a su propia trayectoria”. Algo que puede responder a la
humildad o al silencio, que es el miedo cuando calla, aunque atrás haya
quedado todo.
No deja de sorprender, sin embargo, que aquellas
luchadoras hayan ido falleciendo sin ningún foco que las alumbrara,
apenas la clarificadora mortaja de los suyos, incombustibles activistas y
familiares de las víctimas. Como Moncho Hermida, encargado de difundir
en julio el pasamiento de Consuelo RodríguezChelo en la Bretaña, adonde se había exiliado.
“El patriarcado, pese a su evolución positiva,
también ha estado presente en la política de la izquierda. El activismo
de la memoria ha tardado en reconocer a estas mujeres, quienes fueron
doblemente represaliadas: por militantes comunistas o antifranquistas y porque no se adaptaron al canon de mujer sumisa establecido por el régimen”, razona López Barceló.
Republicana, guerrillera, comunista, torturada y presa.
“No tengo nada bonito que contar de aquello”, insiste Esperanza.
De nuevo, una violencia multiplicada: sus cuerpos y las palizas; sus entrañas y las violaciones.
“La represión que golpeó a los republicanos revistió
un doble (o triple) significado en el caso de las mujeres. Las que
habían tomado parte en actividades de carácter político fueron
castigadas como rojas, pero también en tanto que mujeres
que habían transgredido su papel de género y que habían traicionado, por
tanto, su naturaleza femenina. Fueron castigadas en ese cuerpo de mujer
que habían desnaturalizado: rapadas, purgadas, violadas”, escribe Mercedes Yusta en Heterodoxas, guerrilleras y ciudadanas.
No obstante, algo que llamó la atención a Esther
López durante sus encuentros con Sole fue la necesidad de matizar que
fue apaleada, mas no forzada, lo que según ella evidencia la violencia sexual como arma de posguerra.
“Enseguida se lanzó a dejarme bien claro que no la
habían violado, porque en el franquismo era algo que estaba muy
presente. Escaparse de eso resultó liberador, pues no era lo habitual”,
subraya la autora de Testimonio de la memoria.
Esperanza reconoce que se habría suicidado en los
sótanos de la Puerta del Sol para evitar las torturas, pero no pudo. En
cambio, cuando estaba en la clandestinidad, iba armada. No tanto para
atacar, sino para evitar lo inevitable en el caso de que fuese
acorralada en el monte. “Era una pistola pequeña, de 9 corto, para defensa propia o para pegarme un tiro antes de que me detuviesen”.
“No la utilicé, ni falta que hizo”.
Portar un arma tenía sentido: el del sinsentido. En
una entrevista de 1995, citada por Yusta en su libro, recordaba aquellas
palabras que salieron de la boca de su padre: “Si os veis mal, si
alguna vez os hieren, si os dejan malheridas o lo que sea, mataos, que
no os cojan vivas. Por lo menos, que no os cojan vivas”.
No hace falta que Esperanza explique los motivos, recogidos en Con armas frente a Franco. Mujeres guerrilleras en la España de posguerra: “Él tenía terror
a que nos cogieran vivas, porque sabía lo que eran capaces de hacer. Y
le horrorizaba pensar lo que pudieran hacer con nosotras. Entonces
prefería vernos muertas a que nos cogieran vivas y pudieran hacer
barbaridades con nosotras, que es lo que han hecho con mucha gente”.
El guion al que alude Esther Barceló daría para más metraje: en 1967 salió en libertad condicional y se fue a vivir con su hermana Amancia a Manresa, donde aún reside Angelina, quien no goza de tan buena salud como Esperanza pese a tener seis años menos. “Está mayor que yo física y políticamente”. Aquella Blanca de la resistencia podría considerarse la última maquis, pero Sole matiza que estuvo muy poco tiempo en el monte, hasta que encontró refugio en el punto de apoyo de Adelina Delgado, la Madre. “Ahora está un poco pocha”.
