Un nuevo espacio expositivo en el Museo Reina Sofía busca poner en valor el papel desempeñado por las mujeres de ambos bandos en la contienda. elespanol.com | 7.03.20 | David Barreira
Un abismo las separa: mientras las milicianas se revuelcan en la tierra de las trincheras y empuñan sus fusiles, las mujeres del bando franquista son conminadas a la oración y a ejercer la buena maternidad, es decir, a los cuidados del hogar y de los hijos. Unas mueren en el frente, las otras lamentan la bala que se le alojó al esposo en el pecho. Son las dos visiones femeninas de la guerra, de una guerra que también las salpicó a ellas, que las empujó a los frentes, a sobrevivir a las bombas o a auxiliar a sus víctimas. Pero una contienda que acentuó la brecha entre el empoderamiento y tradicionalismo.
Esa es la lectura que se desprende de un nuevo espacio expositivo permanente que ha inaugurado este viernes el Museo Reina Sofía bajo el título de Frente y retaguardia: mujeres en la Guerra Civil, que busca poner en valor los cometidos desempeñados por las féminas en la contienda, desde las artistas que contribuyeron a la lucha por el relato hasta las jóvenes que fueron destinadas a las fábricas y a los talleres para participar en la cadena de producción de armamento.
Pero hay un problema: el «papel activo» que se pretende ensalzar, en palabras del director Manuel Borja-Villel, no fue el mismo en ambos bandos. La balanza está claramente inclinada hacia el lado izquierdo. O al menos eso es lo que se deduce de la relación de piezas artísticas reunidas en esta pequeña sala del edificio Sabatini: las del lado republicano son todas creaciones de mujeres —fotografías, carteles, grabados—; en las de la España de Franco, ellas tan solo alcanzan el grado de protagonismo de postales y cuadernos propagandísticos, como sujetos pasivos.
«No hay producción artística de mujeres en el bando franquista, la mayoría de obras expuestas hacen referencia a la religión», lanza Concha Calvo, jefa de Fotografía del Departamento de Colecciones del Museo Reina Sofía y organizadora de este nuevo espacio. «Hemos querido mostrar ese contraste entre la situación de ambas mujeres, de cómo fueron retratadas».
Las protagonistas identificables del museo son las fotorreporteras Kati Horna y Gerda Taro —a quien le han sido atribuidas tres fotografías cuya autoría le correspondía antes a Robert Capa, su pareja—, extranjeras que retrataron con sus cámaras los devastadores efectos materiales y humanos de la Guerra Civil. También las artistas Pitti Bartolozzi, autora de la serie Pesadillas Infantiles, expuestas al lado del Guernica en la Exposición Internacional de París de 1937; y Juana Francisca, cartelista de estampas feministas y miembro de la Unión de Muchachas, colectivo que terminaría integrándose en la Agrupación de Mujeres Antifascistas.
En el otro lado reina el anonimato con la proyección de la colección de postales Mujeres de la Falange, con fotografías de José Compte,
jefe de la sección de fotografía del Servicio Nacional de Propaganda,
en el verano de 1938. «Se trata de composiciones teatralizadas, que
siguen la estética moderna difundida por la nueva objetividad y que
ponen de manifiesto los ideales de religiosidad, maternidad, abnegación y
sacrificio», relatan desde el Reina Sofía.
Ese vínculo con la religión católica también es palpable al contemplar ejemplares de otras publicaciones como Y: Revista para la mujer, Revista de la mujer nacional sindicalista o las de la Sección Femenina.
Algunas de estas piezas recuerdan el papel desempeñado por las
trabajadoras del Auxilio Social, organización fundada en octubre de 1936
por Mercedes Sanz-Bachiller que atendía a las víctimas de los territorios que los sublevados iban conquistando.
Horna por primera vez
Además del reconocimiento que se le brinda a Gerda Taro, la otra gran protagonista de este espacio femenino es Kati Horna. La fotorreportera, nacida en Budapest e iniciada en el arte de la fotografía por el retratista József Pécsi, llegó a España en enero de 1937 para cubrir la guerra tras un encargo de las Oficinas de Propaganda Exterior de la CNT y la Federación Anarquista Ibérica. Sus instantáneas, enfocadas en la vida cotidiana, fueron impresas en revistas como Umbral, Tierra y libertad, Tiempos Nuevos o Libre Studio. También cultivó fotomontajes inspirados en el surrealismo, vanguardia con la que había tratado en París.
El Reina Sofía adquirió en 2017 a la familia de Kati Horna una parte del trabajo de la fotógrafa, que ahora ha colgado en sus paredes por primer vez. ¿Intentará el museo hacerse con los más de 500 negativos de Horna que una investigadora española ha localizado recientemente en Ámsterdam, en unas cajas de madera de la CNT? «La idea es ampliar la colección al máximo posible», responde de forma escueta Manuel Borja-Villel, director de una institución que se suma al movimiento feminista con un largo programa de actividades, con «una forma de pensar».
Documental realizado por la TV sueca en 1976 en España, en el que mujeres antifranquistas relatan sus experiencias en la lucha contra la dictadura.
Lucha en Asturias, lucha en la resistencia contra los nazis, lucha comunista y feminista, lucha sindical y lucha vecinal.
La salida de prisión de miles de mujeres republicanas represaliadas por el franquismo fue acompañado en multitud de ocasiones con el destierro, la pobreza y el más absoluto de los silencios y olvidos. Los testimonios recogidos por Tomasa Cuevas y las investigaciones de Ricard Vinyes permiten recuperar sus historias de vida.
publico.es | 19.04.20
ALEJANDRO TORRÚS
La presa política del franquismo María Salvo había sido una de las protagonistas de la histórica huelga de hambre de las presas políticas en Segovia en 1949. Estaba presa desde 1941, cuando fue condenada bajo la acusación de haber conspirado contra la seguridad interior del Estado. No sería hasta un 16 de abril de 1957, hace ahora 63 años, cuando salió de prisión en libertad condicional. Era Jueves Santo. Tenía 36 años y llevaba desde los 21 en prisión. Las ex-presas Consuelo Claudín y Consuelo Alonso la recibieron en la puerta.
«Lo difícil fue adaptarse a un nuevo mundo. Había perdido el hábito de comer con cuchillo y tenedor; no sabía el valor de la moneda en curso. Todo me resultaba diferente, incluso la conversación con mi familia y los amigos más próximos. Era como si entre nosotros existe un muro que yo tenía que derribar poco a poco«, señaló Salvo a Público.
Pero llamar libertad a lo que había recibido María Salvo aquel Jueves Santo de 1957 era mucho decir. La presa política, como otras y otros miles de represaliadas republicanos, había sido desterrada. No tenía un lugar al que volver.Tampoco tardaría mucho en descubrir —tal y como relata el catedrático de la Universidad de Barcelona Ricard Vinyes— que su antigua pareja había construido un hogar en el exilio mejicano, que su propia familia había cambiado, «o que quizá había cambiado ella porque no pertenecía al nuevo mundo en que vivía». Y tampoco tardaría en comprobar que hablar de la prisión resultaba incómodo, cuando no incomprensible para la gente que le rodeaba. Era una especie en extinción en la nueva España franquista.
El caso de María Salvo no es excepcional. Sólo en 1943 llegaron a Barcelona 318 ex-presas políticas que habían sido desterradas
de sus lugares de origen. Así lo establecía la legislación
penitenciaria franquista con el fin de «evitar que su presencia reavive
el dolor de quienes ofendió» e «impedir la reincidencia del liberto a
restablecer conexiones con amistades que impedirían completar su
rehabilitación».
Se ha escrito mucho de la estancia de las presas políticas en prisión. No tanto de qué sucedió con sus vidas una vez recuperaron una libertad que no era tal. Lejos de sus casas, con maridos fusilados, hijos robados, pobreza extrema y con la total certeza de que la dictadura franquista continuaría su labor de destrucción de su biografía e identidad política que había iniciado años atrás con sus detenciones, encarcelamientos y largas condenas.
«Nadie te pregunta por tu vida después de la cárcel y es, sin duda, uno de los periodos más duros. No es que te acostumbres a la cárcel, uno nunca se puede acostumbrar a eso, pero allí dentro no te sentías sola, y fuera sí«, narró Salvo en el libro El daño y la memoria, de Vinyes.
