Hoy continuamos con la sección de “Mujeres de armas tomar” y nos desplazamos hasta Francia para conocer la historia de Elisa Garrido Gracia. Miliciana en las columnas anarquistas, enlace de la red Ponzán, deportada a los campos nazis y finalmente saboteadora. Lo más importante es que además de todo esto, lo pudo contar.
elsaltodiario.com | 25.07.20 | Imanol
Saludos guerrilleros a toda la gente que sigue el blog. Hoy vuelvo a las mujeres de armas tomar. Trato de que no me despisten los virus, los confitamientos y demás elementos ajenos que rondan por las cercanías y vuelvo a mis historias. A lo largo de estos años, he estado bastante centrado en en los temas guerrilleros y no había puesto suficiente antención en el género de los mismos. Así que apercibido de mi error, este año trataré por lo menos de equilibrar un poco las cosas y rebuscar y retratar, a parte de aquellas mujeres que actuaron con la misma determinación e idealismo que lo hicieron los hombres…así que ahí vamos. Hoy seguimos los pasos de Elisa Garrido Gracia “La Mañica”.
Elisa Garrido había nacido el 14 de junio de 1909 en el pueblo aragonés de Magallón. Con el paso del tiempo decidió emigrar a Barcelona. Era hija de militantes libertarios, así que pronto conoció “la idea” y a ella se encomendó, afiliandose con presteza al sindicato anarquista. En Barcelona conoció a Marino Ruiz de Angulo, militante confederal como ella, con quien pasaría por dos guerras, a las que ambos sobrevivieron y junto al que terminó sus días. En la Ciudad Condal se ganaba la vida como sirvienta en casa de una familia con recursos, lo que no le impidió participar en los combates de julio de 1936 por las calles de la misma, e integrarse posteriormente en una de las columnas que marchaban en dirección a Aragón desde el cuartel Ausias March. Elisa debía tener las cosas muy claras, pues no aceptó el rol de las mujeres en la retaguardia, y en 1938 seguía movilizada y combatiendo en la temible batalla del Ebro.
Una vez perdida la guerra civil, tomó camino del exilio, en compañía de su compañero Marino. Desconozco los primeros tiempos pasados por la pareja en el país vecino, aunque posiblemente, no me equivoque mucho si me arriesgo a decir que fueron internados en uno de los campos que la república francesa dedicó a nuestros compatriotas. Lo que si sabemos es que ambos marcharon hacia el sureste, que residieron tanto en Marsella como en los altos Alpes y que se integraron prontamente en la resistencia. Se dedicaron al rescate de personas, y no pudieron elegir mejor grupo, pues eran uno de los eslabones de la red Ponzán, la red compuesta por libertarios españoles que consiguió hacer cruzar por tierra o por mar a cerca de 3000 hombres y mujeres perseguidas por los nazis, ya fueran pilotos de guerra, integrantes de la resistencia o simplemente personas en peligro.
Ella tomó el relevo de su compañero cuando este fue detenido, y siguió realizando las labores tanto de correo como de guía para la organización. Pese a las precauciones tomadas, fue capturada en Toulouse en otoño de 1943 por la temida Gestapo. Ingresó primeramente en la cárcel de Saint Michel, enclavada en dicha ciudad, donde fue severamente torturada, y permaneció tres semanas en aislamiento, aunque consiguió guardar silencio y que nadie más resultara detenido. Su siguiente parada fue en una de las prisiones de París, y como no hay dos sin tres, fue enviada finalmente a la de Compiegne, antesala de los campos. El 30 de enero de 1944, su suerte empeoró, y junto a otras 959 mujeres, fue enviada al temido campo nazi de Ravensbrück. Fue registrada en el mismo el 3 de febrero. Allí, Elisa perdía nombre, apodo e historia y pasaba a ser el número 27219.
El recibimiento, como era de esperar no fue bueno. Largas horas en posición de firmes, palos, gritos, y finalmente, a desnudarse, rapado de pelo y a las duchas frías, que fuera febrero daba igual. El 21 de julio de ese mismo año, era destinada al Kommando Hasag, para trabajar en un complejo militar dedicado a la fabricación de obuses en la ciudad de Leipzig, junto a otro numeroso grupo de deportadas, entre ellas siete españolas más. Aquí vuelve a cambiar su matrícula, ahora es el número 4068. Por mucho que le cambiaran el número, Elisa era de ideas fijas, así que pronto empezaró a sabotear la produción de obuses con ayuda de sus compañeras. Trabajaban 12 horas diarias y recibían una sopa y un mendrugo de pan. Ellas se referían a si mismas como presas políticas y de hecho declaraba años después: “Considerábamos, pues, el sabotaje como un deber primordial y la verdad es que los obuses y las máquinas quedaban inutilizados con gozosa frecuencia”. Además de sabotajes, también reclamaban su estatus de prisioneras: “Decidimos arriesgarnos a una acción, de cara a reivindicar nuestra condición de presas políticas frente a los obreros alemanes, a quienes habían dicho que éramos ladronas, prostitutas, etc, a las que reeducaban por el trabajo y con las que no debían hablar en absoluto”. Los nazis, decidieron darles un pequeño pago en bonos de cantina, cuestión que las presas aprovecharon al grito de: “No somos obreras libres, somos presas políticas, no queremos dinero de Hitler”.
Entre los sabotajes que realizó Elisa, se la recordará por haber inutilizado parte de la fábrica de obuses, su “modus operandi” era: “Dejaba parte del explosivo en las bombas que, al no haber quedado bien acabadas, tenían que volver a pasar por la fresadora para ser pulidas otra vez, entonces la máquina hacía de percutor y provocaba una explosión en cadena”.
Tras el estallido de parte del complejo, fue devuelta a Ravensbrück, con bombardeo aliado incluído del tren en el que viajaban. De nuevo en el campo fue metida en el “pabellón de las gitanas”, el nº 28, de condenadas a los hornos. Durante esta temporada, los malos tratos fueron severos, fue atacada y mordida por los perros de los guardias, fue violada por los SS, llegando incluso a sufrir un aborto por los abusos recibidos.
La suerte cambió en junio de 1945, cuando fue incluída en un canje de prisioneros realizado por la cruz roja. A cambio de un grupo de presos alemanes, conseguirían la libertad un grupo de personas deportadas, y entre ellas, estaba Elisa. Primero fueron llevadas a Frankfurt, para pasar posteriormente a Suecia vía Dinamarca. La libertad la consiguieron en la ciudad de Estocolmo.
Una vez terminada su segunda guerra, Elisa y Marino, que se habían reencontrado, se aposentaron en París,ciudad con un elevado número de libertarios españoles en sus calles, allí aguantaron hasta finales de los 50.
Tras la etapa parisina, decidieron volver a España, instalándose en Mallén. Ella abrió una pescadería en Cortes de Navarra, mientras él se dedicaba a las labores del taxi. El proyecto no funcionó, así que decidieron volver a cruzar la frontera hacia el norte y aposentarse de nuevo en Francia. Allí seguía siendo mucho más fácil y menos peligroso vivir.
En el país vecino, fue una mujer reconocida y condecorada, no como aquí, y es que en estos temas seguimos con el eterno “Spain is different”. Elisa falleció en Toulouse en marzo de 1990.