Quien le había dado a luz, Matilde, tenía 38 años cuando murió durante un parto. Ella fue madre pasados los cuarenta: “Es un hijo excelente”. Fruto de su relación con Manuel Gil, obrero del metal zaragozano, cuatro veces encarcelado, padre en 1970, aunque conoció al crío cuando éste ya había cumplido tres años. Esperanza lo conoció por una carambola epistolar, que la llevó a visitar tiempo después de la cárcel al Movimiento Democrático de Mujeres de la capital aragonesa, con las que se había carteado. Allí se encontró con el histórico del PCE local y fundador de Comisiones Obreras, fallecido en 2014.
“Fue una historia bonita. Nos casamos en la cárcel de Torrero. ¡La primera boda civil de Zaragoza! Todavía con Franco,
cuando el clero no las permitía. Una ceremonia rápida, ligera y
estupenda: duró minutos”, sonríe Esperanza, Sole en el monte, Conchita
en la clandestinidad, Consuelo Pallarés cuando fue detenida en aquel
tren cerca de Miranda de Ebro.
Lo volverá a contar en la reedición de su biografía,
que tiene previsto presentar en breve en Zaragoza, de la que es hija
adoptiva. Cambiará el título original por Guerrilleras: recuérdalo tú y recuérdalo a otros, que hace referencia a un verso de 1936, el poema que Luis Cernuda dedicó a un brigadista internacional.
Que aquella causa aparezca perdida nada importa; que tantos otros, pretendiendo fe en ella, sólo atendieran a ellos mismos importa menos. Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
“Cuando era prácticamente una niña y se sube al monte, sorprende su conciencia política con tan poca edad, sin ni siquiera leer ni escribir bien”, subraya López Barceló. “Y luego, ya en Francia, decide que no puede quedarse allí con su vida tranquila sabiendo que sus compañeros se están jugando el pellejo. Por eso, decide hacer una vez más de enlace y sacarlos de España, aunque termine siendo detenida”.
En su libro, donde rinde homenaje a otras luchadoras antifranquistas,
la historiadora alicantina refleja a lo que se exponían si caían en
manos del régimen. “Los castigos fueron horrorosos y las mujeres han
sido las más perdedoras”, rememoraba Esperanza. Durante la entrevista,
insistía en que otras habían corrido peor suerte: “Me devolvían ya
negra, con la camiseta pegada al cuerpo de lo que se me reventaba de los
coágulos de sangre. No me han violado”. Mercedes Yusta, citando a otros
autores, habla de la “específica marginación y opresión” a la que el
franquismo las sometió.
Sin embargo, al contrario de la pretendida
cosificación por parte de la propaganda franquista, las mujeres tomaron
conciencia en el monte, tanto política como de género. En Con armas frente a Franco,
la profesora de la Université Paris-8 califica su militancia como una
liberación a través de una causa que “les permitió acceder (aunque fuese
dolorosamente) a formas de emancipación política y personal que no
estaban permitidas, en general, a las mujeres vencidas en la España rural de posguerra”.
“Si su experiencia en las guerrillas fue revolucionaria, no fue tanto por el hecho de que portaran armas […], cuanto por el hecho de vivir una experiencia de aprendizaje político que les permitió dar nuevas orientaciones y significados a sus vidas, transformando el afecto, el temor y el duelo en compromiso político”, añade la también autora de La resistencia armada contra el régimen de Franco en Aragón (Universidad de Zaragoza).
La propia Remedios Montero lo refrendaba en su autobiografía, donde describe su cometido en el llano: suministrarles comida, medicinas, ropa e información de las fuerzas de seguridad a los maquis. Arriba, participó en la toma de decisiones y no sintió diferenciación alguna: “Nuestra vida en el monte era igual que la de ellos, el macuto siempre a la espalda y el arma dispuesta por si se necesitaba. Afortunadamente nosotras nunca tuvimos que utilizarla. No había ninguna discriminación ni tratamiento especial por ser mujeres. Teníamos buenos maestros y dábamos clases de capacitación cultural, política y todo cuanto nos pudiera cultivar más y mejor”.