Las presas políticas del franquismo habían construido en las cárceles auténticas comunidades de resistencia. Desde las celdas habían luchado por mantener su identidad de presas políticas que la dictadura les negaba. Se habían mantenido organizadas, se habían formado políticamente y habían plantado cara al régimen desde sus cárceles. Concha Carretero, miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas, explicó por qué «la calle era peor» que la prisión. «No podías decir cómo pensabas. Mi hija Berta, por ejemplo, le dieron una beca para estudiar, pero como yo era comunista pues se la quitaban». La también ex-presa política Angustia Martínez señalaba en el documental Presas de Franco que»la vida en la calle no era mejor». «¿Sales de la cárcel y qué haces? Necesitas para todo un informe de La Falange, de la Iglesia o del portero de la casa en la que vives en el caso de Madrid».
Tomasa Cuevas
explicó ese sentimiento generalizado de las presas políticas que habían
recuperado una teórica libertad de la siguiente manera: «Con todo lo
grave que es estar en la cárcel algunas decían: ‘Se está mejor allí que sufriendo esta vejación social en la calle, desterrados, sin familia y sin hogar’. Dormían como podían en los portales, por cualquier sitio».
El caso de María Salvo no fue diferente al resto. Además, cada poco sufría graves hemorragias hasta que un médico descubrió que Salvo tenía los ovarios destrozados, la matriz aplastada y el riñón dañado. Eran las consecuencias de las torturas que había sufrido en la Dirección General de Seguridad, diecisiete años antes. La solución fue la extirpación y la siguiente consecuencia no poder tener hijos. «A Tomasa Cuevas le rompieron las cervicales y la cadera; yo sólo fui una de tantas maltratadas», señaló a Público cuando fue preguntada por las torturas que sufrió.
El catedrático Ricard Vinyes explica que María Salvo y la mayoría de aquellas mujeres que habían sido detenidas y encarceladas por su defensa de la II República no volvieron a ejercer una acción política clandestina activa ni tampoco ocuparon ningún tipo de responsabilidad política en las estructuras de sus respectivas organizaciones y el reducido número de ellas que prosiguió en contacto con su organización y actuó, lo hizo en tareas de mantenimiento logístico y sin capacidad de decisión política.
«Esas tareas
logísticas eran sin duda esenciales para mantener a salvo la actividad
política, al fin y al cabo deberíamos admitir que la actividad
clandestina eficaz tiene tanto de burocrática como de épica. Y aunque la
logística burocrática pueda ser exaltada como imprescindible y heroica
en los grandes discursos conmemorativos y laudatorios realizados con
posterioridad, en los que se apela repetidamente a «la-tarea-callada-e-imprescindible-de-las-mujeres», en realidad conllevó un retroceso, y me atrevería a decir que sucedió con todas ellas».
De hecho, Vinyes también recoge cómo algunas excarceladas, como Carme Cases del PSUC, expresaron una «matizada incomodidad por la opción discriminatoria de su organización a favor de sus compañeros cuando deseaban incorporarse a las tareas políticas de la acción clandestina».
La consecuencia de esta serie de factores fue «el hundimiento de una generación política femenina». «El beneficio de su experiencia, el sentido de su ruptura, la capacidad de la generación republicana para sobrevivir, su capital moral e histórico, la vivencia del dolor causado por el fascismo, quedó en suspenso durante décadas. La verdad de su brutalidad murió con ellas a medida que desaparecían mientras el país seguía su propio cauce, alcanzaba la democracia y nadie con autoridad política preguntaba sobre la procedencia de las libertades instauradas desde las elecciones generales de 1977 y la Constitución de 1978″.
No sería hasta mucho más adelante cuando la sociedad comenzó a escuchar los testimonios de estas mujeres. Tendrían que pasar décadas hasta ese momento y el impulsor del proceso no fue la propia democracia interesada en recuperar las vivencias de los que habían luchado y sufrido contra la dictadura. Fueron las propias presas. En concreto, fue Tomasa Cuevas, quien se recorrió el país con su grabadora durante cuatro años recuperando los testimonios de las que habían sido sus compañeras de lucha en las cárceles franquistas. Sus testimonios fueron publicados entre 1982 y 1986. Pero entonces casi nadie quiso escuchar tampoco.
La ex-presa política Maria del Carmen Cuesta describe en este libro de Cuevas la sensación de que la democracia también les había robado ese papel, el de testimonios de la barbarie franquista. La reflexión surge a raíz de visionar la película Farenheit 451, basada en la novela de idéntico nombre en la que se narra una distopía en la que los libros están prohibidos, existen funcionarios que queman cualquiera que encuentren y donde la resistencia consiste en memorizar y compartir las mejores obras de la literatura.
«Pensé que éramos cientos, más que cientos, miles de mujeres que, como en esa película guardábamos también en nuestras mentes unos profundos testimonios; unos testimonios que también esperábamos confiadamente que pudieran salir en un momento determinado y poder llenar todas las páginas de la historia. Hace exactamente cuatro semanas que pusieron la película en TVE y pensé que cuando la vi por primera vez teníamos una mordaza tremenda que nos impedía que todos esos testimonios saliesen a la luz. Pero cuando vi ahora esa película, la vergüenza, la impotencia y el dolor me consumían más aún porque no era una mordaza, era una imponente losa que pesaba sobre nosotros, que parecía imposible de levantar, que esta losa pudiera ser la llamada ‘estrategia política’, una especie de vergüenza colectiva, (…) que presionasen para que no se hablase demasiado de la Guerra Civil y represiones subsiguientes».
Sus relatos, sus testimonios, en cambio, siguen vivos en la actualidad. Los escritos de Juana Doña, las memorias de Neus Català, de Mercedes Núñez o los testimonios recogidos por Tomasa Cuevas. María Salvo, de hecho, todavía vive. Tiene 99 años. Hace unos años, preguntada por la Universidad de Barcelona por el mensaje que le gustaría dejar a las futuras generaciones, contestaba que hay que luchar por los derechos de la clase desvalida «para que haya igualdad y todos puedan tener la oportunidad de escoger su camino». «En todas partes se puede luchar para que mejore la clase que no tiene nada frente a los que tienen mucho. La lucha no se acaba nunca«, sentenció.
Foto destacada: Reclusas en la Prisión de Les Corts. Maria Salvo se encuentra en la fila de arriba, la segunda empezando por la izquierda.- www.presodelescorts.org
La novela de Renata Viganò, la primera en poner en escena a las mujeres como protagonistas de la Resistencia, llega a España de la mano de Errata Naturae
eldiario.es | Matías de Diego | 06.03.20
La historia de Agnese va a morir es
la de tres mujeres: una escritora, una editora y una partisana. Renata
Viganò, Natalia Ginzburg y Agnese, el seudónimo con el que la escritora
enmascaró la verdadera identidad de la guerrillera que luchó en las
filas de la Resistencia italiana. Tres mujeres que sacudieron la Italia
de finales de los 40 con una novela que sirvió para darle voz a todas
las que combatieron en la Segunda Guerra Mundial
Renata Viganò conoció a Agnese, o a la mujer que en su novela lleva el nombre de Agnese, en «un momento verdaderamente horrible» de su vida. Su casa había quedado completamente destruida en un bombardeo y su marido, el periodista y escritor antifascista Antonio Meluschi, la persona que la había animado a unirse a la Resistencia en 1944, acababa de ser detenido por las SS.
«A cada hora que pasaba me lo imaginaba torturado y
fusilado, un cuerpo anónimo que no volvería a encontrar, ni siquiera
para enterrarlo», recordaría en un artículo publicado en el diario
L’Unità en 1949 y que sirve de epílogo a la novela, que acaba de
publicar por primera vez en España Errata Naturae.
En
ese artículo la escritora cuenta cómo se encontró con Agnese, una
correo de enlace que se había unido a los partisanos después de matar a
un soldado alemán, cómo le fue contando toda su historia y cómo Meluschi
logró escapar de la prisión en la que le habían encerrado los nazis.
A través de su historia y de su propia experiencia personal durante la guerra, Viganò escribió una novela sobre el espíritu y los valores de todos los que combatieron la ocupación alemana y plantaron cara al fascismo hasta la liberación definitiva de Europa. Agnese se convirtió entonces en un símbolo de la lucha partisana.
Más allá del valor testimonial de la novela, para Andrea Battistini,
profesor emérito de Literatura italiana de la Universidad de Bolonia,
el mérito está precisamente en ser un texto que «resume el carácter de
todos los hombres y de todas las mujeres –unas 35.000– que hicieron la
Resistencia en Italia».
A diferencia de Hombres o no de Elio Vittorini o El sendero de los nidos de araña
de Italo Calvino, ambas novelas centradas en heroísmos individuales,
Viganò aporta una visión de conjunto de los partisanos. «Este papel
coral es el que hace del libro la obra más representativa de la
Resistencia, que fue una guerra del pueblo en su conjunto y no de héroes
solitarios», asegura Battistini por correo electrónico a eldiario.es.
«Es la primera novela que pone en escena a la mujer como protagonista en la guerra partisana», destaca Maria Isabella Mininni en ‘La voz dormida’ de Renata Viganò: ausencias femeninas en el marco de la literatura resistencial italiana traducida en España.
La profesora de Literatura española de la Universidad de Turín denuncia
en su ensayo que las obras de la escritora italiana y de otras autoras
de la época, como Natalia Ginzburg, Anna Banti, Elsa Morante o Alba de
Cèspedes, apenas hayan sido traducidas y publicadas en castellano.
Viganò
escribió la novela más importante de toda su carrera en 1947 y fue
publicando varios fragmentos en el diario Il Progresso d’Italia. Fue
Ginzburg, por entonces editora en Einaudi, la que leyó el manuscrito y
decidió apostar por Agnese va a morir. Cuando se publicó, en 1949, se convirtió en un nuevo éxito de ventas para la prestigiosa editorial turinesa.
Han
tenido que pasar más de setenta años para poder leer la obra en España.
Una ausencia que Mininni atribuye en parte a la censura del franquismo,
que jamás habría permitido su publicación por su marcado carácter
antifascista. «Agnese es una obra sin escepticismo
ni incertidumbres, resuelta en el odio antifascista y en la exaltación
del comunismo y la Resistencia», remarca Battistini.
«Un clásico del siglo XX»
La historia de Agnese va a morir
es también la de Irene Antón. Rebuscando entre los ejemplares de varias
librerías, la editora de Errata Naturae dio con la obra de Viganò. «Es
un clásico del siglo XX», asegura a eldiario.es la mujer que decidió
acabar con el silencio editorial de más de siete décadas y publicar la
novela.
Errata ha tratado de recuperar aquellos títulos que fueron «clásicos en sus tradiciones literarias originales» pero que no lograron traspasar la frontera de los Pirineos. Y Agnese va a morir es uno de esos libros. «Una obra que es testigo de su tiempo, emocionante y escrita con la lucidez de quien ha vivido la guerra, el hambre y la muerte, y se ha enfrentado a ellos».
Los silencios editoriales o la falta de traducciones,
apunta Antón, eran algo habitual que afectaba aún más a las novelas
firmadas por mujeres y a las autoras que trataban temas considerados
«tradicionalmente masculinos».
Por entonces, a finales
de los años cuarenta, la guerra y el mundo rural en la literatura
eran dominio de hombres. «Que apenas hayamos leído libros sobre el papel
de las mujeres en las guerras o en las revoluciones y que no sepamos de
su trabajo fundamental en el campo es muy grave», denuncia la editora.
Esta
ausencia en torno a la obra de Viganò y el resto de escritoras que
contaron la Resistencia contrasta con el papel que tuvieron las mujeres
durante la guerra. Isabella Mininni considera que esos años fueron
«claves para el despertar de la conciencia femenina». «Las mujeres se
vieron envueltas en tareas hasta entonces desconocidas o prohibidas para
ellas, y empezaron a tomar conciencia de sí mismas y de la importancia
de sus acciones», asegura por mail a este periódico.
La
traductora entiende que ahora puede ser más complicado acabar con ese
vacío porque «a nadie le interesa volver la mirada atrás» y porque «la
literatura resistencial italiana, salvo las obras maestras de Beppe
Fenoglio o Calvino, ha dejado de leerse». Un punto en el que coincide el
profesor Battistini: «Agnese va a morir tuvo el
mérito de recordar la lucha del pueblo, pero a día de hoy se ha
olvidado». Su memoria sobrevive vinculada a la cuestión feminista y de
género gracias al trabajo que hacen «grupos apasionados y devotos
lectores de su obra».
Elena Sofía Tarozzi, Margherita
Occhilupo, Sofía Fiore, Marta Selleri y Dafne Carletti formaron en marzo
de 2017 uno de esos grupos. Ellas, estudiantes universitarias –de
Magisterio, Literatura Clásica, Derecho y Ciencia Política–, son la Brigata Viganò: el batallón que trata de mantener viva la voz de la escritora en su Bolonia natal.
«La madre de Dafne, pedagoga y conservadora de libros infantiles, nos propuso colaborar en una reedición de La bambola brutta«, explica la Brigata por correo a eldiario.es. Atraídas por su militancia antifascista, las cinco jóvenes, de entre 23 y 24 años, decidieron participar en la reedición del cuento de Viganò.
Su bambola brutta se utilizó en
talleres sobre la Resistencia organizados en varios colegios boloñeses,
pero su labor de divulgación no se quedó ahí. Investigando la literatura
resistencial italiana dieron con todo un archivo dedicado a Viganò en
la biblioteca del Archiginnasio de Bolonia. Recortes de periódico,
fotografías, notas, manuscritos, cuentos ya publicados e inéditos.
«Fue
muy emocionante… Después de estudiar todo el material decidimos dar a
conocer la obra de Renata y compartir todo lo que habíamos ido
descubriendo y aprendiendo», recuerdan.
Para
Battistini, el trabajo de la Brigata va más allá de «revivir la memoria»
de la escritora italiana: «Están consiguiendo que se reconozca su
figura. Han logrado que se coloque una placa conmemorativa en la casa en
la que vivieron Viganò y Meluschi, donde se reunieron los grandes
intelectuales antifascistas, como Pier Paolo Pasolini o Mariano
Moretti».
Cuando le pregunta por qué es importante leer Agnese va a morir,
el profesor destaca el «valor literario» de la obra –»un testimonio
apasionado de la épica de un pueblo»– como una forma de reivindicar la
memoria de la Resistencia frente a los nuevos fascismos y los
negacionistas del Holocausto.
«Viganò nos cuenta sin retórica, con sencillez casi de cronista, hechos de nuestra atormentada historia reciente que lamentablemente han quedado en el olvido», asegura Mininni.
Foto destacada: La ‘Brigata Viganò’ en Bolonia en una imagen de archivo. BRIGATA VIGANÒ / CEDIDA
Una investigación relata el periodo del centro de formación republicano durante la Guerra Civil en Valencia, que fue después absorbido por la Sección Femenina
eldiario.es | Laura Martínez | 28.02.20
En el número 42 de la calle La Paz de Valencia hay una
placa de piedra que recuerda: «Este edificio albergó a los más
prestigiosos intelectuales y artistas españoles, cuando desde la Madrid
asediada (1936-1939) fueron evacuados a Valencia. Llamose casa de la
cultura cuyo patronato presidió el poeta Antonio Machado». La placa,
colocada en 1984 por el Ayuntamiento de Valencia, se ubicó en el
inmueble en el que se alojó la resistencia intelectual republicana
durante la guerra. En el mismo edificio se ubicó durante la guerra la
Residencia de Señoritas, considerado el primer centro oficial de fomento
de la enseñanza universitaria para mujeres en España. Aquí no hay placa
que lo recuerde.
Los estudiosos españoles daban por finalizada la etapa de la residencia, una suerte de ateneo de formación para mujeres creado en 1915, poco después del golpe de Estado de 1936. Un mito que la investigadora y presidenta de la Asociación Cultural Instituto Obrero, Cristina Escrivà, se ha encargado de borrar con su último trabajo.