Historia de Celia. Recuerdos de una guerrillera antifascista es el testamento que desmonta las acusaciones de algunos autores afectos al régimen, que las tacharon de “amantes” o “prostitutas” de los emboscados. “El franquismo ha querido desprestigiarnos haciendo ver que sólo estábamos allí para entretenimiento y satisfacción de los hombres de la guerrilla, pero pese a tantos y tantos palos que hemos recibido al detenernos porque querían que así lo dijéramos y quedase constancia en los expedientes, nunca lo consiguieron”, escribe Reme.
“Y hemos dejado bien claro ante todos esos
torturadores que nunca hemos sido más respetadas en la vida por nadie
como nos respetaron ellos. Allí aprendimos con su gran ayuda que la
mujer puede ser igual al hombre y tener los mismos derechos en todo”,
concluye Montero, quien inspiraría a la escritora Dulce Chacón para concebir La voz dormida, llevada al cine por Benito Zambrano.
El relato de Esperanza también alimentó esa novela, así como el filme de Montxo Armendáriz Silencio roto y los documentales La guerrilla de la memoria, de Javier Corcuera, y Esperanza Martínez, una luchadora por la libertad,
de Amparo Bella, Régine Illion y Concha Gaudó, integrantes del Grupo de
Historia del Seminario Interdisciplinar de Estudios de la Mujer (SIEM),
de la Universidad de Zaragoza.
Hay escenas de ese guion todavía no escrito al que
alude Esther López que se han quedado fuera de la cinta. Algunas podrían
ser recreadas por la historiadora Dolores Cabra, quien ya dejó su huella en la autobiografía de Sole.
“Fue resistente contra la dictadura franquista en la
lucha guerrillera, fue presa durante quince años, fue militante
organizada en la lucha clandestina, fue una de las muchas mujeres que
supo salir a la luz del día y a la calle a cara descubierta cuando la
dictadura iba llegando a su fin, pero aún seguía reprimiendo a sangre y
fuego”, señala la secretaria general de AGE. También critica, en
tiempo presente, que los gobernantes no hayan honrado “la memoria de los
últimos soldados de la República”, quienes “lucharon con sus escasas
armas y los más pobres medios, en montes y ciudades, hasta bien entrados
los sesenta”.
El historiador Francisco Moreno Gómez también ensalza su figura en Guerrilleras, la ilusión de la esperanza,
cuya próxima reedición rellenará el vacío de las estanterías, pues hoy
apenas se encuentra en contadas librerías, como la madrileña y
libertaria LaMalatesta. “Las mujeres republicanas fueron el alma de la
retaguardia y de las labores de enlace y colaboración. Fueron las
auténticas guerrilleras del llano, sin cuya labor la guerrilla
propiamente dicha no hubiera sido posible”.
Pusieron su vida al servicio de un ideal, a la
espera de que los acontecimientos de aquella Europa en guerra pudiese
devolver a su país un Gobierno republicano y progresista, que nunca
llegó. “El alma de la intendencia de la guerrilla y de los puntos de
apoyo”, en palabras de Moreno, quien recuerda que muchas murieron por la
causa. “Esperanza Martínez tuvo, al menos, la suerte de salvar la vida,
y con ello nos ha salvado la memoria, nos ha salvado la historia y nos ha salvado el honor y la dignidad de una lucha democrática”.
Por ello, Esther, Quico, Dolores, Francisco y Mercedes exigen un reconocimiento de las voces de las sin voz.
Pocos conocen la historia de Lola, Amparo y Julia Touza Domínguez, tres hermanas que, desde Ribadavia, un pequeño pueblo gallego, tejieron una red de fuga para los judíos que escapaban del Holocausto nazi
elespañol.com | Iván Fernández Amil | 16.06.19
Todos conocemos la historia de Oskar Schindler, un empresario alemán y miembro del Partido Nazi, que salvó la vida de más de mil judíos empleándolos como trabajadores en sus fábricas. Pero pocos conocen la historia de Lola, Amparo y Julia Touza Domínguez, tres hermanas que, desde Ribadavia, un pequeño pueblo gallego, tejieron una red de fuga para los judíos que escapaban del Holocausto nazi. Esta es la historia de la “Lista de Schindler” gallega, una historia olvidada durante más de 60 años.