La investigadora comenzó a trabajar en 2015 sobre un lapso temporal casi desconocido en el resto del Estado, pero que en los alrededores de la capital valenciana sí estaba documentado. Las circunstancias de la guerra, la negación de su existencia por parte de la dictadura y la escasa bibiliografía le pusieron las cosas difíciles, reconoce en el prólogo de su libro La residencia de señoritas (1936-1939): la etapa valenciana del grupo femenino de la residencia de estudiantes, editado por el Instituto Obrero.
Escrivà rastreó los archivos de la Fundación Ortega y
Gasset hasta encontrar anotaciones administrativas y restos de recibos
que demostraban la actividad del centro durante el periodo a estudiar,
para constatar más adelante que las anotaciones coincidían con las
estudiantes.
La residencia fue «una entidad ejemplar
para el modelo educativo», ya que fomentó, desde 1915, la enseñanza para
mujeres en un ámbito exclusivamente femenino. Organizada por el Grupo
Femenino de la Residencia de Estudiantes, pensada en principio para
quien pudiera pagarla, se incluyó un sistema de obreras que integró a la
clase trabajadora en la enseñanza.
La residencia formó parte de la política educativa de la República durante la guerra, una suerte de resistencia académica femenina. En términos actuales, hablaríamos de un espacio de sororidad y empoderamiento a través del acceso al conocimiento. El éxito, apunta la investigadora, se debe entre otras cuestiones a la apertura de los estudios universitarios a las mujeres. Amparada por la Institución Libre de Enseñanza y la Junta para la Ampliación de Estudios, un organismo que buscaba acabar con el aislacionismo científico de España y favorecer el intercambio cultural y académico, la residencia estuvo guiada por la pedagoga y humanista María de Maetzu.
Entre sus objetivos estaba «posibilitar la apertura de nuevas perspectivas profesionales a las mujeres en ámbitos como la ciencia o la biblioteconomía (…) las jóvenes tenían más posibilidades de estudiar idiomas, mejorar su educación o ampliar sus conocimientos y beneficiarse de intercambios culturales», señala Escrivà en el libro. Acogió conferencias de Rafael Alberti, Ángel Ossorio, José Ortega y Gasset, María Montessori, Marie Curie -en su etapa madrileña- y lecturas sobre Hegel.
Según la investigadora, con el golpe de Estado un grupo
de alumnas y exalumnas, vinculadas aún a la institución, trasladan la
residencia a Paiporta (Valencia), en el Huerto de las Palmas. Cuando el
gobierno republicano se trasladó a Barcelona, la residencia ocupó su
edificio en Valencia, donde continuó desarrollando su actividad. Escrivà
consiguió localizar a exalumnas que narran su etapa en Paiporta-Picanya
(los términos municipales cambiaron con la guerra), que explican el
asociacionismo dentro de la residencia y sus vínculos con organizaciones
antifascistas. «La residencia valenciana nació con la idea de albergar a
estudiantes que llenaran las aulas de mujeres para construir una
sociedad moderna. Una institución con perspectiva de género en la esfera
pública docente», explica.
«Más de 250 mujeres continuaron estudiando para reconstruir España, iban a formar parte de esa reconstrucción, estaban en la primera línea», pero la reconstrucción soñada no llegó. Al finalizar la guerra, la institución es absorbida por la Sección Femenina y «no se concibió que tuviera otro cariz», borrando del mapa el traslado a Valencia y a las mujeres que habían trabajado por la igualdad efectiva. «El franquismo negó a la mujer revolucionaria, dueña de su persona y el pensamiento libre», sentencia Escrivà.
Foto destacada: Dos alumnas en el Huerto de las Palmas (Paiporta-Picanya).
El Concello declara 2020 como año en memoria de las vecinas de la villa y de Cesantes, Cedeira, Reboreda y Ventosela que «tejieron una red solidaria» con los represaliados
farodevigo.es | Iván Leis | 28.02.20
Una declaración institucional del
Concello proclamó 2020 como «Ano das Mulleres de San Simón», un
reconocimiento a las vecinas que ayudaron a los prisioneros en el
enclave redondelano durante la guerra civil y la posguerra. El homenaje
se materializará mediante un programa de actos en los próximos meses «en
memoria de las mujeres, y hombres, que colaboraron en mitigar el
sufrimiento de los presos allí recluidos entre los años 1936 y 1946»,
apunta el texto leído anoche en el pleno de Redondela.
La isla de San Simón, en aquella primera época del franquismo, fue «un auténtico campo de concentración» en el que permanecieron encarcelados «miles de defensores de la legalidad republicana», según recuerda la declaración municipal. «Muchos de estos presos (…) de diferentes partes de Galicia y del norte de España acabaron con su vida en las cunetas», y los que sobrevivieron «fue a costa de duras condiciones», de hambre e insalubridad.
Vecinos de Redondela conocían esas
difíciles circunstancias que atravesaban tanto los recluidos en San
Simón como después también los del barco-prisión ‘Upo Mendi’. Ante ello,
principalmente mujeres de Cesantes, Cedeira, Redondela, Reboreda y
Ventosela «crearon un entramado de apoyo» en lo que constituye un
«episodio heroico aún poco estudiado y valorado», afirma la declaración
institucional.
«Tejieron una red solidaria» las que serían reconocidas por el pueblo –que no oficialmente– como «mujeres de San Simón». Hicieron frente a las restricciones que imponía la autoridad franquista «y a las propias penurias de la guerra» para realizar tareas como la limpieza y mantenimiento de ropa de los presos, prepararles comida, «llevar el recado» a familiares o simplemente acompañarles. «Aliviaban el sufrimiento de aquellos defensores del gobierno constitucional, injustamente encarcelados», subraya el texto municipal. «Ochenta años después de estos episodios, es necesario un reconocimiento oficial del Concello de Redondela, redescribiendo un capítulo ejemplar de nuestra historia local», concluye la declaración del «Ano das mulleres de San Simón» que acordaron todos los grupos de la corporación local.
Las gemelas valencianas Art al Quadrat ha creado un proyecto audiovisual que «cuenta la historia de once mujeres represaliadas durante el régimen a través de cánticos folclóricos recitados expresamente por mujeres».
lavanguardia.com | 21.02.20
El director del Centre del Carmen, José Luis Pérez Pons, ha
presentado este viernes la exposición ‘De coros, danzas y desmemoria’,
junto a las creadoras Gema y Mónica del Rey, en el Centro del Carmen
Cultura Contemporànea, donde permanecerá esta exposición hasta el
próximo 31 de mayo
«Es
un proyecto que trata asuntos de la memoria, con un perfil de género,
para visibilizar una determinada etapa de la historia de este país y un
determinado segmento de población que fue masacrado, en este caso
especialmente las mujeres», han concretado las creadoras.
El proyecto, que surgió en diciembre de 2017, ha viajado por diez
localizaciones de València, Castilla-La Mancha, Andalucía, Galicia,
Castilla y León, Cataluña, Canarias, País Vasco, Santander, Madrid y
Aragón para mostrar las historias concretas de pueblos de estas
comunidades.
Ambas artistas han destacado que «es importante la localización de
cada video ya que se canta en el lugar donde pasó la historia o tiene
una relación directa con la ella».
El objetivo de Art al Quadrat es trascender el relato histórico «para
recuperar la memoria de las damnificadas por la guerra civil y
posguerra», a las que todavía «no se les reconocido el sufrimiento
ocasionado, restituyendo y sanando heridas antes de que desaparezcan sus
memorias».
Ambas han resaltado la importancia de que «todas las músicas e
interpretes fueran mujeres» como manera de «darles voz a quienes no se
les han dado importancia».
Este proyecto ha sido seleccionado dentro de la convocatoria
Escletxes, dirigida a seleccionar a artistas en la Comunidad Valenciana
con el objetivo de «apoyar a los creadores localers para que tengan un
impulso económico», según ha explicado el director.
«Garantizamos que los artistas puedan presentar sus proyectos en
igualdad de condiciones al Consorci de Museus con un apoyo económico»,
ha argumentado Pérez Pont, quien ha afirmado que «la remuneración
económica implica el reconocimiento del trabajo y un apoyo para poder
producir la obra».
‘De coros, danzas y desmemoria’ es un proyecto que surge de una
«necesidad que observamos durante la producción de una obra anterior
‘Las Jotas de las silenciadas’, grabada en Teruel, donde recopilamos
historias de cinco mujeres durante la Guerra Civil mediante cantos
tradicionales, dando voz a las historias de mujeres fusiladas y
represaliadas”, han explicado las artistas.
En este proyecto se «emula» a la Sección Femenina de FET y de las
JONS, quien «fue recopilando por los pueblos de España los cánticos del
folclore que fortalecían la imagen del régimen, pero fueron olvidando o
dejando a un lado los cantos que eran críticos contra el régimen
franquista», han explicado las artistas.
«En nuestro proyecto transformamos los coros y danzas en la recuperación tanto del folclore crítico, ese elemento que la Sección desnaturalizó, como de las historias de mujeres, que normalmente son las grandes olvidadas de la historia, porque entre otros, recibieron castigos considerados menores, como el rapado del cabello o violaciones», han añadido las artistas. EFE
Esperanza Martínez primero fue republicana, luego maquis y después comunista. Tras ejercer de enlace, se echó al monte para escapar de la represión e ingresó en la AGLA. Lo pagó con tres lustros de cárcel. A sus 92 años, su memoria sigue viva.
publico.es | Henrique Mariño | 16.09.19
En la almohada de su padre aparecían dos hoyos cada mañana. Mamá había muerto durante un parto y las chicas sospecharon que podría tener una amante. También faltaba comida, por lo que estaba claro que bajo aquel techo dormía alguien más. Sin embargo, pronto descubrieron que no era una mujer, sino un guerrillero, a quien Nicolás Martínez Rubio daba cobijo en su hogar. Ellas, alumbradas en un criadero del Frente Popular, también quisieron colaborar. Él había guardado hasta entonces el secreto para no exponerlas a la represión, pero no pudo evitar que también ejerciesen de enlaces.
Esperanza era la del medio de las Martínez: dos hermanas mayores, Amancia y Prudencia, ya casadas; y dos menores, Amada y Angelina, quien todavía vive. Durante más de dos años, la única guerrillera antifranquista que sigue viva caminaba quince kilómetros hasta Cuenca para aprovisionarse de víveres para los maquis de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA). La acompañaba Reme, cuyo hermano había pasado algunas noches en el pajar del caserío Atalaya, en Villar del Saz de Arcas, arrendado a un terrateniente por las Martínez. No acudían a comprar a los pueblos vecinos para no levantar suspicacias. La burra callaba.
“Esperanza era una buena amiga mía. Nunca me había dicho nada de ayudar a los del monte, ni yo a ella tampoco. Mi sorpresa fue que un día, hablando, supimos que las dos hacíamos lo mismo: en su casa ellos también les ayudaban”, escribió Remedios Montero en su biografía Historia de Celia. Recuerdos de una guerrillera antifascista (Rialla-Octaedro). “Saberlo nos hizo mucho bien, porque nos pusimos de acuerdo y juntas podíamos hacer más cosas. Éramos menos sospechosas”.
La incorporación a la causa de Esperanza Martínez García coincidió con la ley de bandidaje y terrorismo, promulgada por el dictador Francisco Franco en 1947 para combatir con furia a los emboscados. Entonces, los guardias civiles comenzaron a golpear su puerta, vestidos con harapos, haciéndose pasar por presos huidos o guerrilleros en apuros. La familia no cayó en la trampa de las contrapartidas, pero fue consciente de que no le quedaba otra que echarse al monte.
El padre, Nicolás, se convirtió en Enrique. Su cuñado Hilario César García Lerín, marido de Amancia, fue rebautizado como Loreto. Amada, diminutivo de Amadora, pasó a llamarse Rosita. Y Angelina, Blanca.
Reme, o sea, Remedios Montero, sería conocida como Celia. Su hermano mayor, Herminio, voluntario del Ejército republicano y luego encarcelado, fue el primero de la familia que se había sumado a la resistencia como Argelio. Su padre, Eustaquio, lo secundó como enlace tras cinco años entre rejas, al igual que su hermano pequeño, Fernando. Aquella casa de Mohorte fue otro destacado punto de apoyo en la serranía de Cuenca, hasta que la dejaron para adentrarse entre los pinares. Eustaquio ya era Ricardo y su hijo Fernando, Luis.
Las Martínez y los Montero sabían que si no los habían arrestado era porque la Guardia Civil pretendía, a través de la vigilancia de sus puntos de apoyo en el llano, cazar a los guerrilleros. De ahí su decisión de enrolarse en la AGLA en 1949, justo cuando la lucha se diluía. “Me vi obligada a huir para que no me detuviesen y me fusilasen, pero cuando me incorporé a la guerrilla ya se iba a desarticular”, recuerda Esperanza a Público. ¿Su misión? “Salvar la vida y resistir hasta el último momento”.
Sole le resta importancia a su papel, si bien su figura —como la de todas las mujeres del maquis, abajo y arriba— fue trascendental. La historiadora Mercedes Yusta Rodrigo sostiene en el libro colectivo Heterodoxas, guerrilleras y ciudadanas
(Fernando el Católico) que fueron ellas quienes se ocuparon de las
tareas de información, abastecimiento y cuidado, es decir, de la
supervivencia de los escapados.
Además de tejer redes en un entorno aislado, sometido y desmantelado políticamente: “Son a menudo las que anudan y dan vida a esos lazos interpersonales e intracomunitarios que estructuran las comunidades rurales”, subraya la profesora de la Université Paris-8 en el capítulo Con armas frente a Franco. Mujeres guerrilleras en la España de posguerra. Unos vínculos familiares y sentimentales que también fueron ataduras, pues las convirtieron en “objetivos de la represión”.
Curiosamente, la presencia femenina en el monte
también fue cegada por los propios fugados. Yusta destaca una entre
varias razones. “Mantener la férrea imagen de moralidad que la guerrilla
comunista quería dar de sí misma: en otras zonas de España en las que
el peso comunista en los grupos armados era menor, como en León-Galicia,
no parece existir esa preocupación por la imagen de rectitud moral y la
presencia de mujeres en los grupos armados no fue ocultada
sistemáticamente”.
Sole habla de una convivencia con sus compañeros basada en el respeto y la igualdad. Ellas no cocinaban, aunque tampoco vigilaban ni se encargaban de los suministros para no ser localizadas por la Guardia Civil. “Aquel tiempo resultó durísimo”, recuerda. “Por mucho que se diga, el monte no se puede fotografiar. Ibas de un sitio para otro y, cuando menos te lo esperabas, asaltaban el campamento y tenías que salvarte de aquella persecución escondiéndote entre los pinos. Fue terrible”.
Martínez ejercita su lucidez y hace gala de una memoria prodigiosa. “Nací el 27 de abril de 1927 y aquí me tienes, pasando el tiempo con los libros y el ordenador”, responde al teléfono desde su casa de Zaragoza. Tiene noventa y dos años, si bien ella dice que va para noventa y tres, porque alguien que ha vivido en la clandestinidad y perdido tres lustros entre rejas puede presumir de soplar velas. La Esperanza es lo último que se muere.
En el monte, ella se concienció políticamente y en 1950 ingresó en el PCE. Amada y Angelita aprendieron allí a leer y a escribir. Sin embargo, los puntos de apoyo fueron cayendo y los maquis sufrieron un hostigamiento sin tregua. A su padre y a su cuñado los mataron en asaltos, la misma suerte que corrieron los hombres de Remedios: primero, su hermano Herminio; luego, el pequeño Fernando —quien, a sus dieciséis años, llevaba pocos meses en la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón—; y finalmente, el cabeza de familia, Eustaquio.
El padre de los Montero falleció en 1951, cuando
Esperanza y Reme se exiliaron en París, donde vivieron con dos familias
comunistas francesas hasta que recibieron órdenes del PCE, para el que
ejercían de enlaces. Su misión: evacuar a los guerrilleros que aún
permanecían en España.
Pero la cosa se torció: la Guardia Civil le pisaba los talones a Celia y el partido le pidió a Sole que la encontrase para que no la detuviesen. Durante el viaje en tren, con destino Salamanca, la acompañó un guía que no le inspiraba confianza —en realidad, era un infiltrado— y fue detenida a la altura de Miranda de Ebro. Reme también cayó.