Todo comenzaba en el año 1941, al abrigo de una pequeña tienda que las tres hermanas regentaban en la estación de tren de Ribadavia, a unos veinte kilómetros de la frontera con Portugal. Un día las hermanas se encontraron con un hombre que estuvo durante horas en un banco de la estación. Lola se acerca al forastero a ofrecerle su ayuda y éste le cuenta que es judío y que está escapando del infierno.
Así se iniciaba una red clandestina que arrancaba en los Pirineos, terminaba a la otra orilla del Río Miño, en Portugal, y que convirtió a Ribadavia en uno de los epicentros mundiales de ayuda a los judíos.
Entre los pasajeros de la línea Hendaya-Vigo se encontraban muchos judíos que huían de los nazis, cruzando la frontera francesa hacia España, con el objetivo de llegar a Portugal para partir rumbo a Estados Unidos o Sudamérica.
Cuando se empezó a correr la voz de que tres hermanas de Ribadavia ayudaban a los suyos a cruzar la frontera con Portugal, los judíos viajaban a España con un destino claro: Preguntar por “La Madre” nombre en clave de Lola Touza. Una vez localizada en la estación, ésta los escondía en su tienda (en la que había un zulo excavado en la tierra) o en el sótano de su casa, hasta que fuese seguro cruzar la frontera y llegar a Portugal.
Pero, además de las hermanas, otros héroes ayudaron a llevar esta gesta a buen puerto, dos taxistas, Xosé Rocha y Javier Míguez, un emigrante retornado, Ricardo Pérez, que hacía de intérprete, y el barquero que les ayudaba a cruzaba el Río Miño, Ramón Estévez.
La historia permaneció oculta hasta que, en 1964, un viejo judío de Nueva York quiso saber qué había sido de aquella mujer que una noche sin luna le había ayudado a cruzar la frontera hacia la libertad. La investigación llegó a las manos del escritor Antón Patiño, que juró no contar la historia hasta que las tres hermanas hubiesen fallecido.
Más de 500 judíos salvados
Se estima que las hermanas salvaron a más de 500 judíos entre los años 1941 y 1945 y que la temida Policía Secreta Nazi, la Gestapo, visitó en más de una ocasión el pueblo de Ribadavia preguntando por “La Madre”. Nunca llegaron a saber quién era.
En septiembre de 2008, el Ayuntamiento de Ribadavia instalaba una placa en homenaje en el que una vez fue su domicilio natal: «A las tres hermanas Lola, Amparo y Julia Touza. Luchadoras por la Libertad».
Ese mismo año, el Centro Peres por la Paz plantó en Jerusalén un árbol, con el nombre de Lola Touza, que recuerda su labor.
Desde entonces, la familia espera que se les otorgue el título de Justas entre las Naciones, el máximo reconocimiento oficial que otorga el Estado de Israel que, hasta el día de hoy, sólo seis españoles ostentan.
«Para que se les conceda este título se deben cumplir tres requisitos: que hayan salvado a un judío, que lo hayan hecho arriesgando sus vidas y que se haya llevado a cabo de forma desinteresada. Ellas los cumplen todos», dice el nieto de Lola, Julio Touza.
El Servicio Secreto Británico contaba con infraestructura en Galicia, debido a la importancia de esta comunidad en el comercio de Wolframio,
y seguían de cerca a los alemanes. El MI5 anunció que en el futuro
desclasificaría material confidencial de la guerra, por lo que es
posible que en los documentos desclasificados aparezca «La Lista de
Lola», y poder conocer el número exacto de judíos a los que ayudaron.
Lola Touza moría en 1966 en su casa de Ribadavia a causa de un fallo cardíaco producido por un derrame cerebral. Tenía el corazón demasiado grande…
Referencias:
PATIÑO REGUEIRA, A. Memoria de Ferro. Edicións a Nosa Terra.
BARRACHINA RUIZ, E. Estación Libertad. Editorial La Esfera de los Libros.
PIÑEIRO GONZÁLEZ, V. Lola Touza, la Schindler Gallega.
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