¿Por qué cruzar la frontera cuando ya era libre? “Yo
no estaba a salvo, sino en Francia bajo las órdenes del PCE, que fue la
defensa principal durante la República, la contienda y la posguerra”.
¿Pero no era consciente del riesgo? “El partido me mandó a recoger guerrilleros
y me vine a hacerlo”. ¿Se arrepiente de haber regresado, sabiendo que
le esperaría la cárcel? “Claro que no me arrepiento. No fui engañada,
sino que lo hice por voluntad propia. Me sume a una causa, la defendí y
la sigo defendiendo”.
La causa es la República: “Esta democracia tiene mucho que mejorar. Ahora tenemos tres derechas en vez de una. Hay que respetar la opinión de cada uno. Sin embargo, yo critico a la derecha por su comportamiento, no por ser derecha. O sea, por todo lo que hizo, empezando por la sublevación del 36”.
Esperanza fue sometida a dos consejos de guerra en
Valencia y en Burgos. En el primero fue condenada a veinte años y un día
de cárcel por un delito de “bandidaje y terrorismo”. En el segundo, a
veintitrés años, cuatro meses y un día por “espionaje y comunismo”.
Cumplió quince en los penales de Burgos, Madrid, Valencia y Alcalá de
Henares, donde coincidió con Amada y Reme.
En su taller, confeccionó capotes para la Guardia Civil y uniformes para la Policía con el objetivo de rebajar la condena, aunque no se daba mucha prisa cosiendo para no alimentar la maquinaria de explotación laboral del franquismo, ni para contribuir a aquella economía sumergida y esclavista del régimen.
¿Qué la mantenía viva en la cárcel?
“Era consciente de mi obligación. Mi dignidad estaba por encima de todo”.
“Me encerraron por defender la República y su legalidad vigente, atacada por la sublevación de la derecha”.
“Pero nunca me arrepentí de nada, ni tengo que
hacerlo, porque luché por mantener mi dignidad. O sea, por seguir siendo
la misma persona”.
“A ver, en prisión no se piensa ni se sabe nada de lo que pasa en la calle, porque la comunicación es escasa”.
Mejor no hablar de su paso por la Dirección General de Seguridad,
cuyos sótanos de su sede en Madrid eran un centro de torturas. “Mucha
gente no ha salido. O ha salido mal. O ha muerto nada más salir. Hay
muchas cosas que no se soportan fácilmente”.
¿Su experiencia? “Estuve bastante tiempo metida allí, pero no tengo nada bonito que contar de aquello, ni de la comisaría de Valencia, ni de la Policía en general. Salvo raras excepciones, no guardo ningún buen recuerdo”. La memoria es selectiva y Esperanza conserva intactas sus razones para recuperar unas causas que se resiste a olvidar.
Primera: darle voz a los ausentes, con la palabra
oral e impresa. “Yo no soy escritora, ni tengo una gran cultura, porque
no tuve tiempo para estudiar”. Caminaba cinco kilómetros para ir a la
escuela, que tuvo que abandonar. “Escribí Guerrilleras, la ilusión de la esperanza
(Latorre Literaria) porque quería reflejar la política social en los
calabozos de Madrid y Valencia, así como homenajear el legado de los que
se quedaron por el camino”.
Segunda: los antifranquistas que no estaban en la vanguardia de la lucha, desarmados en el llano o víctimas de la sinrazón, cuya factura fue demasiado cara. “Reivindicamos a los puntos de apoyo, que sufrieron más que nosotros, así como a otra gente, presa y represaliada, que no pudo contarlo”.
Tercera: el asesinato de su padre y de su cuñado.
“Los mató el franco-falangismo. La culpa no sólo la tuvo el dictador,
sino también los falangistas, quienes encabezaban la represión. ¿Perdón
pero no olvido? “Yo perdono a todo el mundo. A pesar de los pesares, no
tengo odio, rencor ni castigo para nadie. Al contrario, sólo exijo
justicia”.
Cuarta: la mujer, olvidada como protagonista de la resistencia. “Seguimos sin recuperar una historia que quieren dar por perdida y que sigue sin reconocerse jurídicamente. Nosotras estamos, en esta democracia tan demócrata, peor que en un segundo plano. Los hombres siguen llevando el control de todo, cuando debería ser compartido, porque hay muchas mujeres capaces”.
Quinta: aquella España que no pudo ser. Una República, pese a los peajes, que a su juicio estaba transformando el país. Cuando salió a la calle, irreconocible, lo que la obligó a volver a aprender. Como había hecho cuando se echó al monte, tiempos de lecturas y aprendizaje político, y cuando la metieron en prisión, donde hizo un curso por correspondencia de cultura general y estudió francés. “La España que yo dejé no es la España que me encontré al salir. Era un mundo nuevo. Diferente. Desconocido”. No sabía lo que era un teléfono, ni tampoco aquel dinero acuñado con la efigie del Generalísimo. “En la cárcel no teníamos nada. Por eso son cárceles”.
Esperanza es una histórica del PCE aragonés, con el que ha colaborado hasta que la salud limó su presencia en los actos del partido. Fue del ¡OTAN no! También del ¡O todos o ninguno!, que llevó a prisión a tantos insumisos, entre ellos su hijo: “Él peleó por su causa y yo lo apoyé. Su problema fue posicionarse contra el franquismo y contra el Ejército, que son para matar, y él no quería matar a nadie”.
Vladimiro, como Lenin, aunque su nombre no casa con sus ideales. “No piensa lo mismo que yo, pero también es revolucionario [se declaró objetor de conciencia con sólo dieciséis años]. Está en la izquierda y ambos nos respetamos y nos queremos”. Atrás ha quedado la lucha a pie de calle, si bien Esperanza sigue ejerciendo como presidenta de Archivo, Guerra y Exilio (AGE): memoria, derechos y resarcimiento para las víctimas de la larga noche de piedra.
“Si viviésemos en otro país, sería un guion de película”, cree Esther López Barceló.
“La historia de una mujer sencilla y una activista indómita debería ser
una referencia para la sociedad actual. Es una pérdida enorme en
términos colectivos, porque había más ejemplos como Esperanza, aunque no
las conocemos”, añade la autora del libro Testimonio de la memoria,
editado por la AGE del País Valencià. “Sole y ellas escapan a lo que se
esperaba de las mujeres, tan valientes y comprometidas con la
realidad”.
Republicana. Guerrillera. Comunista.
“Es un caso paradigmático. Pasó de ser enlace a maquis. Y, tras ser detenida, la llamaban Puta Pasionaria, porque para la derecha era el arquetipo de lo que no podía ser una fémina. Es quien mejor representa a la mujer resistente para el franquismo. De hecho, luego fue una militante activa del PCE, manteniendo viva la llama de la memoria y de su militancia”, explica a Público López Barceló, exdiputada de Esquerra Unida en el Parlament valenciano.
Sin embargo, Sole fue silenciada por la dictadura y la transición. El partido tampoco ayudó a la recuperación de la figura del guerrillero como la mohicanía del antifranquismo. No obstante, algunos partisanos tricolores fueron aflorando lejos de las cunetas a lo largo de los años: Camilo de Dios, Luis Trigo O Gardarríos y, claro, Quico, el último maquis del Bierzo. “Sin embargo, ellas no se presentaban como referentes, sino que el protagonismo correspondía a sus camaradas, que comenzaban a salir a la luz”, explica la historiadora alicantina, quien reconoce que glosó la figura de Esperanza por recomendación del propio Francisco Martínez.
“Escribí Testimonio de la memoria porque él
me pidió que hiciese un trabajo sobre las voces de las mujeres en la
guerrilla, porque estaba absolutamente concienciado de que sus
compañeras habían sufrido un doble olvido. De hecho, Quico no
sale en el libro porque quería que las protagonistas fuesen ellas. Así,
le doy la palabra a mujeres de diferentes generaciones, porque quería
representar como se había transmitido la memoria de unas a otras”,
comenta Esther López.
Mujeres que no se atribuyen ningún mérito, como Pilar,
la hermana de Quico, quien se extraña cuando la historiadora se
interesa por sus acciones heroicas, pues entendía que había hecho lo que
correspondía. “O sea, lo normal”, añade la exparlamentaria de Esquerra
Unida. “Todo el tiempo le quitaban importancia a una experiencia
desgarradora y a su propia trayectoria”. Algo que puede responder a la
humildad o al silencio, que es el miedo cuando calla, aunque atrás haya
quedado todo.
No deja de sorprender, sin embargo, que aquellas
luchadoras hayan ido falleciendo sin ningún foco que las alumbrara,
apenas la clarificadora mortaja de los suyos, incombustibles activistas y
familiares de las víctimas. Como Moncho Hermida, encargado de difundir
en julio el pasamiento de Consuelo RodríguezChelo en la Bretaña, adonde se había exiliado.
“El patriarcado, pese a su evolución positiva,
también ha estado presente en la política de la izquierda. El activismo
de la memoria ha tardado en reconocer a estas mujeres, quienes fueron
doblemente represaliadas: por militantes comunistas o antifranquistas y porque no se adaptaron al canon de mujer sumisa establecido por el régimen”, razona López Barceló.
Republicana, guerrillera, comunista, torturada y presa.
“No tengo nada bonito que contar de aquello”, insiste Esperanza.
De nuevo, una violencia multiplicada: sus cuerpos y las palizas; sus entrañas y las violaciones.
“La represión que golpeó a los republicanos revistió
un doble (o triple) significado en el caso de las mujeres. Las que
habían tomado parte en actividades de carácter político fueron
castigadas como rojas, pero también en tanto que mujeres
que habían transgredido su papel de género y que habían traicionado, por
tanto, su naturaleza femenina. Fueron castigadas en ese cuerpo de mujer
que habían desnaturalizado: rapadas, purgadas, violadas”, escribe Mercedes Yusta en Heterodoxas, guerrilleras y ciudadanas.
No obstante, algo que llamó la atención a Esther
López durante sus encuentros con Sole fue la necesidad de matizar que
fue apaleada, mas no forzada, lo que según ella evidencia la violencia sexual como arma de posguerra.
“Enseguida se lanzó a dejarme bien claro que no la
habían violado, porque en el franquismo era algo que estaba muy
presente. Escaparse de eso resultó liberador, pues no era lo habitual”,
subraya la autora de Testimonio de la memoria.
Esperanza reconoce que se habría suicidado en los
sótanos de la Puerta del Sol para evitar las torturas, pero no pudo. En
cambio, cuando estaba en la clandestinidad, iba armada. No tanto para
atacar, sino para evitar lo inevitable en el caso de que fuese
acorralada en el monte. “Era una pistola pequeña, de 9 corto, para defensa propia o para pegarme un tiro antes de que me detuviesen”.
“No la utilicé, ni falta que hizo”.
Portar un arma tenía sentido: el del sinsentido. En
una entrevista de 1995, citada por Yusta en su libro, recordaba aquellas
palabras que salieron de la boca de su padre: “Si os veis mal, si
alguna vez os hieren, si os dejan malheridas o lo que sea, mataos, que
no os cojan vivas. Por lo menos, que no os cojan vivas”.
No hace falta que Esperanza explique los motivos, recogidos en Con armas frente a Franco. Mujeres guerrilleras en la España de posguerra: “Él tenía terror
a que nos cogieran vivas, porque sabía lo que eran capaces de hacer. Y
le horrorizaba pensar lo que pudieran hacer con nosotras. Entonces
prefería vernos muertas a que nos cogieran vivas y pudieran hacer
barbaridades con nosotras, que es lo que han hecho con mucha gente”.
El guion al que alude Esther Barceló daría para más metraje: en 1967 salió en libertad condicional y se fue a vivir con su hermana Amancia a Manresa, donde aún reside Angelina, quien no goza de tan buena salud como Esperanza pese a tener seis años menos. “Está mayor que yo física y políticamente”. Aquella Blanca de la resistencia podría considerarse la última maquis, pero Sole matiza que estuvo muy poco tiempo en el monte, hasta que encontró refugio en el punto de apoyo de Adelina Delgado, la Madre. “Ahora está un poco pocha”.
Quien le había dado a luz, Matilde, tenía 38 años cuando murió durante un parto. Ella fue madre pasados los cuarenta: “Es un hijo excelente”. Fruto de su relación con Manuel Gil, obrero del metal zaragozano, cuatro veces encarcelado, padre en 1970, aunque conoció al crío cuando éste ya había cumplido tres años. Esperanza lo conoció por una carambola epistolar, que la llevó a visitar tiempo después de la cárcel al Movimiento Democrático de Mujeres de la capital aragonesa, con las que se había carteado. Allí se encontró con el histórico del PCE local y fundador de Comisiones Obreras, fallecido en 2014.
“Fue una historia bonita. Nos casamos en la cárcel de Torrero. ¡La primera boda civil de Zaragoza! Todavía con Franco,
cuando el clero no las permitía. Una ceremonia rápida, ligera y
estupenda: duró minutos”, sonríe Esperanza, Sole en el monte, Conchita
en la clandestinidad, Consuelo Pallarés cuando fue detenida en aquel
tren cerca de Miranda de Ebro.
Lo volverá a contar en la reedición de su biografía,
que tiene previsto presentar en breve en Zaragoza, de la que es hija
adoptiva. Cambiará el título original por Guerrilleras: recuérdalo tú y recuérdalo a otros, que hace referencia a un verso de 1936, el poema que Luis Cernuda dedicó a un brigadista internacional.
Que aquella causa aparezca perdida nada importa; que tantos otros, pretendiendo fe en ella, sólo atendieran a ellos mismos importa menos. Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
“Cuando era prácticamente una niña y se sube al monte, sorprende su conciencia política con tan poca edad, sin ni siquiera leer ni escribir bien”, subraya López Barceló. “Y luego, ya en Francia, decide que no puede quedarse allí con su vida tranquila sabiendo que sus compañeros se están jugando el pellejo. Por eso, decide hacer una vez más de enlace y sacarlos de España, aunque termine siendo detenida”.
En su libro, donde rinde homenaje a otras luchadoras antifranquistas,
la historiadora alicantina refleja a lo que se exponían si caían en
manos del régimen. “Los castigos fueron horrorosos y las mujeres han
sido las más perdedoras”, rememoraba Esperanza. Durante la entrevista,
insistía en que otras habían corrido peor suerte: “Me devolvían ya
negra, con la camiseta pegada al cuerpo de lo que se me reventaba de los
coágulos de sangre. No me han violado”. Mercedes Yusta, citando a otros
autores, habla de la “específica marginación y opresión” a la que el
franquismo las sometió.
Sin embargo, al contrario de la pretendida
cosificación por parte de la propaganda franquista, las mujeres tomaron
conciencia en el monte, tanto política como de género. En Con armas frente a Franco,
la profesora de la Université Paris-8 califica su militancia como una
liberación a través de una causa que “les permitió acceder (aunque fuese
dolorosamente) a formas de emancipación política y personal que no
estaban permitidas, en general, a las mujeres vencidas en la España rural de posguerra”.
“Si su experiencia en las guerrillas fue revolucionaria, no fue tanto por el hecho de que portaran armas […], cuanto por el hecho de vivir una experiencia de aprendizaje político que les permitió dar nuevas orientaciones y significados a sus vidas, transformando el afecto, el temor y el duelo en compromiso político”, añade la también autora de La resistencia armada contra el régimen de Franco en Aragón (Universidad de Zaragoza).
La propia Remedios Montero lo refrendaba en su autobiografía, donde describe su cometido en el llano: suministrarles comida, medicinas, ropa e información de las fuerzas de seguridad a los maquis. Arriba, participó en la toma de decisiones y no sintió diferenciación alguna: “Nuestra vida en el monte era igual que la de ellos, el macuto siempre a la espalda y el arma dispuesta por si se necesitaba. Afortunadamente nosotras nunca tuvimos que utilizarla. No había ninguna discriminación ni tratamiento especial por ser mujeres. Teníamos buenos maestros y dábamos clases de capacitación cultural, política y todo cuanto nos pudiera cultivar más y mejor”.
Historia de Celia. Recuerdos de una guerrillera antifascista es el testamento que desmonta las acusaciones de algunos autores afectos al régimen, que las tacharon de “amantes” o “prostitutas” de los emboscados. “El franquismo ha querido desprestigiarnos haciendo ver que sólo estábamos allí para entretenimiento y satisfacción de los hombres de la guerrilla, pero pese a tantos y tantos palos que hemos recibido al detenernos porque querían que así lo dijéramos y quedase constancia en los expedientes, nunca lo consiguieron”, escribe Reme.
“Y hemos dejado bien claro ante todos esos
torturadores que nunca hemos sido más respetadas en la vida por nadie
como nos respetaron ellos. Allí aprendimos con su gran ayuda que la
mujer puede ser igual al hombre y tener los mismos derechos en todo”,
concluye Montero, quien inspiraría a la escritora Dulce Chacón para concebir La voz dormida, llevada al cine por Benito Zambrano.
El relato de Esperanza también alimentó esa novela, así como el filme de Montxo Armendáriz Silencio roto y los documentales La guerrilla de la memoria, de Javier Corcuera, y Esperanza Martínez, una luchadora por la libertad,
de Amparo Bella, Régine Illion y Concha Gaudó, integrantes del Grupo de
Historia del Seminario Interdisciplinar de Estudios de la Mujer (SIEM),
de la Universidad de Zaragoza.
Hay escenas de ese guion todavía no escrito al que
alude Esther López que se han quedado fuera de la cinta. Algunas podrían
ser recreadas por la historiadora Dolores Cabra, quien ya dejó su huella en la autobiografía de Sole.
“Fue resistente contra la dictadura franquista en la
lucha guerrillera, fue presa durante quince años, fue militante
organizada en la lucha clandestina, fue una de las muchas mujeres que
supo salir a la luz del día y a la calle a cara descubierta cuando la
dictadura iba llegando a su fin, pero aún seguía reprimiendo a sangre y
fuego”, señala la secretaria general de AGE. También critica, en
tiempo presente, que los gobernantes no hayan honrado “la memoria de los
últimos soldados de la República”, quienes “lucharon con sus escasas
armas y los más pobres medios, en montes y ciudades, hasta bien entrados
los sesenta”.
El historiador Francisco Moreno Gómez también ensalza su figura en Guerrilleras, la ilusión de la esperanza,
cuya próxima reedición rellenará el vacío de las estanterías, pues hoy
apenas se encuentra en contadas librerías, como la madrileña y
libertaria LaMalatesta. “Las mujeres republicanas fueron el alma de la
retaguardia y de las labores de enlace y colaboración. Fueron las
auténticas guerrilleras del llano, sin cuya labor la guerrilla
propiamente dicha no hubiera sido posible”.
Pusieron su vida al servicio de un ideal, a la
espera de que los acontecimientos de aquella Europa en guerra pudiese
devolver a su país un Gobierno republicano y progresista, que nunca
llegó. “El alma de la intendencia de la guerrilla y de los puntos de
apoyo”, en palabras de Moreno, quien recuerda que muchas murieron por la
causa. “Esperanza Martínez tuvo, al menos, la suerte de salvar la vida,
y con ello nos ha salvado la memoria, nos ha salvado la historia y nos ha salvado el honor y la dignidad de una lucha democrática”.
Por ello, Esther, Quico, Dolores, Francisco y Mercedes exigen un reconocimiento de las voces de las sin voz.
Pocos conocen la historia de Lola, Amparo y Julia Touza Domínguez, tres hermanas que, desde Ribadavia, un pequeño pueblo gallego, tejieron una red de fuga para los judíos que escapaban del Holocausto nazi
elespañol.com | Iván Fernández Amil | 16.06.19
Todos conocemos la historia de Oskar Schindler, un empresario alemán y miembro del Partido Nazi, que salvó la vida de más de mil judíos empleándolos como trabajadores en sus fábricas. Pero pocos conocen la historia de Lola, Amparo y Julia Touza Domínguez, tres hermanas que, desde Ribadavia, un pequeño pueblo gallego, tejieron una red de fuga para los judíos que escapaban del Holocausto nazi. Esta es la historia de la “Lista de Schindler” gallega, una historia olvidada durante más de 60 años.
Todo comenzaba en el año 1941, al abrigo de una pequeña tienda que las tres hermanas regentaban en la estación de tren de Ribadavia, a unos veinte kilómetros de la frontera con Portugal. Un día las hermanas se encontraron con un hombre que estuvo durante horas en un banco de la estación. Lola se acerca al forastero a ofrecerle su ayuda y éste le cuenta que es judío y que está escapando del infierno.
Así se iniciaba una red clandestina que arrancaba en los Pirineos, terminaba a la otra orilla del Río Miño, en Portugal, y que convirtió a Ribadavia en uno de los epicentros mundiales de ayuda a los judíos.
Entre los pasajeros de la línea Hendaya-Vigo se encontraban muchos judíos que huían de los nazis, cruzando la frontera francesa hacia España, con el objetivo de llegar a Portugal para partir rumbo a Estados Unidos o Sudamérica.
Cuando se empezó a correr la voz de que tres hermanas de Ribadavia ayudaban a los suyos a cruzar la frontera con Portugal, los judíos viajaban a España con un destino claro: Preguntar por “La Madre” nombre en clave de Lola Touza. Una vez localizada en la estación, ésta los escondía en su tienda (en la que había un zulo excavado en la tierra) o en el sótano de su casa, hasta que fuese seguro cruzar la frontera y llegar a Portugal.
Pero, además de las hermanas, otros héroes ayudaron a llevar esta gesta a buen puerto, dos taxistas, Xosé Rocha y Javier Míguez, un emigrante retornado, Ricardo Pérez, que hacía de intérprete, y el barquero que les ayudaba a cruzaba el Río Miño, Ramón Estévez.
La historia permaneció oculta hasta que, en 1964, un viejo judío de Nueva York quiso saber qué había sido de aquella mujer que una noche sin luna le había ayudado a cruzar la frontera hacia la libertad. La investigación llegó a las manos del escritor Antón Patiño, que juró no contar la historia hasta que las tres hermanas hubiesen fallecido.
Más de 500 judíos salvados
Se estima que las hermanas salvaron a más de 500 judíos entre los años 1941 y 1945 y que la temida Policía Secreta Nazi, la Gestapo, visitó en más de una ocasión el pueblo de Ribadavia preguntando por “La Madre”. Nunca llegaron a saber quién era.
En septiembre de 2008, el Ayuntamiento de Ribadavia instalaba una placa en homenaje en el que una vez fue su domicilio natal: «A las tres hermanas Lola, Amparo y Julia Touza. Luchadoras por la Libertad».
Ese mismo año, el Centro Peres por la Paz plantó en Jerusalén un árbol, con el nombre de Lola Touza, que recuerda su labor.
Desde entonces, la familia espera que se les otorgue el título de Justas entre las Naciones, el máximo reconocimiento oficial que otorga el Estado de Israel que, hasta el día de hoy, sólo seis españoles ostentan.
«Para que se les conceda este título se deben cumplir tres requisitos: que hayan salvado a un judío, que lo hayan hecho arriesgando sus vidas y que se haya llevado a cabo de forma desinteresada. Ellas los cumplen todos», dice el nieto de Lola, Julio Touza.
El Servicio Secreto Británico contaba con infraestructura en Galicia, debido a la importancia de esta comunidad en el comercio de Wolframio,
y seguían de cerca a los alemanes. El MI5 anunció que en el futuro
desclasificaría material confidencial de la guerra, por lo que es
posible que en los documentos desclasificados aparezca «La Lista de
Lola», y poder conocer el número exacto de judíos a los que ayudaron.
Lola Touza moría en 1966 en su casa de Ribadavia a causa de un fallo cardíaco producido por un derrame cerebral. Tenía el corazón demasiado grande…
Referencias:
PATIÑO REGUEIRA, A. Memoria de Ferro. Edicións a Nosa Terra.
BARRACHINA RUIZ, E. Estación Libertad. Editorial La Esfera de los Libros.
PIÑEIRO GONZÁLEZ, V. Lola Touza, la Schindler Gallega.
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